Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Conocer las grandes figuras del pasado es siempre un
aliciente para superarnos y tratar de vencer la mediocridad en la que solemos
movernos la mayor parte de los mortales. El género biográfico ha sido una de
las ocupaciones preferentes de los historiadores, que tratamos de recuperar,
enmarcado en su contexto, el desarrollo vital de personajes que han tenido –o
no- un papel en la sociedad. Pero a veces, junto a las frías descripciones que
solemos hacer los profesionales de la Historia, podemos encontrar alguna
biografía fruto del interés de algún escritor, capaz de regalarnos auténticas
obras maestras. Como muestra, las geniales que realizó Stefan Zweig sobre
Fouché o María Antonieta. Aunque hay una que, creo, supera a todas.
El otro día, al hilo de mis paseos romanos junto a Castel Sant´Angelo,
la evoqué. Pero hoy quiero volver sobre ella, pues, en este insoportable verano
de campaña electoral, se ha convertido en un oasis que permite evadirme de este
agobiante bombardeo que estamos sufriendo por parte de políticos que, nuevos
Romanones, fieles al axioma de que las promesas electorales están para
incumplirlas, nos regalan los oídos con cantos de sirena, en una almoneda
vergonzosa e inmoral, verdadero y consciente insulto a la inteligencia del
ciudadano. Se trata, lo habrán sospechado, de ese maravilloso libro de
Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano,
poesía hecha novela, belleza lírica encarnada en unas supuestas memorias del
emperador ya anciano, que mira hacia atrás, desde la conciencia lúcida del
próximo fin de su existencia.
Retrato de Adriano |
Lo he leído y releído en varias ocasiones. Y, como me ocurre
con otra obra maestra, El nombre de la
rosa, siempre descubro nuevos matices. Su autora tardó varios años en
escribirlo, destruyendo, incluso, una primera versión. En él vertió sus
inmensos conocimientos, fruto de una pasión desbordante, sobre el mundo
clásico. Las fuentes consultadas, ricas, variadas, nos hablan de una cuidadosa
documentación, que abarca desde los estudios de ese fantástico lugar que es la
Villa Adriana en Tívoli, hasta la información sobre acontecimientos, personajes
–incluido el misterioso Antínoo- que culminan en el propio emperador.
El retrato de Publio Elio Adriano es magistral. Una verdadera
introspección que revela los más hondos recovecos de su alma – esa animula vagula blandula- desde la que
vamos descubriendo la historia de Roma en el momento de su mayor esplendor.
Pero no es sólo historia; arte, política, filosofía y pasiones humanas, sobre
todo el amor, se van entretejiendo para formar un primoroso paisaje que nos
enseña, deleita e invita la reflexión. Un homenaje a la cultura grecolatina de
la que aún bebemos y vivimos. Revelación de un hombre “que casi llegó a la
sabiduría”.
La traducción, realizada por el escritor argentino Julio
Cortázar, es una de las más destacadas de la obra de Yourcenar. Y el
protagonista, estadista de amplia visión, nos obliga a lamentarnos por la horda
de mediocres que solicitan nuestro voto este mes del divino Julio.
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