sábado, 25 de enero de 2020

La bocca della verità

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo


Siempre ha sido uno de los símbolos de Roma. Rodeada de leyendas, al menos desde el siglo XI, la más famosa de ellas es la que afirma que  quien miente, pierde la mano al introducirla en la boca. Esto ha hecho que sea usual acercarse a ella y realizar el consabido gesto. A la vez, permite conocer una de las más bellas, en su sencillez y antigüedad, iglesias de Roma, Santa María in Cosmedin.
Hace ya muchos años que me acerqué a ella por primera vez. Y con ocasión de cualquier viaje a Roma, me gusta pasear hasta allí y luego deambular por las naves de la preciosa iglesia, con su pavimento cosmatesco, sus restos arqueológicos, el bello baldaquino donde se celebra en rito oriental. Se pueden ver allí, aunque no tienen nada de románticos, los restos de San Valentín, el santo de los enamorados, cuyo cráneo se contempla a través del cristal del relicario. Un hermoso remanso de paz. Que dejó de serlo.
Desde hace algún tiempo los pequeños grupos de turistas o de personas aisladas que se acercaban a contemplar ese rostro masculino labrado en mármol, a modo de máscara con ojos, nariz y boca perforados, del que ignoramos si era una fuente, una salida de agua o una cloaca, han sido sustituidos por verdaderas masas de gente, sobre todo orientales, que hacen largas colas para cumplir el rito postmoderno de meter la mano el tiempo justo para poder  realizar la fotografía que inmortaliza el evento. El antiguo pórtico abierto ha sido clausurado por verjas, que impiden el acceso, antes directo, y ayudan a que el turista “colabore” con un donativo antes inexistente.

Bocca della Verità
Suelo seguir acudiendo a Santa María in Cosmedin, que, a pesar de todo, continúa siendo un oasis de belleza, acentuado por la música ambiental, habitualmente cantos litúrgicos del Oriente cristiano. Pero ya no repito el viejo rito de introducir la mano en la boca, y si voy acompañando a algún viajero amigo, hacer la broma. La masificación turística se impone. Una vez más me vuelvo a preguntar, con un poco de tristeza, sobre el modo en que algo tan maravilloso como es la posibilidad de que gentes de todas partes puedan viajar, conocer otros países, culturas, personas, se esté convirtiendo en algo impersonal, que obliga a repetir lo que está de moda, sin que el viaje nos penetre, nos humanice, nos embellezca el alma. Deambulando por la Urbe, observo cómo monumentos únicos apenas son visitados, pues no hacen ganar seguidores en Instagram, mientras otros, por obra y gracia de los “influencers” o de cualquier página de moda en Internet, se saturan hasta poner en peligro su propia existencia. Pero no sólo en Roma, sino en cualquier ciudad histórica. Como Toledo.
Concluyo con un sueño ante la Bocca: filas de políticos españoles, unos detrás de otros, metiendo la mano, mientras la leyenda se cumple. Sería divertido ¿no?

domingo, 12 de enero de 2020

Fiesta del Bautismo del Señor

Este domingo concluimos el ciclo de Navidad con la celebración del Bautismo del Señor. En las aguas del Jordán el Padre presenta a la humanidad a su Hijo, en el que pone toda su predilección, todo su amor. Hoy se nos invita a escuchar al Espíritu, a seguir al Hijo y a entrar en comunión con Dios. Lo que había sido roto por el pecado de Adán viene hoy recompuesto, restañado, por la encarnación y el sacrificio del Hijo. Hoy, junto al río Jordán, el cielo se abre y se puede escuchar la voz del Padre: aquel siervo tan esperado, que Isaías anunció, es Jesús. El Espíritu Santo, en forma de paloma, evocación del texto del Génesis sobre el fin del Diluvio, desciende sobre Él y mora en Él. No hay ninguna posibilidad de duda: la humanidad, finalmente, puede reencontrarse con Dios, un Dios que no hace acepción de personas, sino que, en Jesús, se ofrece para ser Señor de todos. Él se ha metido en la fila de los pecadores que piden el bautismo para estar en medio de nosotros, para poder acercarse a todos. Sin excepción. Hoy también pasa, bendiciendo, sanando, liberando a todos los que están bajo el poder del mal, del pecado, del demonio, porque Dios está con Él. Porque Dios, por Jesús, está con nosotros. No sólo nos ha liberado, sino que, lavados en las aguas bautismales, nos ha elevado a la condición de hijos. Hoy también es un buen momento para evocar nuestro bautismo y lo que significa, renovando nuestra vocación a la santidad, a la perfección del Amor.

El Bautismo de Jesús (Bartolomé Esteban Murillo)
La primera lectura, del libro de Isaías (42,1-4.6-7) presenta al Siervo de Yahveh, en el que Dios se complace, llamado a una misión de liberación, de cura de las heridas del pueblo, misión que rompiendo el marco estrecho del pueblo de Israel, se extiende a todas las naciones.
El salmo 28 recuerda la paz con la que Dios bendice a su pueblo y nos invita a la alabanza divina.
San Pedro, en el fragmento del libro de los Hechos de los Apóstoles que proclamamos (10,34-38) recuerda que esta paz que hemos cantado en el salmo ha sido anunciada por Jesús, la Palabra que Dios ha enviado a los hijos de Israel y cómo todo se inició en Galilea tras el bautismo de Cristo. El apóstol nos ofrece, a imagen de Jesús, todo un programa de vida: pasar haciendo el bien y curando las heridas de nuestros hermanos, tanto del cuerpo como del espíritu.
El Evangelio de Mateo (3, 13-17) nos narra el hecho del bautismo de Jesús, con la resistencia previa de Juan a realizarlo y la teofanía posterior al mismo, con la manifestación de la Trinidad. Se inicia así el ministerio público de Jesús, que seguiremos contemplando a lo largo del Tiempo Ordinario que comienza mañana.

viernes, 10 de enero de 2020

Meditaciones granadinas...y toledanas

Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, una reflexión sobre "la invención de la tradición" que se está dando en nuestras ciudades históricas

Estas Navidades he regresado a Granada. Son pocas las ciudades que la pueden igualar o superar en belleza. La exuberancia barroca de la Cartuja, las florituras del último gótico en la Capilla Real, el severo y original clasicismo de la Catedral, el entramado urbano musulmán, y, sobre todo, los esplendores nazaríes de la Alhambra, hacen de ella un lugar único. Pocas experiencias son tan extraordinarias como contemplar el atardecer desde el mirador de San Nicolás o desde lo alto de la torre de la Vela. El sol parecer envolver en llamas los viejos muros bermejos mientras que las nevadas cumbres se recubren de un anaranjado metamorfoseándose en violeta.
Después de contemplar este maravilloso espectáculo, el callejeo por el Albaicín nos conduce de nuevo a la Gran Vía de Colón. Y aquí, ¡oh milagro! de repente, en la vieja calle Calderería, donde los gitanos elaboraban y  vendían antaño sus calderos, nos encontramos en el zoco de Marrakech o en el Gran Bazar de Estambul. Tiendas y más tiendas de artesanía árabe, teterías sin cuento nos ofrecen la posibilidad de trasladarnos a la Granada de Boabdil, para delicia de turistas nacionales y extranjeros.
Todo muy bonito si no fuera porque desde hace quinientos años, esa realidad no existe. Y en su momento tampoco debió ser muy parecido a lo que hoy se nos ofrece. Cerámica que se puede comprar en Turquía como de Iznik, lámparas similares a las que se encuentran en cualquier tienda “árabe” de Toledo, cueros semejantes a los que se venden por todo Marruecos. Dudo mucho que el plato típico de los Abencerrajes fuera el kebab o los nazaríes bebieran un té como el que se sirve en los establecimientos cubiertos de falsas yeserías.

Vista de la Alhambra
Nos encontramos ante uno de los grandes problemas de nuestras ciudades históricas. Con frecuencia, en lugar de dar a conocer el en sí valioso patrimonio monumental, artístico, las tradiciones locales o las antiguas leyendas, se “inventa” una tradición inexistente o se reelabora el pasado a gusto de lo que el turista espera encontrar. Este es un mal generalizado, y que debería preocuparnos. No es sólo Granada la que “reconstruye” un pasado árabe que poco tiene que ver con el original. Basta visitar cualquier ciudad monumental de España. O, más sencillo, pasear por Toledo con el oído atento a las barbaridades, estupideces o incluso mentiras flagrantes con las que se intenta vender la ciudad a masas presurosas. Instrumentos “inquisitoriales” que en realidad son alemanes, templarios –porque si hay que darle misterio a la cosa, “ponga un templario en su vida”- donde jamás los hubo; fenómenos paranormales que sólo son fruto de una imaginación desbordada; espadas del Señor de los Anillos o de Juego de Tronos…y podríamos seguir...

Nuestro patrimonio toledano (y español), material e inmaterial, es lo suficientemente rico y atrayente como para no necesitar de adulteraciones ni falsificaciones. Claro que quizá eso no venda. “Pecunia non olet”.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Otoño romano

Comparto mi artículo de la pasada semana para La Tribuna de Toledo, escrito durante mi reciente estancia romana 

Soy un apasionado de Roma. He vivido en la Urbe, y con frecuencia regreso por mis trabajos de investigación. Sus calles, monumentos, sus plazas y gentes me resultan profundamente entrañables. Cada vez que vuelvo, me reencuentro con mi historia personal y me siento en casa. Y cada ocasión es siempre una oportunidad de descubrir nuevos rincones, desconocidos aspectos de esta ciudad sorprendente.
La belleza de Roma es una hermosura multiforme, cambiante. Cada época del año produce una metamorfosis en su aspecto, que se presenta con variados matices, con tornasolados colores, que hacen que sea la misma y diversa a la vez.
El otoño resulta particularmente bello en Roma. En estos últimos días de noviembre, y cuando diciembre arranca su carrera hacia la consumación del año, al encuentro del rostro bifronte de Jano, la ciudad se reviste de tonos dorados, que llenan de calidez el mármol de los viejos templos, transfiguran en antorchas las cúpulas de iglesias y basílicas y acarician las amarillentas hojas que aún se aferran a los plátanos que custodian el Tíber. La lluvia frecuente esmalta los sampietrini de un negro azabache, mientras las torres y fachadas se desdoblan en el suelo, rotas por las pisadas de apresurados turistas en busca de una nueva foto que compartir, en vorágine plástica, en las redes sociales.

Castel Sant´Angelo y el Tíber
Esta Roma otoñal invita a ser recorrida con pausa, con un sosiego que no es el de las masas de visitantes que pretenden, en pocas horas, aprehender su desmesurada belleza. Perderse en los estrechos callejones romanos, entrar en las pequeñas iglesias ignoradas por los turoperadores, escudriñar jardines llenos de decadencia y romanticismo. Una Roma oculta, que sólo se muestra al que la ama; a quien, dejando a un lado la vertiginosa planificación del viajero apresurado, se olvida del tiempo y deambula sin rumbo, envuelto en ese silencio sólo roto por el tañer de las campanas.
Roma es una y son muchas. La Roma del esplendor imperial, derramado por los Foros o incrustado en otras viejas construcciones, que rehacían la ciudad a base de destruirla. Es la ciudad medieval, apenas superviviente de los fastos mussolinianos. La ciudad renacentista, con los ecos de Miguel Ángel o Rafael. Aunque sobre todo es la urbe barroca, la que se extasía con Bernini o Borromini, la que se escandaliza con la crudeza de Caravaggio y sus violentos claroscuros, la que se retuerce en brutales escorzos en retablos y fachadas. La ciudad decadente del XIX, la innovadora y brutal del XX y la desnortada del XXI.
Amo Roma. Amo su historia, su belleza y su decadencia, su esplendor y su suciedad. “Civis romanus sum”. Aunque todos lo somos. Nuestra historia, nuestra cultura, arte, ciencia, nuestros anhelos de libertad y respeto a la individualidad brotan de la fuente fecunda de la romanidad, aderezada por el esplendor de Grecia y la espiritualidad cristiana.
Más tampoco olviden lo que dijo el poeta, “después de Roma, Toledo”.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Domingo I de Adviento

Con el inicio del Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico, en el que iremos proclamando el Evangelio según San Mateo. El significado profundo de este tiempo lo encontramos en la espera vigilante, atenta del Señor, desde la invencible certeza de que Él viene para transformar nuestra historia con su salvación, llenando de gozo nuestra existencia.
Ya la antífona de entrada de este domingo nos invita a elevar nuestra mirada, nuestro corazón, nuestros anhelos y deseos hacia el Señor: "A tí, Señor, levanto mi alma" (salmo 24). El Adviento es un encuentro entre Dios, que viene a visitarnos, y nuestro deseo, que tiende hacia Él. Es la experiencia que expresaba San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en tí". Un ser humano en busca de lo Absoluto y un Dios que se hace historia. Una espera dinámica, que nos mueve, como señala Isaías, a subir al monte, al lugar donde se manifiesta la gloria y la salvación de Dios.
La primera lectura del profeta Isaías (2,1-5) nos muestra al Señor reuniendo a todos los pueblos en la paz eterna de su Reino, ofreciendo a la Humanidad un horizonte de esperanza en medio de la experiencia de guerras y violencias. No es una utopía irrealizable desde las ideologías o sistemas políticos, sino una promesa que sólo la fuerza del amor de Dios es capaz de llevar a cabo en la transformación final de la Historia.
El salmo 121 nos invita a realizar este camino hacia el encuentro con Dios desde la alegría, a la que se nos insta una y otra vez en este tiempo de gozosa espera. Estamos alegres porque viene el Señor a liberarnos de tantas ataduras que nos esclavizan.
En la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, San Pablo nos invita a cambiar de vida ante la proximidad del Señor, a alzarnos prestos porque ya relumbra en el cielo el anuncio del nuevo día, del Día del Señor, que disipará las tinieblas del pecado y alumbrará un amanecer radiante sobre cada uno de nosotros.
El Evangelio es, de nuevo, una invitación a la vigilancia, a estar preparados, a no olvidarnos de la cercana presencia del Señor. Corremos el riesgo de, en medio de los afanes cotidianos de la vida, olvidarnos de esa llegada continua de Dios, ignorar su paso a nuestro lado.


Adviento es una llamada constante a esta vigilancia, que no es una actitud de espera pasiva, sino de movimiento dinámico, de buscar al Señor que viene, acompañados por las buenas obras. Hemos de ser instrumentos de esperanza también para los que nos rodean, poniéndonos al servicio del bien, de la belleza, de la verdad y la justicia, preparando, de este modo, los caminos del Señor, para nosotros mismos y para el resto de nuestros hermanos.
Adviento es un camino que realizaremos alentados por la fuerza de la Palabra de Dios, que se anuncia poética y esperanzada, en Isaías; potente y transformadora, en Juan Bautista; acogida y hecha carne, en María.