Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, una reflexión sobre "la invención de la tradición" que se está dando en nuestras ciudades históricas
Estas Navidades he regresado a
Granada. Son pocas las ciudades que la pueden igualar o superar en belleza. La
exuberancia barroca de la Cartuja, las florituras del último gótico en la
Capilla Real, el severo y original clasicismo de la Catedral, el entramado
urbano musulmán, y, sobre todo, los esplendores nazaríes de la Alhambra, hacen
de ella un lugar único. Pocas experiencias son tan extraordinarias como
contemplar el atardecer desde el mirador de San Nicolás o desde lo alto de la
torre de la Vela. El sol parecer envolver en llamas los viejos muros bermejos
mientras que las nevadas cumbres se recubren de un anaranjado metamorfoseándose
en violeta.
Después de contemplar este
maravilloso espectáculo, el callejeo por el Albaicín nos conduce de nuevo a la
Gran Vía de Colón. Y aquí, ¡oh milagro! de repente, en la vieja calle
Calderería, donde los gitanos elaboraban y
vendían antaño sus calderos, nos encontramos en el zoco de Marrakech o
en el Gran Bazar de Estambul. Tiendas y más tiendas de artesanía árabe,
teterías sin cuento nos ofrecen la posibilidad de trasladarnos a la Granada de
Boabdil, para delicia de turistas nacionales y extranjeros.
Todo muy bonito si no fuera
porque desde hace quinientos años, esa realidad no existe. Y en su momento
tampoco debió ser muy parecido a lo que hoy se nos ofrece. Cerámica que se
puede comprar en Turquía como de Iznik, lámparas similares a las que se
encuentran en cualquier tienda “árabe” de Toledo, cueros semejantes a los que se
venden por todo Marruecos. Dudo mucho que el plato típico de los Abencerrajes
fuera el kebab o los nazaríes bebieran un té como el que se sirve en los
establecimientos cubiertos de falsas yeserías.
Vista de la Alhambra |
Nuestro patrimonio toledano (y español), material e inmaterial, es lo suficientemente rico y atrayente como para no necesitar de adulteraciones ni falsificaciones. Claro que quizá eso no venda. “Pecunia non olet”.
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