Una de las dimensiones más
trascendentales de la obra de Cisneros fue la de reformador
religioso, que en línea con la política emprendida por los Reyes
Católicos,
trataba de renovar la vida espiritual en los reinos hispanos.
Sin embargo dicha reforma hay que entenderla en un marco más amplio,
tanto europeo como español,
y en concreto, con los anhelos de renovación religiosa que se venían
viviendo en Castilla desde tiempos de Juan I,
y que, entre otras cosas, se concretaron en la creación de una orden
religiosa tan hispana como fue la orden jerónima, surgida, tras una
primera etapa de vida eremítica, el año 1374 en San Bartolomé de
Lupiana,
a la vez que algunos concilios concilios provinciales, como los de
Aranda y Sevilla, venían a poner los fundamentos de reformas
posteriores.
Incluso la propia creación de la Inquisición tuvo sus antecedentes
en el agitado reinado de Enrique IV.
Por su parte, otras órdenes, y entre ellas de un modo particular los
franciscanos, aspiraban a una vuelta a una mayor fidelidad al carisma
inicial y a la observancia.

Cisneros, por tanto, se explica
dentro de esta corriente, pero al mismo tiempo, es un factor esencial
de la misma, pues con el apoyo de los reyes y con el prestigio y
autoridad que le daba el ser la primera dignidad eclesiástica del
reino, a la que sumaría el capelo cardenalicio y la dirección de la
Inquisición, pudo promover y dirigir una profunda actividad
reformadora, a pesar de algunos fracasos evidentes, que le impidieron
realizarla en toda la amplitud que hubiera deseado.
Cisneros, además, se incluye, aunque destaca sobre ellos, dentro de
un grupo insigne de obispos que trabajaron activamente en la
restauración y renovación eclesiástica en España, como fueron el
primer arzobispo de Granada, Hernando de Talavera, y el dominico,
teólogo e inquisidor general Diego de Deza, arzobispo de Sevilla.
Hernando de Talavera, como confesor de la reina, influyó para que
fueran designados para varias sedes de Castilla obispos idóneos,
preocupados por la reforma, como Pascual de Ampudia para Burgos;
Talavera se convirtió en un modelo del obispo de la reforma
católica, dedicándose personalmente a la administración de los
sacramentos y la predicación, que realizaba todos los domingos y
días de fiesta, a la vez que se preocupaba por la formación de los
sacerdotes y de la evangelización y conversión de los musulmanes.
La reina Isabel no se limitó a actuar sólo en la provisión de las
diferentes diócesis, sino que se convirtió en agente activo de la
obra de restauración eclesiástica.
En relación con la reforma
religiosa, dos fueron los modos de actuar de Cisneros: uno, con su
participación activa en la renovación de las órdenes religiosas;
otra, con sus grandes realizaciones culturales, alimento de vida
espiritual posterior. Pero ante todo, estaba su propio ejemplo, pues
su austeridad era la propia de un asceta desde el momento en que
había abandonado una prometedora carrera eclesiástica, optando por
la rama más exigente de una orden de por sí caracterizada por el
amor a la pobreza; Cisneros, además, frente a los prelados de alto
linaje era un humilde fraile, cuyos méritos no estaban basados en la
sangre sino en su talento y en sus valores morales.
En primer lugar su actuación se
centró en la orden franciscana, buscando la superación del
conventualismo, más laxo y relajado, por la observancia. El
programa, que arrancó ya antes de ser arzobispo, en 1493, culminaría
en 1517, cuando el papa León X estableció la primacía de la rama
observante como única y legítima representante de la orden.
Cisneros procuró que los monasterios conventuales pasaran a los
observantes. Estos, como era de esperar, se resistieron, y trataron
de que Roma interviniera a su favor. El arzobispo, con la ayuda de la
reina Isabel, procuró vencer las oposiciones, de modo que, a la
altura de 1506 pudo pensarse que la reforma de los franciscanos había
logrado alcanzar su máxima extensión, en virtud de las dos bulas
pontificias de ese año, que, sin embargo, aún tardaron tiempo en
aplicarse.
Asimismo Cisneros se implicó en
la reforma de la rama femenina, las clarisas, de modo que tuvo una
intervención más directa y constante. En 1494 fue nombrado
reformador de las clarisas de Castilla, y al año siguiente,
reformador de los conventos femeninos en general. Cisneros se aplicó
con celo a la consecución de los objetivos de reforma. Junto a la
renovación espiritual, también se preocupó por la mejora material
de los monasterios, pues la ruina administrativa y en sus edificios
era muchas veces causa de relajación moral. Consiguió la
integración de las clarisas en la observancia, y al mismo tiempo
colaboró de modo entusiasta con el surgimiento de un nuevo brote
franciscano femenino, las religiosas concepcionistas, surgidas en la
archidiócesis toledana de la mano de santa Beatriz de Silva.
Fundó varios monasterios,
destacando el magnífico (y desaparecido en 1936) de San Juan de la
Penitencia de Toledo, el año 1514. En Illescas fundaría el de Madre
de Dios y en la ciudad episcopal de Alcalá otro también bajo la
advocación de San Juan de la Penitencia; éste arranca en 1508,
dentro de un amplio proyecto del prelado, pues quería que fuera
acompañado de una casa de doncellas y un hospital para mujeres.
Ya arzobispo de Toledo, demostró
una gran y constante solicitud por la reforma de los religiosos de su
diócesis, especialmente de las casas femeninas. Asimismo se empeñó
en la reforma del clero secular y de la vida pastoral, desarrollando
un vasto plan en el que empleó todos los medios a su alcance, tanto
tradicionales (visitas canónicas, sínodos diocesanos) como modernos
(sobre todo, el empleo de la imprenta), arbitrando los modos
concretos de hacer cumplir las soluciones adoptadas. Cisneros comenzó
con un intento de reforma del cabildo de Toledo, que suscitó una
fuerte oposición. El arzobispo quería un cabildo ejemplar, pues en
la diócesis primada se miraban todas las demás iglesias de España,
de modo que, reformada ésta, el resto de las diócesis tendrían un
modelo para realizar su propia renovación espiritual. Tras el primer
conflicto, que llegó incluso a Roma, Cisneros volvió a intentar la
reforma mediante visitas canónicas, de las que conocemos tres. Sin
embargo, hombre práctico y prudente, no quiso forzar la situación,
de modo que no logró todos los objetivos que hubiera deseado.
Otro medio de reforma fue la
celebración de sínodos diocesanos. En 1497 se celebró sínodo en
Alcalá y al año siguiente en Talavera. En las constituciones de
este último destaca la preocupación por la instrucción religiosa
del pueblo, en ocasiones sumido en terrible ignorancia, mandando que
todos los domingos por la tarde se enseñara el catecismo a los niños
y se explicase el evangelio a los adultos en la misa del domingo, a
la vez que se les exhortase a practicar las obras de misericordia.
Asimismo se dieron normas para la honesta vida de los clérigos, y,
con antelación a Trento, manda que todos los párrocos llevasen un
registro de los bautizados en sus iglesias, así como un registro
completo de sus feligreses. Como apéndice se incluía un breve
catecismo.
Por tanto encontramos en ellos una profunda preocupación por la cura
de almas, un afán verdaderamente pastoral, expresada, en primer
lugar, en la santidad de vida de los sacerdotes, que, por un lado,
debían guardar la residencia y por otro, frecuentar con asiduidad la
confesión para poder celebrar con pureza la Eucaristía. Cisneros
tuvo honda preocupación por la promoción del sacramento de la
confesión, tanto en la catequesis como en la vida parroquial; con
este fin se editó en lengua castellana la Suma de
san Antonino de Florencia.
La aplicación de las
constituciones se llevó a cabo mediante la extirpación de los males
por medio de visitas, remociones, etc. y a través de otras
iniciativas encaminadas a mejorar la formación y cultura de los
clérigos, con la impresión de libros, y, sobre todo, con la
creación de la Universidad de Alcalá. Practicó, además, una
escrupulosa selección de sus párrocos. A sus vicarios les daba
normas para que la disciplina eclesiástica fuese ejemplar en la
archidiócesis toledana, y quería estar seguro de que así era; esto
llevó a la confección de la Matricula de la çibdad de Toledo
del año de 1503 de todas las almas que comulgaron,
realizada por el vicario general García de Villalpando, que arrojó
la minúscula cifra de 335 personas que no cumplieron ese año por
Pascua. Sin embargo, existían numerosas sombras, como las enunciadas
cada año en el edicto de Cuaresma por parte, asimismo, del vicario
general, y que nos muestran la existencia de otras realidades, como
amancebamientos, supersticiones y hechicerías o clérigos que no
cumplían plenamente con sus deberes.
Otro de los puntos del programa
reformista de Cisneros era la dignificación y fomento del culto
divino. En este sentido, procuró la restauración del rito mozárabe,
construyendo la capilla del Corpus Christi,
dotándola de capellanes e imprimiendo los libros litúrgicos, con la
edición del misal y breviario isidoriano. Al mismo tiempo se
preocupó por el esplendor de la liturgia en su iglesia catedral,
de modo que también procuró editar espléndidas obras litúrgicas
del rito romano, en su variante toledana, como el llamado Misal
Rico,
y enriquecer el ámbito celebrativo con nuevos proyectos
arquitectónicos y decorativos, tales como el magnífico retablo de
la capilla mayor,
delicados ornamentos y preciosas telas,
o riquísimas piezas de orfebrería,
así como nuevas edificaciones, tales como la sala capitular.
También en relación con las
reformas de la vida pastoral hay que señalar lo realizado a favor de
la beneficencia y la previsión social, destacando de un modo
especial la creación de los pósitos, con la función de asegurar la
provisión de grano en tiempo de carestía. Fundo cuatro: Toledo,
Alcalá de Henares, Torrelaguna y Cisneros.