Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre una de las figuras más interesantes de la poesía contemporánea portuguesa
Le descubrí, como suele acontecer muchas veces con las cosas
valiosas, por casualidad. Curioseaba las estanterías de una biblioteca romana
y, de repente, un título me llamó poderosamente la atención. Hombres que son como lugares mal situados.
Me asombró, y ya advertían los griegos que el asombro es la disposición primera
para lograr el conocimiento de algo. Tomé el libro entre mis manos, una
deliciosa y muy cuidada edición bilingüe, en español y portugués, de la editorial
salmantina Sígueme, y comencé a leer sus delicados y exquisitos poemas.
Se me reveló de este modo uno de los poetas portugueses
contemporáneos más brillantes y fascinantes, Daniel Faria, quien, en su corta
vida, pues murió a los veintiocho años a causa de un accidente en el monasterio
benedictino donde había ingresado, ofreció una extraordinaria, por su calidad,
obra, que, como tantas cosas del cercano y lejano Portugal, permanece ignorada
para la mayoría de los españoles. Sus tres grandes libros, publicados por
Sígueme, son Explicación de los árboles y
de otros animales, el mencionado Hombres
que son como lugares mal situados, y De
los líquidos, este ultimo póstumo. Marcado por una temprana vocación
sacerdotal, al igual que otro de los más importantes poetas portugueses
actuales, José Tolentino Mendonça, Faria, nacido el 10 de abril de 1971 en la
localidad portuguesa de Baltar, y fallecido en Oporto el 9 de junio de 1999,
ingresó en 1997 en el monasterio de Sâo Bento da Vitória, habiendo realizado estudios
de Teología y Literatura. Una vida corta, pero de excepcional densidad
creativa, engendrando una poesía marcada por la luminosidad, contemplativa, hecha
de meditación, que bebe tanto en la mejor tradición poética portuguesa como en
las fuentes bíblicas y en los místicos, San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
Quizá la obra de Daniel Faria no sea de fácil lectura ni de
sencilla comprensión, pero ofrece unos registros que, sellados por una
experiencia vecina a la mística, pues no en vano entendía la poesía como revelación,
permiten un disfrute estético difícil de expresar, que traslada a unos ámbitos
vitales poco habituales en nuestra sociedad de lo inmediato, lo aparente y lo
material, pero capaces de alcanzar, sanándolo, lo más hondo del corazón.
Faria, un poeta que requiere sosiego para ser degustado, como
los vinos de solera de sus tierras lusitanas, pero que regala momentos de
intenso placer estético como sólo los grandes saben hacer.
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