Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Hace unos días, dirigiéndome al Museo del Prado, donde visité
la espléndida y muy interesante exposición sobre Luis Paret, crucé la Puerta
del Sol, que, más allá de una plaza, es todo un símbolo. Se encuentra, como
tantas calles y plazas de España en estos meses previos a las diferentes
convocatorias electorales, en obras de remodelación. A priori, conservar y
mejorar nuestro entorno urbano me parece, a pesar de que siempre existe la
sospecha de un disimulado –o no- electoralismo, algo digno de elogio. La
cuestión surge respecto al verbo mejorar, pues aquí los criterios, como los
gustos, divergen.
En este sentido no puedo mostrarme más en desacuerdo con algo
que parece una especie de plaga que afecta a alcaldes de todo el espectro ideológico,
y es la tendencia a convertir los espacios abiertos en auténticos desiertos de
granito, lugares inhóspitos para el ser humano –bueno, para cualquier ser vivo-
durante los meses de calor, y en tránsito de alto riesgo cuando la lluvia se
digna visitarnos. Por toda la geografía española, las plazas enlosadas con
granito, u otros materiales pétreos
similares, con ausencia total, o reducida a lo simbólico, de cualquier tipo de
arbolado, han proliferado como setas en otoño. A veces se aduce que las tradicionales
plazas castellanas, que en la Edad Media o el Renacimiento eran utilizadas como
lugar de mercado, tal y como ocurría con “el martes” en Zocodover, coso taurino
o espacio donde se realizaban los autos de fe, carecían de vegetación. Sin
embargo, plazas y calles son lugares vivos, y recurrir a la historia falazmente
nos hace olvidar otro periodo, del que conservamos ya imágenes fotográficas,
como fue el siglo XIX, en el que muchas plazas principales estaban llenas de
arbolado y todo tipo de plantas. Basta contemplar algunas de las fotografías de
Casiano Alguacil para maravillarse por el estado de la Plaza del Ayuntamiento
toledano, llena de arbolitos que proporcionaban sombra y solaz para el
vecindario. En Madrid, la Plaza Mayor, donde hoy nos podemos relajar con un
carísimo café, fue ajardinada en 1873, plantándose varias clases de árboles y
césped, además de fuentes, bancos y un kiosco de música, convirtiéndose en un
pequeño pulmón verde para la Villa y Corte.
Plaza Mayor de Madrid tras la reforma de finales del XIX |
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