El Evangelio de este domingo (Mc 1, 14-20) viene a ser como otra perspectiva de lo que se nos narraba el domingo pasado, la vocación de los primeros discípulos, en este caso desde lo escrito por Marcos, dando inicio a la lectura semicontinuada de este evangelista que realizaremos en el presente ciclo B del Año litúrgico.
La vocación de los hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan, en medio de sus labores cotidianas como pescadores viene precedida por el comienzo de la predicación de Jesús: "está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio". En efecto, este es el núcleo del mensaje de Jesús, la llegada del Reino, anunciada por los profetas y esperada por Israel, pero con una profunda novedad: este Reino no es una estructura sociopolítica determinada, ni una teocracia que se imponga a la realidad social, sino que el Reino de Dios se identifica con el propio Jesús. La conversión a la que no invita es un aceptarle a Él como modelo y pauta de actuación, y la Buena Noticia a la que nos llama a creer es la fe en su persona. De este modo, el aceptar el mensaje del Reino no se reduce ni limita a un conjunto de verdades que puedan después operar en nuestra vida, sino sobre todo, a entrar en una relación personal con Cristo, ejemplificada en el seguimiento que, a continuación, inician los primeros discípulos. Es un caminar, un recorrer, dejándonos instruir por Jesús mismo, sus caminos (Salmo 24)
Vocación de San Pedro y San Andrés (Juan de Roelas, c. 1610) |
Un seguimiento que parte de una llamada del propio Cristo. Es Él quien tiene la iniciativa y ofrece un modo de vida nuevo, transformador. Una vida que antes que a una doctrina, aunque la implica, supone una vinculación a una persona. El encuentro con Jesús es transformador, conlleva el cambio, la conversión. La llamada a dicha conversión es un eco de la que ya habían realizado los profetas, como Jonás en Nínive (Primera lectura: Jon 3, 1-5.10) e implica, al convertir a Cristo en el absoluto de nuestra existencia, relativizar todas las demás realidades, que quedan supeditadas a Él, como exhortaba San Pablo a la comunidad cristiana de Corinto (Segunda lectura: 1 Cor 7, 29-31).
Por último, el seguimiento de Jesús supone una misión. La vocación de los primeros discípulos no se agota en ser modelo de las vocaciones a la vida consagrada o sacerdotal, sino que es punto de referencia para todo cristiano, que ha sido llamado a seguir al Señor y a realizar, en dicha vocación, una labor de anuncio, de proclamación del Reino de Dios que interpela y llama a otros hermanos. El ser "pescadores de hombres" es la tarea de todo cristiano, sea cual sea su estado. Si la presencia de Cristo llena, transforma, renueva y cambia nuestras vidas, si es fuente de gozo, de esperanza, de luz en medio de las tinieblas, no podemos quedarnos de modo egoísta, y por lo tanto, profundamente antievángelico, con ese tesoro para nosotros, sino que hemos de compartirlo, anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, que es Cristo, a los demás, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras diversiones, a nuestros amigos. Anuncio, testimonio, profecía. Esa es la vocación, exigente, pero gozosa, de todo cristiano, a la que, entrando en la senda de la conversión, estamos llamados hoy.