Promotor de la Acción
Católica
El 29 de julio de 1923, al poco tiempo de tomar
posesión de la archidiócesis, el nuncio Tedeschini escribía al cardenal Reig
para comunicarle que la Santa Sede le confiaba, como a sus predecesores los
cardenales Aguirre y Guisasola, la dirección general de la Acción Católica en
España, destacando cómo era deseo del papa que el cardenal procurara la unión
de todos los católicos en organizaciones poderosas, sobre la base de la
organización eclesiástica, parroquia, diócesis, provincia, primado; de modo que
todas estuvieran ligadas entre sí y dependientes todas del episcopado, e
indicando, de modo especial, que era deseo del Santo Padre que se quitara el
dualismo existente en la dirección de la Acción Católica femenina, pues, como
el propio Tedeschini había manifestado a Reig, la Santa Sede juzgaba tan
urgente la unificación de las organizaciones femeninas que había dado al nuncio
encargo de proceder a realizarla, aunque Tedeschini creyó oportuno esperar a la
toma de posesión del primado, y que este asumiera dicha reorganización e
unificación, que no debería ser destrucción de los organismos existentes, sino
fusión de los dos centros directivos nacionales en un centro único.
¿Qué se trataba de unificar? Por un lado estaba la Acción Católica de la Mujer,
fundada por el cardenal Guisasola en 1919, y por otro, la Unión de Damas del
Sagrado Corazón. En realidad, ambas eran,
en la práctica, una reunión de señoras nobles, cuyo campo de actuación práctico
era muy limitado; en concreto, la Acción Católica de la Mujer sería definida,
pocos años más tarde por Tedeschini, como una institución aristocrática,
áulica, académica, patriótica y “specialmente
incompetente”, en la que sus miembros no sabían qué era propiamente la
Acción Católica, ni qué era el pueblo, mientras que la Unión de Damas no hacía
nada, viviendo del amor propio, de rivalidades entre sus miembros y del
enfrentamiento con la Acción Católica.
Ambas asociaciones habían comenzado una lucha entre sí, que la Santa Sede quiso
resolver con la fusión de las mismas. El cardenal Almaraz había sido favorable
a la idea, pero su fallecimiento le impidió llevarla a cabo;
Reig, por su parte, también se había mostrado de acuerdo con la fusión, pero al
llegar a Toledo comenzó a dudar, tal vez por no quererse enfrentar a las aristócratas
que desde la dirección de la Acción Católica de la Mujer no querían ceder ante
las disposiciones de Roma, mientras que la Unión de Damas sí estaba dispuesta a
ello, de modo que el problema no se resolvería durante su pontificado.
No sería hasta 1934, en un contexto totalmente distinto, cuando se produciría
la fusión.
En enero de 1925 cardenal aprobó expresamente la
circular que la Junta Central de Acción Católica hizo pública, protestando
contra lo que definían como “conatos
revolucionarios y venenosas calumnias” contra España y contra el rey, en la
que, además, se pedía que todos los católicos manifestaran su amor a la patria
y al rey dirigiéndole el 23 de enero, día del rey, al ser la fiesta de su santo
patrón, san Ildefonso, mensajes, telegramas o tarjetas, además de que se
iniciase una colecta nacional para levantar en el cerro de los Ángeles una
estatua que perpetuara el momento de la consagración de España al Sagrado
Corazón; este último proyecto había contado con la aprobación explícita del
cardenal primado, el cual se dirigió a sus diocesanos, pidiendo que todos los
fieles de la archidiócesis, especialmente las entidades católicas, hermandades
y congregaciones, secundaran con entusiasmo estas iniciativas y aportaran su
donativo, abriendo él mismo la suscripción con la cantidad de 500 pesetas.
Tras la celebración del Congreso Eucarístico en
Toledo, en el cardenal Reig promulgó el
31 de octubre de 1926, fiesta de Cristo Rey, Los Principios y Bases de reorganización de la Acción Católica.
De este modo secundaba el impulso dado por el papa Pío XI a la misma; el
pontífice había definido la naturaleza, funciones, fines y medios de la misma,
como medio para que los seglares cooperasen en la renovación de la sociedad. Al
mismo tiempo cumplía con el encargo recibido en 1923 de dirigir, como habían
hecho sus inmediatos antecesores, Aguirre, Guisasola y Almaraz, la Acción
Social Católica en España.
En efecto, el 19 de julio de 1923 el cardenal
secretario de Estado, Pietro Gasparri se dirigió, en nombre del papa Pío XI, al
cardenal Reig para comunicarle que el sumo pontífice le confiaba la dirección
general de toda la Acción Social en el reino de España, confiándole las mismas
facultades y atribuciones con las que había investido a su predecesor, el cardenal
Enrique Almaraz y Santos.
Éste apenas pudo hacer nada, ya que falleció al poco tiempo de posesionarse de
la sede primada, tras un fecundo pontificado en Palencia y Sevilla.
Reig no quiso dar inmediatamente publicidad al documento, sino que antes
prefirió recibir impresiones para confirmar o rectificar el juicio que tenía
sobre la Acción Católica en España. Por ello hasta el 26 de febrero de 1924 no
firmó la carta pastoral en la hacía público el nombramiento, a la vez que
señalaba los puntos principales referentes al ser y al actuar de la Acción
Católica. Para el primado lo
importante de la misma era lograr la unidad orgánica de las diversas
actividades, destacando el gran interés que el papa Pío XI tenía en su
promoción, como había manifestado repetidamente, tanto en la encíclica Ubi arcano Dei, como en otras
alocuciones. Reig destacaba la necesidad de la confesionalidad de las obras
promovidas por católicos, de modo especial las obreras, manifestando su
tristeza ante la campaña de neutralidad religiosa en el campo de la sindicación
de los obreros, campaña que a su juicio no cesaba, por lo que volvía a insistir
en el tema, amenazando con tomar medidas severas; basándose en la doctrina
pontificia insistía en el carácter pacífico y religioso que las corporaciones
obreras debían de tener. A su juicio, la base necesaria de la Acción Católica,
al ser un verdadero apostolado, era la abnegación, y junto a ella era preciso
acudir a la comunión frecuente. A la hora de denunciar las actuaciones
defectuosas en el terreno de la Acción Católica, el cardenal ponía en primer
lugar la de aquellos que combatían la confesionalidad o prescindían de ella;
junto a ella, veía como peligro el afán de importar teorías y procedimientos
del extranjero; recomendaba evitar dar carácter político o personal a la obras
emprendidas, pues lo primero alejaría cooperaciones y comprometería a la
Iglesia, mientras lo segundo las haría pequeñas o estériles. Reig insistía,
además, en la necesidad de una buena preparación y competencia, llegando
incluso a definir la falta de esta como auténtica falta de honradez. El
cardenal consideraba que, de todas las necesidades del momento, la de la
organización de las fuerzas católicas era la más urgente, pues en la medida en
que estas, en lugar de actuar separadas, se unieran, crecerían en fuerza, por
lo que sentía el deber de promover la coordinación de las diversas obras; a
dicho fin estarían encaminados una serie de Congresos previstos, como el de la
Prensa Católica. El prelado era consciente de la necesidad de un organismo
superior, como el constituido en Italia, en el que estuvieran representados
todos los sectores de la Acción Católica, y aunque en España ya existía la
Junta Central de Acción Católica, procuraría darle nueva forma. Por último, Reig
concluía invitando a los católicos a la oración y a la acción, unidos y
disciplinados, destacando cómo cada día aparecía más patente a los seglares
conscientes la necesidad, en términos de la época, de asociarse al apostolado
de los sacerdotes, cundiendo la convicción de que todos los fieles debían
prestar a las diversas obras una ayuda personal y efectiva.
La preocupación social del primado no era nueva, sino
que arrancaba de sus años de colaboración con el cardenal Sancha, cuando
desempeñaba la cátedra de Sociología en el seminario, y se había plasmado de un
modo particular durante su pontificado en una diócesis de gran problemática
social como era Barcelona, donde escribió dos cartas pastorales en las que
abordaba la cuestión social, y había promovido Acción Popular, heredera de la
decapitada Acción Social Popular del jesuita Gabriel Palau, de la que formaban
parte algunos antiguos colaboradores del mismo, así como la plana mayor del
catolicismo social español, como Severino Aznar o Comillas. Confió, además, en
un joven sacerdote, llamado con el tiempo a sucederle en Toledo, Enrique Pla y
Deniel, fundador del Patronato Obrero de Pueblo Nuevo y director de las
revistas Reseña Eclesiástica y Anuario Social.
Estas Bases,
que plasman el modelo de Acción Católica de Pío XI, hay que situarlas en el contexto de la dictadura primoriverista, que, al
contrario de lo que ocurría con la Acción Católica italiana, permitía el
desarrollo de las obras confesionales e invitaba a instalarse en un régimen de
cristiandad, al mismo tiempo que era patente el peso de la tesis integrista
frente a la posibilista dentro del catolicismo español.
Aunque fue el primado quien las promulgó, habían sido elaboradas por el jesuita
Sisinio Nevares; ambos eran partidarios de la confesionalidad inequívoca de las
obras católicas, de modo que las Bases
de 1926 dedicaron una parte importante de sus principios a justificar dicha
confesionalidad explícita, considerando inviable el sindicato “neutro”
profesional, advirtiendo severamente a los partidarios del mismo.
De las Bases
debería nacer un proceso organizativo capaz de reunir desde el punto de vista
jerárquico todo el movimiento católico español; se multiplicaron las pastorales
de los prelados acerca de la Acción Católica con el fin de implantar Juntas en
cada diócesis, pastorales en las que aparecía explícita la estrecha unión entre
el desarrollo de la Acción Católica y la instauración del Reinado social de
Cristo, exaltando, además, muchos prelados el carácter de la Acción Católica
como baluarte frente al socialismo y al comunismo.
Se buscaba asentar los cimientos de una organización sólida, que pudiera
convertirse en artífice de la coordinación entre las diversas obras católicas,
de tal modo que los principios de las Bases
imponían a la Acción Católica un esquema de funcionamiento jerárquico y
centralizado, impulsando la consolidación de juntas parroquiales dependientes
de las diocesanas, y estas, a su vez, de la Junta Central.
El 14 de enero de 1927, Reig escribía una circular
sobre la ayuda y cooperación económica con la Acción Católica, poniendo como
ejemplo el donativo que recibió de 15.000 pesetas de María Lázaro, de la Acción
Católica Femenina, y las 1000 enviadas por el marqués de Castejón.
En este marco de renovación de la Acción Católica se
creó la Federación de Estudiantes Católicos, formada por asociaciones de
estudiantes de las diferentes facultades universitarias; Reig encomendó a uno
de sus colaboradores más directos, el valenciano Hernán Cortés Pastor, la
consiliaría de la Asociación de Jóvenes Católicos de España y más tarde le
nombró vicesecretario general de la Acción Católica. Cortés se dedicó
intensamente a esta actividad, recorriendo pueblos y ciudades para dar
conferencias, dirigir círculos de estudio y predicar.
En 1927, pocos meses antes de fallecer, el cardenal
establecía en la archidiócesis la Asociación Católica de Padres del Familia.
El 19 de marzo, día de San José, y bajo la presidencia del prelado, se
realizaba la inauguración. Las cuatro secciones que la integraban comenzaron
los trabajos de propaganda en la capital. Entre los objetivos estaban la
extirpación de la blasfemia y el lenguaje soez; la represión de la pornografía;
velar por la moralidad de los festejos públicos y vigilar acerca de la
formación intelectual de los jóvenes. La dirección espiritual de la Asociación
fue encomendada al capellán de Reyes Nuevos, Benito López de las Hazas, como
consiliario, siendo nombrado viceconsiliario el profesor del seminario, José de
Dueñas.
La muerte del cardenal impidió que pudiera desarrollar
plenamente las Bases, tarea que
correspondería, iniciando una etapa claramente integrista, a su sucesor, el
cardenal Pedro Segura.
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