lunes, 29 de febrero de 2016

El cardenal Enrique Reig y Casanova (V)

Santificando a la comunidad cristiana

El 28 de enero de 1925, bajo la presidencia del primado, tuvo lugar en Guadalajara una reunión preliminar para la organización de una Asamblea Eucarística comarcal. La reunión tuvo dos sesiones, la primera sólo de sacerdotes, a los que el cardenal dirigió la palabra para explicar el objeto de la Asamblea, que no era otro que el de avivar la vida de piedad y espíritu eucarístico en los pueblos de la Alcarria; la segunda sesión, en la iglesia de los paúles, estuvo abierta, además de a los sacerdotes, a representantes de las cofradías y hermandades, así como a otras personas, a los que Reig habló de la necesidad de la vida eucarística en unos tiempos de materialismo. A continuación se presentó y aprobó el reglamento y se constituyó la junta organizadora, presidida por el párroco arcipreste de Santiago de Guadalajara, como representante del arzobispo. La Asamblea  comenzó el sábado 20 de junio y se prolongó hasta el martes 23. A las once de la noche del 20 tuvo lugar, en la iglesia de Santa María, la vigilia solemne de la Adoración Nocturna, en la que, tras la exposición del Santísimo, el cardenal Reig pronunció una plática. A las siete de la mañana del domingo, el arzobispo celebró la misa de comunión general de hombres, con más de trescientos comulgantes; a las diez se cantó una misa solemne, oficiada por los franciscanos, predicando el canónigo de Toledo, José María Basés. A las cuatro de la tarde, en la capilla de los paúles tuvo lugar la sesión de apertura, presidida por el cardenal primado; a continuación se constituyeron las mesas de las diversas secciones, asistiendo Reig a la de caballeros. A las seis y media de la tarde, en la iglesia de Santa María tuvo lugar la exposición del Santísimo, con predicación del canónigo toledano Hernán Cortés. El segundo día tuvo lugar la misa de comunión general de mujeres, y seguidamente continuaron mañana y tarde trabajando las secciones, discutiéndose las memorias y votando en algunas las conclusiones; por la tarde volvió a predicar el canónigo Cortés. A las ocho de la noche, la Diputación provincial y el Ayuntamiento ofrecieron una recepción al cardenal, que acabó con sendos discursos del presidente de la Diputación y del prelado. Al día siguiente, último día del triduo, hubo una misa de comunión general de niños, a las ocho de la mañana, y luego, a las diez, se celebró misa de pontifical, en la que predicó José María Basés. Después se reunieron las secciones y votaron las conclusiones. Por la tarde, a las cinco, en la iglesia de los paúles, presidida por el cardenal, tuvo lugar la sesión de clausura, con la aprobación de las conclusiones; a las siete de la tarde comenzaba la procesión eucarística por las calles de Guadalajara, con participación de parroquias, instituciones, cofradías, hermandades, clero y autoridades, presididos por el primado, procesión que duró tres horas, y que concluyó con la bendición papal, impartida por el cardenal.
El cardenal Reig y Casanova
En cumplimiento del acuerdo tomado por los metropolitanos españoles, el cardenal Reig elevó, en enero de 1925, preces a la Santa Sede, a fin de que, para disipar dudas y conseguir la uniformidad en todas las diócesis de España, el papa confirmara el privilegio que Clemente VII había otorgado en 1526, de poder realizar el precepto del cumplimiento pascual desde el miércoles de ceniza; esta costumbre secular, tras la promulgación del Código de Derecho Canónico, había suscitado una controversia entre los canonistas acerca de su vigor, controversia que fue solventada al confirmar el papa Pío XI, al recibir el 18 de noviembre en audiencia al cardenal prefecto de la sagrada congregación del Concilio, el privilegio español, por un periodo de diez años.
El 30 de enero de 1925 abrió el cardenal la visita pastoral a la catedral primada. El acto se iniciaba con la llegada del prelado al templo, donde veneró el Lignum Crucis que le ofreció el deán; a continuación fueron en procesión hasta la capilla mayor, donde el deán cantó las oraciones prescritas en el ceremonial. Después el cardenal dio la bendición y, revistiéndose de capa negra, se cantaron responsos por los prelados, capitulares y miembros de la catedral fallecidos, así como por las almas de los fundadores y bienhechores del templo. Tras dar la bendición con el Santísimo, Reig, precedido por los cabildos, se dirigió a la sala capitular, donde pronunció una alocución, en la que expuso lo que significaba la visita pastoral, enumerando sus fines principales, destacando la inspección y cuidado de los tesoros artísticos de la iglesia. Reig indicó que hacía la visita en espíritu de caridad y de mansedumbre, con el pensamiento y deseo de que con ella se unieran estrechamente el pueblo y el cabildo de Toledo, bajo la égida del pastor, y que ello produjera un mayor fervor por el culto y las glorias de la catedral.
El 23 de febrero firmaba el cardenal la carta pastoral sobre la santificación de las fiestas. El primado comenzaba justificando un tema que podría parecer anacrónico, el abordar las reivindicaciones sociales sobre el descanso dominical, pero señalaba que lo hacía debido a las demandas que desde varios puntos se le dirigían para que no prevalecieran subterfugios y amaños para burlar la ley, así como las noticias adquiridas en los pueblos al realizar la visita pastoral. Consideraba que la primera y más lamentable de las plagas sociales, la más desastrosa por sus efectos, era la profanación del domingo. Recorriendo la Escritura, recogía el precepto del descanso y santificación del séptimo día, así como las sanciones prescritas. Se dirigía después a los obreros, recordándoles lo que significaba para su salud corporal y espiritual dicho precepto. Respecto a la legislación civil, se remontaba a Constantino, que convirtió en norma legal la santificación del domingo, algo en lo que le siguieron después los soberanos cristianos, hasta que la llegada del liberalismo, con la revolución francesa, hizo triunfar un sistema económico en el que reinaba el individualismo, buscando producir lo más posible con el menor coste posible. Reig señalaba que con esto el reposo semanal, la salud, la dignificación personal se convirtieron, para los economistas, en algo baladí, que había de sucumbir, y destacaba como los primeros socialistas reaccionaron, reconociendo el valor social del precepto religioso. A continuación recogía el magisterio de Pío IX y León XIII, así como las últimas leyes promulgadas por diferentes parlamentos. Pero estas leyes no eran observadas, confesando el prelado que en este punto los países anglosajones llevaban ventaja a los países latinos, destacando cómo se realizaba el descanso dominical tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, frente a lo cual lamentaba que España, que tradicionalmente había observado los días festivos, la situación era algo “bochornoso lo que entre nosotros…ocurre”, con lugares en los que no había distinción entre los días de fiesta y los que no lo eran. El cardenal recogía las quejas y reivindicaciones que le habían llegado por parte de obreros, indefensos ante la presión de sus patronos y señalaba las dificultades para la aplicación de las leyes, entre ellas las deficiencias, por falta de medios, en la inspección laboral, aunque a su juicio, la ley no se observaba porque ella misma proporcionaba recursos para burlarla. Tras haber hablado del descanso dominical, el primado pasaba a hablar de la parte positiva del precepto divino, esto es, de la santificación del día del Señor y se preguntaba que se hacía para llenar las iglesias. En este sentido se refería la asamblea que había convocado en Guadalajara, que debería tratar, entre otros asuntos, la asistencia a misa los días festivos, buscando soluciones prácticas. Hacía una llamada a salvar el domingo de la profanación, para concluir con una serie de consejos, destinados a los sacerdotes, para poder restaurar su vivencia, invitándoles a hacer cumplir la ley civil, pero, ante todo, cumpliendo ellos con solicitud para procurar que se llenaran los templos y que los días festivos se santificaran, no dejando ningún domingo la predicación del Evangelio ni la catequesis. Al mismo tiempo, Reig se dirigía a los obreros, invitándoles a seguir confiando en la Iglesia y recurriendo a ella en demanda de apoyo y defensa de sus derechos, a la vez que a cumplir con el deber de santificar las fiestas.
Ese mismo día daba el primado las instrucciones con motivo del inicio de la Cuaresma. En primer lugar se indicaba el tiempo para poder realizar el cumplimiento pascual, desde el miércoles de ceniza has la domínica de la Santísima Trinidad; después prohibía a los sacerdotes ausentarse del lugar en el que desempeñaban algún cargo, salvo por causa grave y con su permiso; los sacerdotes deberían insistir en la predicación y catequesis. Al ser Año Santo, el prelado recordaba a los párrocos y predicadores cuaresmales las gracias y privilegios espirituales del mismo. Por último, recordaba a los párrocos y a los que hicieran sus veces, la obligación de leer en lengua vulgar el decreto Quam singulari. Sobre el Año Santo, Reig escribió una circular en la que señalaba las facultades que habían recibido los obispos del papa para facilitar a los fieles la obtención de las gracias jubilares, e indicaba cómo se habían de aplicarse en la archidiócesis; al mismo tiempo invitaba a los fieles a acudir en peregrinación a Roma y establecía, para el domingo de Ramos, una colecta destinada al Santo Padre.
Con motivo del séptimo centenario de la catedral de Toledo, que se celebraría al año siguiente, el cardenal Reig, gran amante del arte y de la historia, dirigió el 13 de abril, una alocución a los diocesanos y a la provincia eclesiástica, en la que invitaba a todos a participar en las solemnidades que se preparaban con ese motivo y el de la coronación canónica de la patrona de Toledo, la Virgen del Sagrario; para este acto abría una suscripción con el objeto de recoger donativos para realizar la corona que ceñiría la imagen.
Ese mismo día firmó el decreto de convocatoria de órdenes sagradas para el 16 de junio; la circular en la que, ante la inminente peregrinación a Roma y Tierra Santa, mandaba realizar, hasta el momento de su regreso, la oración pro peregrinantibus; y la circular sobre la provisión de los curatos vacantes en la diócesis.
Durante dos meses el cardenal permaneció ausente de la diócesis, no regresando hasta el 14 de junio. Primero fue Tierra Santa y luego Roma. Tras celebrar el día 10 en la iglesia del Gesù el último día del triduo de la beatificación de la madre María Micaela del Santísimo Sacramento, emprendió ese mismo día el regreso a España. Al llegar a Toledo, fue recibido por las autoridades y numeroso público, dirigiéndose a la catedral, donde pronunció una alocución, para pasar después al palacio arzobispal; en él tuvo lugar la recepción, siendo saludado por el alcalde de la ciudad, Fernando Aguirre, a lo que respondió el primado con un discurso en el que recogió las vivencias que había experimentado, sobre todo en Palestina, destacando que su presencia allí había sido por iniciativa del rey Alfonso XIII.
Tras el éxito de la Asamblea Eucarística de Guadalajara, el cardenal decidió convocar otra para la zona de Talavera de la Reina. El 6 de julio, antes de partir unos días a Guipuzcoa para descansar, Reig se reunió en la iglesia de Santa María de Talavera con los sacerdotes de los arciprestazgos de Talavera, Puente del Arzobispo, La Estrella, Belvís, Espinoso del Rey, Los Navalmorales, Cebolla y Los Cerralbos para organizar dicha Asamblea. Hubo dos sesiones, la primera a continuación de la entrada solemne del primado en la iglesia, con asistencia de autoridades y fieles, y la segunda, en la sacristía, donde se reunieron más de sesenta sacerdotes; el cardenal indicó que actos como el que proyectaba respondían a la necesidad de avivar en el pueblo el sentimiento eucarístico. A los sacerdotes les señaló cuanto esperaba de ellos, manifestando su deseo de que no se redujera todo a celebrar actos solemnes en la capital de la comarca, sino que llegaran a los más apartados rincones. Después se leyeron los nombres de los que formarían parte de la junta organizadora y distintas comisiones, así como los temas a tratar.
La Asamblea se celebró los días 24, 25, 26 y 27 de octubre. El cardenal llegó a Talavera el sábado 24, por la tarde, siendo recibido por las autoridades en Alberche. En la plaza del Pan se quemaron fuegos artificiales y después en la Colegiata se celebró la vigilia general de la Adoración Nocturna, con asistencia de las secciones de Madrid, Toledo y Brihuega. A las siete de la mañana celebró el primado la misa, administrando la comunión a más de cuatrocientos hombres; a las diez hubo otra misa, predicada por el padre Roselló, corazonista y por la tarde, a las seis, tuvo lugar el triduo eucarístico; a las cuatro y media se había celebrado la sesión de apertura, presidida por Reig, en la que, tras la intervención del secretario general de la Asamblea, Vital Villarrubia, pronunció una plática, reuniéndose, a continuación, las secciones. El lunes hubo misa de comunión general, celebrada por el cardenal, comulgando las mujeres. A las diez y a las seis, se celebraron la misa solemne, predicada por Hernán Cortés, y el triduo, en el que intervino el padre carmelita Anastasio de la Sagrada Familia. A las once y media de la mañana se reunieron las secciones, y por la tarde, a las cuatro, siendo visitadas por el cardenal. El martes, a las siete de la mañana, se celebró la misa, presidida por el obispo de Jaca, Francisco Frutos Valiente, con comunión general de niños, mas de mil. Después el primado celebro la misa pontifical, en la que predicó el obispo de Jaca y por la tarde, a las cuatro, tuvo lugar la procesión eucarística, que recorrió las calles de Talavera hasta las seis. Tras la misma se celebró en el teatro Victoria la velada literario-musical y la clausura de la Asamblea.
Instituida por el papa Pío XI la fiesta de Cristo Rey, el 11 de diciembre de 1925, mediante la encíclica Quas primas, el cardenal Reig dispuso, ya acabando el año 1925, que el 6 de enero de 1926 se celebrara en la catedral primada y en todas las parroquias e iglesias que tuvieran clero, la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. El papa quería, con esta encíclica, explicitar algunos puntos de la Ubi Arcano, relacionados con la laicización de la vida privada y pública, tratando de demostrar que Cristo es rey no sólo de los fieles, sino de todas las criaturas; Pío XI reclamaba la libertad e independencia plenas de la Iglesia en relación con los poderes civiles, aunque no proponía subordinación alguna del poder temporal al espiritual, al mismo tiempo que no hacía juicio ni de las formas de gobierno ni de las estructuras políticas, dejando a los poderes públicos toda iniciativa, si bien les recordaba un punto doctrinal: la vida de la tierra no podía vivirse sin su relación con Dios. La encíclica pedía a los hombres de gobierno actuar según las órdenes de Dios y los principios cristianos en la elaboración de las leyes y en la administración de la justicia; la fiesta de Cristo Rey, preparada por los congresos eucarísticos celebrados tras la guerra, sería el remedio eficaz contra los errores del laicismo, mientras que el culto del Corazón de Jesús serviría de medio para llevar a cabo el proyecto de recristianización de la sociedad.

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