viernes, 12 de febrero de 2016

Crónica londinense

No deja de ser curioso, cuanto menos, realizar una crónica, aunque sea sucinta, de mi reciente viaje a Londres, en Roma, junto a Via Giulia, la calle abierta por el belicos papa Julio II, en esta noche de lluvia, que no invita, para nada, a realizar mi habitual paseo nocturno hasta Piazza Navona. Pero, a pesar de que hace tiempo que no le dedico tiempo en serio al blog, no quiero renunciar a mi propósito de aportar mi pequeño granito de arena a ese género literario que me fascina, la crónica de viajes. Crónica, en este caso, de un viaje realizado entre el 29 de enero y el 1 de febrero de este año de gracia de 2016.
Palacio de Westminster
Cuatro días en Londres dan para mucho. La primera jornada, a pesar del cansancio del madrugón, nos hizo recorrer la City. Asombra el contraste entre la tradicional arquitectura británica y las obras vanguardistas, de cristal, que surgen por doquier. Desde el Banco de Inglaterra a la catedral de San Pablo, desde la recoleta iglesia de San Bartolomé a la más rompedora contemporaneidad de la Tate Modern. Aquí, en su cafetería, merienda de té, bollería, mantequilla y mermelada, todo muy típico inglés. Tras cruzar el Támesis, caminamos hacia el Soho. Cena en un pub de Charing Cross. Cómo no, fish and chips. Tras este agotador día inicial, un sábado, gris, muy londinense, dedicado a visitar el Palacio de Westminster, las Casas del Parlamento. Un lugar espectacular. Con una interesante explicación de la ceremonia de apertura que celebra la reina, así como del funcionamiento del sistema parlamentario británico. Esta visita es una mejores actividades que se pueden hacer en Londres. Comida en un indio (es uno de los grandes atractivos de la capital inglesa, la posibilidad de probar cocinas de todo el mundo) Tarde en la National Gallery, uno de los espacios que más me gustan de Londres; esta vez sí pude disfrutar de "Los esposos Arnolfini". Cena en un típico y antiguo pub junto al Támesis, "The dove", en Hammersmith.
Los esposos Arnolfini
El domingo comenzó algo más que lluvioso, aunque eludimos la lluvia pasando la mañana entre las riquísimas colecciones del Museo Británico. Pasé un largo rato contemplando los mármoles del Partenón. Las salas de Oriente son impresionantes, me gustan más que las egipcias, a pesar de mi pasión de egiptólogo frustrado. Tarde de paseo, y, antes de concluir cenando platos japoneses, fuimos a misa al Oratorio. Llama la atención la cantidad de gente joven que participa en, la por otro lado, muy tradicional, eucaristía que allí se celebra.                                 
Para concluir el viaje, la última mañana la dedicamos a la Torre, con la riquísima y espectacular colección de las joyas de la Corona. Y antes de recoger las maletas, visita a la bonita (aunque inacabada) catedral católica de Westminster (que no hay que confundir con la preciosa abadía anglicana, de estilo gótico), construida en neobizantino. Después...vuelta a Madrid.
Museo Británico, friso del Partenón
Sólo me queda hacer una confesión muy personal: me encanta Londres, y cada viaje es un enamorarme más de la ciudad y de Inglaterra. Lo que más me atrae del Reino Unido es esa capacidad de conjugar lo más vanguardista con un amor profundo por las tradiciones, conservar el legado del pasado a la vez que apostando por la más rompedora innovación. En fin...envidia sana.






1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho la crónica, hace unos meses estuve dos semanas allí y la ciudad también me enamoró precisamente por lo mismo que dices al final. Ya podríamos aprender un poquito los españoles...

    Un abrazo!

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