sábado, 26 de octubre de 2013

Crónicas Romanas II

Realmente Roma está espléndida en octubre. Un cálido otoño, que por momentos semeja a un suave verano, invita a la serenidad, a dejarse inundar de paz, a embriagarse de belleza. Sentado junto al Tíber, en la isola Tiberina, retomo esta olvidada crónica, aprovechando la placidez y tranquilidad de una hermosa tarde de sábado. Aquí se está a salvo de la avalancha de turistas y peregrinos que estos días inundan las
calles y plazas de la Urbe.

Un oasis en medio de una vida tan agitada como la que, frente a lo que pudiera parecer, llevo como investigador en Roma. Creo que pocas veces había dedicado un mes tan intensamente a investigar, desde los tiempos de la tesis doctoral, como estos días. Mañanas en el Archivio Segreto Vaticano, complementadas con tardes en el ARSI, el Archivo Romano de la Compañía de Jesús, amén de horas trabajando en biblioteca. Bueno, no trato de hacer apología de mi vida estajanovista, pues también ha habido momentos de descanso, paseando y visitando las buenas exposiciones que hay estos días en Roma. Sólo siento haber abandonado estas crónicas, pues mi compromiso era el de escribir, al menos una vez a la semana, en el blog. En fin, homo proponit
También es cierto que no tengo nada interesante que contar, aunque no olvido que debo una reflexión sobre el fenómeno Papa Francisco; pero para ello es preciso pararse un poco, no es fácil hacer un balance de un pontificado que, en pocos meses, no ha dejado indiferente a nadie. Además de que no es menos cierto que es agradable, de vez en cuando, dejar a un lado los problemas, de un modo especial la política española que todo lo ensucia, que me pone de mal humor y enerva. Procuro estar al tanto de lo que ocurre en España, pero sólo de lo básico, no deseo profundizar más, ya que por doquier veo mediocridad, falta de grandeza de miras, intereses mezquinos y cortoplacistas, no encuentro estadistas y me sobra la panda de politicastros de todas las tendencias y colores. Aquí uno siente que todo eso es contingente frente a la belleza que se respira en cada ángulo, en cada edificio, en el más pequeño fragmento de cornisa o en la más imponente basílica de la Urbe. Lo perenne, lo esencial, lo inmutable, frente a tanta vacuidad, tanta mediocridad. ¿Cómo pensar en la más que pobre (salvo en lo económico) clase política española aquí, junto a César y Octavio, Trajano y Adriano, Constantino y Teodosio; ante Julio II y Urbano VIII, y tantos y tantos personajes que han entrado en la historia con mayúsculas? Miguel Ángel y Rafael, Bernini y Borromini, Caravaggio y Andrea Pozzo…todos invitan a sumergirse en un mar de belleza, elevarse de esta enervante medianía en la que solemos estar sumidos diariamente.

El rumor del Tíber ahoga el ruido abrumador del caótico tráfico romano. Una suave y fresca brisa alivia la cálida, casi calurosa, tarde romana. El sol va dorando el travertino y los árboles, que comienzan a policromarse de amarillos y marrones, se recortan sobre el azul del cielo, surcado por gaviotas y algún estornino solitario. La cúpula de la sinagoga compite aquí, en esta extremidad de la isola, con la omnipresencia de san Pedro. Un cormorán busca comida en las revueltas aguas del río. Casi espera uno que llegue Virgilio a cantar la belleza de este tramonto romano. Pero Virgilio no volverá, ni los héroes de la antigüedad, como tampoco emperadores filósofos…hemos renunciado a resucitarlos, preferimos arrancar de cuajo nuestras más profundas raíces, privarnos de la linfa vital que por milenios nos ha fecundado y sumirnos en la nihilidad de un presentismo suicida que sólo conduce a la oscuridad estéril, a la mediocridad existencial; preferimos la sacra auri fames (¿no está aquí acaso el origen de nuestra crisis económica, expresión, quizá mínima, de nuestra más profunda crisis de civilización?) al ad maiora natus sum. Olvidamos el pulchrum y el ethos, sin percibir que ética y estética van de la mano, que lo Bello y lo Bueno son dos aspectos de la misma realidad, que lo que somos (¿lo que hemos sido, pero ya no?) no puede prescindir de lo que en Atenas se pensó, aquí se codifico y el cristianismo amalgamó.
Todo esto pueden parecer resabios de un pasado muerto, pero aquí, en Roma, cada piedra habla, basta tener el oído atento para percibir su susurro milenario. En fin, tal vez sea tan sólo la proximidad al retorno a Madrid, que me pone nostálgico…

1 comentario:

  1. Bueno Miguel Ángel (o Micaelo Angelo). Si ves a algún italiano que necesite una cura como la tuya, dile que se pase por el Parque Natural de la Sierra de Cazorla, donde hemos estado y nos hemos renovado durante unos días. Allí podrá olvidarse un poco de su no menos mediocre país y clase política. Allí también hablan las piedras, pero de un modo que olvida por completo a la humanidad. Y tampoco idealicemos el pasado, que los senadores de la Res Publica tampoco eran mancos en eso del mangoneo.

    Por rescatar (y adaptar) a un clásico español te diré: Cualquiera tiempo pasado fue anterior.

    Saludos. Madrid "e vicina".

    Pd: si lograras enterarte de por qué Vilar i Costa abandonó la Compañía en 1931, pues mejor.

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