Realmente Roma está espléndida en
octubre. Un cálido otoño, que por momentos semeja a un suave verano, invita a
la serenidad, a dejarse inundar de paz, a embriagarse de belleza. Sentado junto
al Tíber, en la isola Tiberina, retomo esta olvidada crónica, aprovechando la
placidez y tranquilidad de una hermosa tarde de sábado. Aquí se está a salvo de
la avalancha de turistas y peregrinos que estos días inundan las
calles y
plazas de la Urbe.
Un oasis en medio de una vida tan agitada como la que,
frente a lo que pudiera parecer, llevo como investigador en Roma. Creo que
pocas veces había dedicado un mes tan intensamente a investigar, desde los
tiempos de la tesis doctoral, como estos días. Mañanas en el Archivio Segreto
Vaticano, complementadas con tardes en el ARSI, el Archivo Romano de la
Compañía de Jesús, amén de horas trabajando en biblioteca. Bueno, no trato de
hacer apología de mi vida estajanovista, pues también ha habido momentos de
descanso, paseando y visitando las buenas exposiciones que hay estos días en Roma. Sólo
siento haber abandonado estas crónicas, pues mi compromiso era el de escribir,
al menos una vez a la semana, en el blog. En fin, homo proponit…
También es cierto que no tengo
nada interesante que contar, aunque no olvido que debo una reflexión sobre el
fenómeno Papa Francisco; pero para ello es preciso pararse un poco, no es fácil
hacer un balance de un pontificado que, en pocos meses, no ha dejado
indiferente a nadie. Además de que no es menos cierto que es agradable, de vez
en cuando, dejar a un lado los problemas, de un modo especial la política
española que todo lo ensucia, que me pone de mal humor y enerva. Procuro estar
al tanto de lo que ocurre en España, pero sólo de lo básico, no deseo
profundizar más, ya que por doquier veo mediocridad, falta de grandeza de miras,
intereses mezquinos y cortoplacistas, no encuentro estadistas y me sobra la panda de
politicastros de todas las tendencias y colores. Aquí uno siente que todo eso
es contingente frente a la belleza que se respira en cada ángulo, en cada
edificio, en el más pequeño fragmento de cornisa o en la más imponente basílica
de la Urbe. Lo perenne, lo esencial, lo inmutable, frente a tanta vacuidad,
tanta mediocridad. ¿Cómo pensar en la más que pobre (salvo en lo económico)
clase política española aquí, junto a César y Octavio, Trajano y Adriano,
Constantino y Teodosio; ante Julio II y Urbano VIII, y tantos y tantos
personajes que han entrado en la historia con mayúsculas? Miguel Ángel y
Rafael, Bernini y Borromini, Caravaggio y Andrea Pozzo…todos invitan a
sumergirse en un mar de belleza, elevarse de esta enervante medianía en la que
solemos estar sumidos diariamente.
El rumor del Tíber ahoga el ruido
abrumador del caótico tráfico romano. Una suave y fresca brisa alivia la
cálida, casi calurosa, tarde romana. El sol va dorando el travertino y los
árboles, que comienzan a policromarse de amarillos y marrones, se recortan
sobre el azul del cielo, surcado por gaviotas y algún estornino solitario. La
cúpula de la sinagoga compite aquí, en esta extremidad de la isola, con la
omnipresencia de san Pedro. Un cormorán busca comida en las revueltas aguas del
río. Casi espera uno que llegue Virgilio a cantar la belleza de este tramonto
romano. Pero Virgilio no volverá, ni los héroes de la antigüedad, como tampoco
emperadores filósofos…hemos renunciado a resucitarlos, preferimos arrancar de
cuajo nuestras más profundas raíces, privarnos de la linfa vital que por
milenios nos ha fecundado y sumirnos en la nihilidad de un presentismo suicida
que sólo conduce a la oscuridad estéril, a la mediocridad existencial;
preferimos la sacra auri fames (¿no
está aquí acaso el origen de nuestra crisis económica, expresión, quizá mínima,
de nuestra más profunda crisis de civilización?) al ad maiora natus sum. Olvidamos el pulchrum y el ethos, sin
percibir que ética y estética van de la mano, que lo Bello y lo Bueno son dos
aspectos de la misma realidad, que lo que somos (¿lo que hemos sido, pero ya
no?) no puede prescindir de lo que en Atenas se pensó, aquí se codifico y el cristianismo
amalgamó.
Todo esto pueden parecer resabios de un pasado muerto, pero aquí, en
Roma, cada piedra habla, basta tener el oído atento para percibir su susurro
milenario. En fin, tal vez sea tan sólo la proximidad al retorno a Madrid, que
me pone nostálgico…
Bueno Miguel Ángel (o Micaelo Angelo). Si ves a algún italiano que necesite una cura como la tuya, dile que se pase por el Parque Natural de la Sierra de Cazorla, donde hemos estado y nos hemos renovado durante unos días. Allí podrá olvidarse un poco de su no menos mediocre país y clase política. Allí también hablan las piedras, pero de un modo que olvida por completo a la humanidad. Y tampoco idealicemos el pasado, que los senadores de la Res Publica tampoco eran mancos en eso del mangoneo.
ResponderEliminarPor rescatar (y adaptar) a un clásico español te diré: Cualquiera tiempo pasado fue anterior.
Saludos. Madrid "e vicina".
Pd: si lograras enterarte de por qué Vilar i Costa abandonó la Compañía en 1931, pues mejor.