lunes, 16 de septiembre de 2013

La (des)memoria histórica

Desde unos años a esta parte, aunque quizá ahora menos, el tema de la memoria histórica ha cobrado una intensa y polémica actualidad. Sin entrar ahora en el fondo del debate, sobre el que, como historiador, tengo bastante bien definida mi posición, quisiera ahora reflexionar sobre otra cuestión, diversa, aunque íntimamente relacionada, en cierta medida con el tema de la memoria, pero sobre todo con la terrible ignorancia de la historia que reina en estos pagos hispanos. Es lo que, irónicamente, denomino "desmemoria histórica", que viene a ser la consecuencia más histriónica de un concepto que, bien entendido, puede tener su valor en la vida de la sociedad, más que en el ámbito académico, donde recurrir a la memoria implica, a mi juicio, poner en peligro el rigor que debe primar en la investigación de la historia.
Esta desmemoria es, más que nada, en parte fruto de esa ignorancia, pero en parte, consecuencia de los usos perversos que se hacen de la historia. La llamo desmemoria porque, tratando de ser memoria, tergiversa, confunde, interpreta erróneamente el recuerdo del pasado. Se basa en la reivindicación de la memoria histórica, pero lo hace desde el sectarismo, la irracionalidad, la inanidad intelectual y la ignorancia más supina de lo acontecido. Es, más que nada, un afán iconoclasta, una búsqueda de una "dannatio memoriae", por otro lado nada original, que creo es lo más opuesto a un conocimiento del pasado que, con sus luces y sombras, explica lo que somos. Siempre me ha parecido que hemos de conservar cuidadosamente todo el legado, bueno y malo, que se nos ha transmitido, para potenciar y desarrollar unos aspectos, y para tratar de evitar otros. Y sin embargo, aquí y allá surgen justicieros que pretenden subsanar las tropelías del pasado, cometiendo otras, si no tan graves, a veces, al menos tremendamente erróneas, cuando no sencillamente irrisorias. Digo esto a raíz de algo que me llamó la atención, que al principio no entendí, pero que, a la postre, me hizo reír, aunque por otro lado, me llevó a lamentar la terrible falta de conocimientos históricos que padecemos: paseando un día por Toledo, me llamó la atención que sobre una inscripción que marcaba la denominación de una calle, algún vándalo había arrojado pintura roja. Rápidamente me sacaron de mi error; no se trataba de un acto de vandalismo, sino de justicia histórica, se buscaba, ya que el consistorio municipal no lo hacía, subsanar el hecho de que una calle siguiera estando dedicada a un representante del más rancio franquismo.

Claro que pronto mi sorpresa fue mayúscula, pues, por más que trataba de asociar a Francisco Navarro Ledesma, periodista y cervantista, nacido en el toledano pueblo de Argés en 1869 y muerto en Madrid en 1905, con la dictadura, no encontraba ninguna conexión, hasta que ¡Zas! ¡Se encendió la luz! Nuestros justicieros de la historia lo habían confundido con Ramiro de Ledesma, uno de los líderes del fascismo español de los años treinta, que no tenía con Navarro Ledesma más cosas en común que un apellido y el haber nacido el mismo año que el insigne escritor había muerto. Creo que no caben más comentarios...
Dejando a un lado la anécdota, lo que me parece más grave es cómo, desde una profunda ignorancia, se pretende reescribir la historia. El pasado ha sido como ha sido, nos guste o no. No es borrándolo, obviándolo o reescribiéndolo como prestamos un mejor servicio a nuestros conciudadanos. Es preciso conocerlo, investigarlo rigurosamente, sin pretender ser juez, buscando el por qué de lo sucedido, tratando de entender a los hombres y mujeres que nos precedieron. Para ello hay que despojarse de partidismos y alejarse de manipulaciones. Este es otro tema sobre el que, en otra ocasión, quisiera reflexionar, al hilo de la tremenda reescritura de la historia que estos días estamos padeciendo en torno al 11 de septiembre, presentado como una guerra entre España y Cataluña, cuando fue un conflicto dinástico en el que unos catalanes apoyaban a Felipe de Borbón y otros a Carlos de Austria, exactamente igual que hicieron castellanos, valencianos o aragoneses. Pero esto reclama un artículo monográfico. Volveremos sobre ello.

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