miércoles, 26 de junio de 2013

Entre Clío y Pistis. Un nombre tal vez en exceso pedante, o quizá rimbombante, para algo que pretende ser algo mucho más sencillo. Pero un título que es ya, de por sí, toda una declaración de principios, un posicionamiento vital e intelectual. Clío, la musa de la Historia, Pistis, la Fe. Estos son los dos ejes sobre los que iré construyendo estas reflexiones. Historia y Religión. Los acontecimientos humanos desarrollados en el  espacio y el tiempo y la religación de ese mismo ser humano con lo trascendente, con lo divino, así como la expresión concreta, histórica, de dicha religación, en su aspecto institucional. Dos realidades que en el día a día, en mayor o menor medida, se interrelacionan, aunque en ocasiones los historiadores, y mucho más en el ámbito académico español, hayamos descuidado la segunda, en lo que tiene de fenómeno histórico, necesitado de análisis y explicación.

Pero la declaración de principios va mucho más allá de tomar una denominación sobre dos realidades definibles con otros términos. Recurrir al viejo y olvidado griego es también una reivindicación de algo que no está de moda, o es sospechoso, absurda e idiotamente, de carcundia política, religiosa o intelectual, de la que por otro lado, en un ejercicio de libertad y sentido común trato de distanciarme. Reivindico y deseo insertarme en una tradición fecunda, rica, la que brotando en Grecia se fusionó con Roma y el judeocristianismo. Atenas, Roma, Jerusalén, son, así lo creo firmemente, los tres pedestales sobre los que se asienta el moderno Occidente, los que crearon una original civilización medieval; los que pusieron, durante el  Renacimiento, al ser humano como centro de todas las cosas; los que hicieron posible, en 1789, la proclamación de los Derechos del Hombre; los que, en definitiva, han hecho posible que vivamos en una sociedad democrática y avanzada, que a pesar de todas sus limitaciones e imperfecciones, nos ofrece unos ámbitos de libertad de los que carece gran parte de la humanidad. Tradición humanista, que en ningún caso se opone, todo lo contrario, complementa, la mejor tradición cristiana. Con Terencio, de nuevo el clásico, afirmo que nada humano me es ajeno, todo lo que afecta a la existencia, al devenir del hombre me atañe. Pero es que, al mismo tiempo, esa humanidad, desde una postura creyente cristiana, se ha convertido en ámbito de la manifestación de lo divino: lo específicamente cristiano es esto, la Encarnación del Verbo, la asunción de lo humano en el misterio de la divinidad. Por ello no hay otro camino para el creyente que el de experimentar, como quería el Concilio Vaticano II, el devenir humano como algo propio, tanto a nivel individual como desde la comunidad creyente, la Iglesia: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón." Así lo proclamaba en su proemio la Gaudium et Spes, en un hermoso texto tal vez demasiado olvidado. 
Este será el humus vital sobre el que quiero asentar mis reflexiones. Desde el respeto a otras posturas vitales e intelectuales diversas o contrarias. Creo firmemente en la libertad del ser humano, en que nadie ha de imponer sus convicciones a los demás, en que cada persona es portadora de una dignidad única e irrepetible que ha de ser, como si de algo sagrado se tratara, venerada. El respeto al otro, el saber descubrir lo que hay de riqueza en las opiniones e ideas ajenas, me parece básico. El saber buscar la verdad, rastrearla allá donde se encuentre. Postu
ra que está en la mejor tradición humanista cristiana, desde los Padres griegos, capaces de ver las semillas del Logos presentes en las diversas tradiciones religiosas y filosóficas, pasando por Tomás de Aquino o Agustín de Hipona, integradores de filosofías aparentemente en contradicción con el cristianismo. Es lo que pretendo hacer, y compartir a lo largo de esta nueva aventura de la puesta por escrito pública de mis reflexiones. No es lo mismo escribir para el ámbito científico o incluso para divulgar mis investigaciones históricas, que la de exponer, sin velos (eso era para los griegos la Alétheia, la verdad, el descorrer el velo y mostrar, desocultar, el ser) mis opiniones. Creo que el historiador ha de estar profundamente comprometido con la realidad en la que vive, pero este compromiso, imprescindible, no puede afectar a su producción científica, que ha de ser eso, ciencia, nunca panfleto ni demagogia. Son dos planos diferentes, aunque complementarios, el realizar una investigación de calidad, objetiva, rigurosa, y el de tratar de construir una sociedad más humana, más justa, más fraterna.
Esto es lo que deseo compartir. Abierto a la crítica, desde el respeto mutuo, desde la convicción de que ninguno somos infalibles, de que todos necesitamos el apoyo del otro, de que en este maravilloso caminar que es la existencia humana, recorremos el camino en compañía. No pretendo seguir un orden temático ni un plan preconcebido, sino dejar que la vida, en su fluir incesante, vaya tejiendo los textos a modo de tapiz multicolor.
Bienvenidos seáis todos los que os asoméis, desde el consenso o desde el disenso, o simplemente desde la curiosidad, a estas páginas.

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