domingo, 14 de noviembre de 2021

TARDE DE OTOÑO EN SAN ILDEFONSO

 Comparto mi columna en La Tribuna de Toledo del miércoles 3 de noviembre

Con la llegada del otoño, cumplo con una muy querida tradición personal, casi un ritual imprescindible en esta estación, la de regresar a los jardines del Real Sitio de La Granja de San Ildefonso y deambular, sin prisa, absorto en la espléndida belleza que se despliega a mi alrededor.

Sentado junto a la Fuente de las Tres Gracias, que corona la Cascada Nueva, contemplo la fachada del palacio en el que Felipe V quiso mitigar sus ataques de melancolía. Comprendo perfectamente al soberano, pues la hermosura del paisaje, el esplendor de los jardines, la íntima delicadeza que despliega la exquisita decoración de un edificio que, pese a lo que se diga, no imita a Versalles sino que evoca al castillo de Marly, donde Luis XIV se refugiaba en la compañía de sus íntimos, es capaz de sanar las heridas del alma. Mientras escribo siento la calidez del sol, que, a modo de delicado orfebre, dora las amarillentas y verdosas hojas de los árboles. De vez en cuando, una fresca brisa nos recuerda lo avanzado de octubre. El cielo, azul claro, es  indolentemente surcado por alguna algodonosa nube, mientras las peladas cumbres anhelan las primeras nieves que las recubran con su cándida túnica.

Es hermoso contemplar cómo danzan las hojas en los árboles. Algunas, más atrevidas, inician un rítmico vuelo que las conduce a las mansas aguas de las fuentes, que, en el silencio, apenas interrumpido por una horda de turistas anglófonos, narran las viejas historias de los dioses del Olimpo. Llegado al estanque de El Mar, observo las montañas cubiertas de masas verdosas de pinos, entre las que serpentea el marrón de la vegetación brotada sobre las cenizas del último incendio, en un mensaje esperanzador de renacimiento. El rumor de la cascada que vierte sus espumantes aguas sobre las oscuras del estanque es melodía que arrulla mientras la vista se exalta con los fulgores de los árboles caducifolios, en los que las hojas, a punto de desprenderse, destellan en un dorado intenso que contrasta con el verde refulgente y ambarino de las que aún se aferran a la rama que les alimenta y vivifica.

Sentado, de nuevo, junto a la Fuente de Andrómeda, recuerdo el relato mítico. Perseo, a punto de acabar con el monstruo marino Ceto, al que muestra la mortífera cabeza de Medusa, convirtiéndolo en coral, es asistido por Atenea, mientras unos amorcillos tratan de liberar a la hija de la soberbia Casiopea, culpable de su trágico destino. Me pregunto cuántos de nuestros estudiantes, a los que el desastre educativo priva del conocimiento de la gran tradición humanística, podrían descifrar lo que muestra el espléndido conjunto.

Fuente de Andrómeda
La tarde avanza. Cae el sol, desciende la temperatura. Es momento de abandonar los jardines, no sin antes echar una mirada cómplice a Dafne que escapa, entre los parterres, de Apolo. Tañen las campanas de la Colegiata. Embebido de belleza, retorno.

lunes, 1 de noviembre de 2021

REFLEXIONES EDUCATIVAS

 Comparto el texto de mi columna de la semana pasada en La Tribuna de Toledo

EL DIABLO NO ES DÉBIL

A pesar de lo que el título les pueda sugerir, no voy a hablarles hoy ni de Angelología ni de los Novísimos, sino de algo más terrenal. De que el diablo no es débil. O mejor, que débil no es devil. Algo que parecerá obvio, pero que no lo es, al menos para muchos alumnos que lo suelen confundir al escribir. Bueno, no sólo confunden eso, sino muchas cosas más, como podemos comprobar cada vez más profesores al corregir trabajos, entregas o exámenes. Una de las muchas muestras de la lamentable situación en la que se está precipitando la Educación en España.

Llevo más de veinticinco años impartiendo clases. En BUP, en ESO, en la Universidad. He pasado por Institutos, Colegios privados y concertados. Soy un entusiasta de la docencia y disfruto dando clases, sobre todo cuando tengo alumnos que responden con deseo de aprender. Saco de mi tiempo libre horas para acompañarles a visitar museos y he comenzado un seminario informal con mis alumnos de Políticas para leer y comentar textos filosóficos e históricos, sin recibir otra compensación que la de ver cómo quieren, ilusionados, llevar a la práctica el viejo lema del sapere aude. Por ello, puedo denunciar, con profundo dolor, el hondo abismo al que nos han conducido cuarenta años de continuos cambios legislativos y de absurdos experimentos pedagógicos, las más de las veces proyectados desde despachos en los que se ha obviado la experiencia y el saber de los docentes.

Alegoría de la Filosofía (Giacinto Brandi)

Hace pocos días leí en Twitter, por parte de un profesor universitario, lo siguiente: “llevo varios cursos viendo que los alumnos de primero NO saben qué era una polis griega. Gracias a Celáa y Castells ahora no sabrán que existe Grecia”. Confirmo la primera constatación y temo, con fundamento, la segunda. La LOMLOE y la LOSU vendrán a dar la puntilla a nuestro ya deteriorado sistema educativo. Se está privando, a consecuencia de la tiranía de las “nuevas pedagogías”, de especiosos argumentos, de falaces ocultamientos de la dolorosa realidad, a las nuevas generaciones del acervo de conocimientos que les permitirán navegar el proceloso mar de una información casi inabarcable, para lo que carecen de herramientas intelectuales adecuadas. Impera una “happycracia” que genera seres inmaduros, manipulables, sometidos a la tiranía del consumo instantáneo.

Y lo siento, pero por más que me traten de convencer –quizá porque pude estudiar Filosofía y tengo la “funesta manía de pensar”-, me niego a asumir que el descenso de los niveles educativos sea progresista. Porque, a la larga, sólo genera mayores desigualdades sociales y económicas. Servirá para enmascarar las estadísticas de fracaso educativo real, pero, “pan para hoy y hambre para mañana” –nunca mejor dicho- llevará a muchos jóvenes a ser mano de obra barata de un mercado laboral precario.

Urge un gran pacto educativo nacional que remedie esta tremenda catástrofe. Aunque temo que no es una prioridad real de ningún partido.

sábado, 4 de septiembre de 2021

El Matarraña

 Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre la comarca aragonesa del Matarraña

Ha sido mi gran descubrimiento de este verano. Aunque ya pude disfrutar, el pasado año, de la belleza de uno de sus pueblos, Valderrobres, capital administrativa de la comarca, no ha sido hasta este mes de agosto cuando he recorrido con tranquilidad sus parajes, realmente hermosos, y sus maravillosos pueblos, sorprendiéndome por el rico patrimonio artístico que custodian.

Tras pasar por las tierras del Bajo Aragón, con los impresionantes campanarios mudéjares de sus iglesias, auténticas filigranas en ladrillo, y dejando atrás Alcañiz, donde se puede hacer un alto en el antiguo castillo de la Orden de Calatrava, hoy Parador Nacional, y visitar la hermosa colegiata de Santa María la Mayor, cuya mole se divisa en lontananza al aproximarse, nos adentramos en esta preciosa zona, observando ya desde el inicio un cambio en la arquitectura y en los paisajes. Entramos en tierras de la Franja de Aragón, administrativamente pertenecientes a la provincia de Teruel –tan olvidada como bonita-, en las que se conserva una lengua local, dialecto particular del catalán, una muestra más del extraordinario patrimonio lingüístico que conservamos en España, uno de los más ricos de Europa –donde el “éxito” del modelo francés de Estado-Nación decimonónico acabó con muchas de las lenguas existentes-, que ojalá apreciáramos más y dejara de ser utilizado como causa de división y enfrentamiento.

Me sorprendió, junto con la belleza gótica o barroca de sus iglesias, la existencia de una extraordinaria arquitectura civil, plasmada en sus ayuntamientos, de diseño renacentista, inserta en unos conjuntos urbanos de gran interés. A través de portadas ojivales o de medio punto, penetramos en el dédalo de sus callejuelas, algunas exquisitamente ornamentadas con macetas que ofrecen estallidos de color sobre el dorado de la piedra. Valderrobres, ceñida por el río Matarraña y coronada por el castillo-palacio y la iglesia de Santa María la Mayor, que nos regala los juegos de la geometría ojival de su rosetón; La Fresneda, Beceite, Monroyo, Calaceite…todos sorprenden y ninguno defrauda. O la bellísima Cretas, a la que llegué en medio de un atardecer esplendoroso, con la iglesia manierista de la Asunción de Nuestra Señora, en la que se puede admirar una extraordinaria portada y la elegancia de su interior, desnudo tras el desgraciado incendio perpetrado por los revolucionarios durante el furor anticlerical de 1936.

Fachada de la iglesia de Cretas

Pero no es sólo el patrimonio artístico. El natural es realmente maravilloso. El Parrizal de Beceite nos regala la oportunidad de contemplar unos parajes muy bellos, a la vez que disfrutar del baño en sus cristalinas aguas. Y para recuperar fuerzas, la deliciosa gastronomía, que tiene en el ternasco uno de sus platos principales. Todo ello hace de la visita a este territorio una experiencia de lo más completa y enriquecedora, tanto para el cuerpo como para el espíritu.

Hay quien habla de la comarca como de la Toscana española. Aunque, como leí el otro día en Twitter, quizá habría que decir el Matarraña italiano.

domingo, 8 de agosto de 2021

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

 En medio de las dificultades de la vida, camino duro, lleno de asperezas y peligros, necesitamos, como el profeta Elías en la primera lectura del Libro de los Reyes (1R 19,4-8) no sólo el alimento material que nos proporcione vigor al cuerpo, sino, sobre todo, un alimento que fortalezca el espíritu y le disponga a afrontar los grandes retos que le salen al encuentro. Elías, hundido existencialmente, desterrado y fugitivo, es confortado por Dios, quien, como antaño al pueblo de Israel errabundo por el mismo desierto, le proporciona el pan que le devuelve las fuerzas; de este modo el profeta puede recorrer el camino que le conducirá al Horeb, el monte de Dios, donde Yahveh se había revelado a Moisés y de nuevo lo hará con Elías.


A nosotros, peregrinos por el camino de la vida, Dios nos ofrece otro alimento que nos dispone al encuentro con Él, a la plena revelación de su Persona en ese encuentro definitivo que se producirá tras la muerte; entonces no será en la tormenta ni en el susurro del viento, sino que Él se mostrará cara a cara, en revelación total de su misterio de Amor. Ese alimento es el de la fe, el creer en su Hijo enviado al mundo para la salvación del mismo; Jesús es el Pan vivo bajado del cielo para que quien crea en Él tenga vida eterna. Pero no sólo es alimento del alma por la fe al creer en Él, sino que también, y así se manifiesta en esa catequesis progresiva que es el Discurso del Pan de Vida (Jn 6,41-51), es auténtico alimento en el Pan transubstanciado, verdadera carne del Señor resucitado, su Cuerpo glorioso ofrecido en la Cruz y vencedor victorioso de la muerte en la Resurrección. Anticipo de vida eterna, verdadera comida que sacia el alma y transforma el corazón, haciéndonos capaces de realizar en nuestra vida el proyecto de Amor que Cristo ofrece como camino de plenitud para el ser humano. Con la fuerza de la Eucaristía podemos, como nos invita el apóstol Pablo (Ef 4,30-5,2), ser imitadores de Dios, consecuencia de nuestro ser hijos en el Hijo por el Bautismo, y vivir el elenco de virtudes que desgrana ante los cristianos de Éfeso, y que  no dejan de ser un modo práctico de cumplir el mandamiento del Amor que sintetiza, condensa y realiza en plenitud la ética y la moral cristiana.

Este domingo es, por tanto, una invitación a gustar, a experimentar existencialmente, la bondad del Señor, fuente de dicha para quien, como a la sombra de un árbol en el calor del estío, se refugia en Él (Salmo 33)

lunes, 26 de julio de 2021

Campos de Brihuega

Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo, sobre la floración de la lavanda en los campos de Brihuega

 Hace unos meses les hablaba del riquísimo patrimonio artístico de la Alcarria, invitándoles a que, como Cela, descubrieran sus pueblos y paisajes. Estos días he retornado a aquellas tierras para contemplar una de las visiones más espectaculares y hermosas que podemos tener durante julio en Castilla-La Mancha, la floración de la lavanda, especialmente impresionante en los alrededores de Brihuega.

Es algo realmente bello. Acudí por la tarde, antes de la puesta del sol, y de nuevo pude disfrutarlo por la mañana. Un océano de flores de lavanda o lavandín, que con sus diferentes intensidades, matizadas por el sol, se ofrecen a nuestros ojos como un tapiz violáceo y azulado festoneado de verde, en conjunción, a veces, con el dorado intenso de los trigales a punto de siega. Al atardecer, con el sol poniente, adquiere una vigorosa tonalidad. La brisa, casi viento, mientas paseaba por los carriles que separan las hiladas, hacia danzar las flores, que exhalaban su fragancia, envolviéndome con un olor exquisito, mientras el azul del cielo iba poco a poco pasando, con transiciones de oros, a un naranja que estallaba sobre las montañas antes de cubrirnos con un oscuro manto tachonado de estrellas. Todo un regalo para los sentidos.

Brihuega se ha convertido en la tierra de la lavanda, acogiendo la mayor extensión de aromáticas de España, y sus gentes han sabido transformar su cultivo no sólo en fuente de riqueza agrícola, sino en base de una diversificada industria que ofrece  todo tipo de productos, desde cosméticos a gastronómicos, que han asegurado un futuro prometedor al pueblo y su comarca. Pero no sólo. La floración de la lavanda es ya uno de los principales atractivos del pueblo, que ofrece, además, un extraordinario conjunto artístico formado por el castillo de la Piedra Bermeja, residencia medieval de los arzobispos de Toledo, quienes, señores de la población tras la Reconquista, la dotaron de fuero y ejercieron el mecenazgo artístico en ella; las iglesias de San Miguel, San Felipe -quizá la iglesia más hermosa de la villa-, y Santa María de la Peña; las murallas, la Real Cárcel de Carlos III o una de las muestras más interesantes de arquitectura industrial del siglo XVIII, la Real Fábrica de Paños, con los espléndidos jardines del XIX, desde los que tenemos una bellísima panorámica del valle del Tajuña. Las calles, engalanadas de morado en estos días, ofrecen un marco acogedor que nos invita a degustar la riqueza gastronómica de esta tierra de miel y de espliego, de cantuesos y romeros, tomillos y mejorana.


Campos de lavanda en Brihuega

Brihuega es un auténtico ejemplo de cómo, en la España vaciada, el patrimonio natural y el histórico-artístico, bien cuidados y gestionados, son una oportunidad de riqueza, de prosperidad, de futuro. Ojalá cunda el ejemplo.

Y, si me permiten, un consejo. Visiten en estos días ese jardín de la Alcarria que es Brihuega y zambúllanse en la belleza indescriptible de sus campos de lavanda.