lunes, 19 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (II)


Cardenal y arzobispo primado

En el consistorio de 11 de diciembre de 1922 el papa Pío XI le creó cardenal de la Iglesia romana; pocos días después, el 14 del mismo mes, le preconizó arzobispo de la silla primada de Toledo, vacante tras el fallecimiento, el 21 de enero de ese mismo año, del cardenal Enrique Almaraz y Santos. La provisión de Toledo a favor de Reig se hizo después de que la intervención del nuncio Tedeschini logrará imponer su candidatura, con el apoyo del rey Alfonso XIII, y frente al criterio del Gobierno, que prefería al arzobispo de Burgos, cardenal Benlloch.
El día 14 de diciembre recibió el solideo de manos del conde Angelo Valentini, guardia noble de Su Santidad, en la catedral metropolitana. Desde Valencia, el nuevo cardenal se trasladó a Madrid, con el fin de recibir del rey Alfonso XIII la birreta cardenalicia, en ceremonia celebrada en la capilla del Palacio Real, el día de Navidad. El solemne acto comenzó a las once de la mañana, con la asistencia de los reyes, varios infantes, el arzobispo dimisionario de Valencia, Nozaleda, el de Valladolid, el obispo de Madrid, grandes de España, las damas de la corte y altos palatinos. La ceremonia se inició con la presentación al rey del breve pontificio por parte del ablegado monseñor Domenico Spada; el monarca lo entregó al caballero calatravo y secretario de la real capilla, Gonzalo Morales de Setién para de diera lectura al mismo, y a continuación el ablegado pronunció un discurso en latín, tras el cual el arzobispo electo se acercó al monarca, quien le impuso la birreta; a continuación el nuevo cardenal pronunció un discurso, para después revestirse en la sacristía con la púrpura y regresar junto a los reyes para participar en la misa.
La imposición del capelo cardenalicio tuvo lugar en Roma, en consistorio público, celebrado en mayo de 1923 en la basílica de San Pedro, siendo agregado a las congregaciones de Sacramentos, Concilio y Fábrica de San Pedro y recibiendo el título de San Pietro in Montorio.
Antes de entrar en su diócesis tuvo que actuar ya como cabeza del episcopado español ante el proyecto del Gobierno de la Concentración Liberal de reformar el artículo 11 de la Constitución, con el objeto de ampliar la libertad religiosa, proyecto que suscitó la oposición frontal, tanto de la Santa Sede como del episcopado español. Roma entendía que dicha reforma modificaría el artículo primero del Concordato de 1851, lo que equivaldría a la denuncia implícita del mismo. El nuncio Federico Tedeschini escribió a todos los obispos españoles con el fin de informarles, recibiendo la adhesión de los mismos. Los metropolitanos decidieron nombrar una comisión, formada por el cardenal Reig y el cardenal Benlloch, arzobispo de Burgos, quienes se entrevistaron con el presidente del consejo de ministros, Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas, exponiéndole la opinión del episcopado español, totalmente contraria a la reforma, e indicándole que si esa era la intención del Gobierno, los obispos se dirigirían a los fieles para manifestarles que no podían votar a los candidatos partidarios de la reforma. Además los metropolitanos, en su reunión de principios de febrero de 1923, decidieron elaborar un documento dirigido al presidente del consejo de ministros, que preparó Reig, quien lo remitió al nuncio y después incorporó las correcciones que Tedeschini le sugirió. Pero antes de que pudiera enviarlo, el cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza le escribió el 26 de marzo, diciéndole que se debía esperar a que el Gobierno hiciera la declaración ministerial y se viera si efectivamente pensaba realizar la reforma, y que, entretanto, él, aprovechando que tenía amistad con varios ministros, había dirigido al Gobierno una exposición privada, cuya copia remitía. Reig le contestó que iba a mandar el documento, dada la urgencia que le había manifestado el nuncio, aunque no se atrevía a incluir su firma si no le telegrafiaba, dando su conformidad. Pero el 29 de marzo Reig recibía la sorpresa de leer en la prensa la exposición del prelado de Zaragoza, ya que la Prensa Asociada, de la que disponía el cardenal zaragozano, había enviado copia casi íntegra a la prensa de provincias. Por todo ello Reig escribió al nuncio, indicando que se desentendía de toda futura acción colectiva, y haría por su cuenta lo que considerara procedente. Además justificaba esta decisión por un hecho acontecido el 6 de febrero; ese día, aniversario de la elección del papa, reunidos todos los metropolitanos, acordaron dirigir al cardenal secretario de Estado un telegrama de felicitación, que redactó el cardenal Benlloch, y que todos aceptaron, salvo el cardenal Vidal y Barraquer, quien protestó de la firma “Cardenal Reig, Arzobispo Primado” que el cardenal de Burgos había puesto, diciendo que él había jurado defender la primacía de Tarragona. Reig contestó que por su parte no tenía inconveniente en que se suprimiera lo de primado, a lo que el cardenal de Zaragoza replicó que, si la firma era solo de cardenal, le correspondía firmarlo a él, por ser el más antiguo, en vista de lo cual se decidió enviarlo sin firma. Finalmente Reig envió el 1 de abril el documento colectivo del episcopado, dirigido al presidente del consejo de ministros. Previamente otros prelados habían actuado, a título individual, como el de León, quien había enviado una carta confidencial al presidente del consejo, como diocesano suyo, rogándole que se opusiera a la reforma; lo mismo hizo el arzobispo de Valladolid, mientras que el de Jaca publicó una pastoral al respecto. Rápidamente se habló de crisis en el Gobierno, pues los ministros no se esperaban una actitud tan enérgica, y se empezaron a reunir rápidamente y consultarse. Melquíades Álvarez convocó en su casa a algunos de los principales miembros del partido, decidiendo de insistir en la reforma para no dar impresión de ceder ante la “rebelión de los obispos”. La tarde del 3 de abril se celebró consejo de ministros, que se prolongó más de cinco horas. El ministro de Hacienda, Manuel Pedregal, insistió en la reforma del artículo 11, mientras el resto de los ministros se mostraron disconformes, lo que llevó a la dimisión de Pedregal. Al día siguiente el presidente del consejo declaró que no se trataba de renunciar a la promesa de reforma, sino solo posponerla a otro momento más oportuno.

Entrada en la diócesis. Primeras actuaciones

El 24 de junio de 1923 entraba solemnemente en la capital de su archidiócesis, habiendo tomado posesión de la misma tres días antes, mediante poderes otorgados al deán de la catedral primada. El nuevo arzobispo llegó en tren desde Madrid; en la estación de Yeles y de Esquivias, límite ferroviario y diocesano de la provincia de Toledo por esa línea, fue recibido por el gobernador eclesiástico de la diócesis, José Rodríguez García-Moreno, el gobernador civil y el teniente coronel de la Guardia Civil. Al llegar a Toledo fue recibido por las autoridades locales en la estación de tren; a continuación, tras saludar uno a uno a los presentes, subió en compañía del alcalde a un automóvil y se dirigió a la catedral primada. En la puerta del Perdón se arrodilló en un reclinatorio, venerando el Lignum Crucis, para prestar a continuación juramento en el libro de las Constituciones de la Iglesia de Toledo; tras tomar el agua bendita y ser incensado, pasó al interior del templo, donde se entonó el Te Deum y el cardenal recibió el homenaje del clero catedral. Al acabar, el arzobispo entonó una oración y pronunció una alocución en la que, tras agradecer la acogida dispensada, recordó que Toledo era eminentemente católico y piadoso, fruto de siglos de fe; evocó sus tiempos de capitular toledano y prometió consagrarse con todas sus energías a sus nuevos hijos. Asimismo aludió al lema pontifical de Pío XI, Pax Christi in regno Christi, al hablar de la situación del país, no ocultando su preocupación, pues se estaba atravesando una “crisis verdaderamente difícil, pasmosa”, de la cual solo se podría salir acudiendo a la solución cristiana que el papa había propuesto en su encíclica inaugural, Ubi arcano. Concluyó visitando  las tumbas de los cardenales Sancha y Almaraz. A continuación tuvo lugar, en el palacio arzobispal, la recepción y el banquete de autoridades.
Poco después realizaba los primeros nombramientos en la curia, designando, de modo interino, al que había sido vicario capitular durante la sede vacante, José Rodríguez, provisor y vicario general; canciller secretario de cámara y gobierno a Francisco Vidal y Soler; secretario de la comisaría general de la Santa Cruzada a Francisco Vilaplana y oficial de la delegación general de capellanías a Ricardo Pla y Espí. Ese mismo mes de julio, el 29, el nuncio Tedeschini le comunicaba que la Santa Sede le confiaba la dirección general de la Acción Católica.
Tras el golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, el cardenal, teniendo en cuenta las circunstancias por las que atravesaba el país, invitó a los diocesanos a orar, pidiendo luces y gracias para los nuevos gobernantes, mandando celebrar un triduo que comenzaría el 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar. Que el primado veía con buenos ojos el cambio político parece deducirse de sus palabras, en las que expresaba que el nuevo gobierno hacía concebir esperanzas y pedía el auxilio divino “para la regeneración patria”. Varios obispos reprodujeron la circular del primado; en conjunto, la reacción de la jerarquía católica, como la de la mayoría de los españoles, fue favorable al golpe, (aunque algún prelado, como el de Valencia, se mostró cauto) ya que Primo encarnaba el patriotismo y los ideales regeneracionistas que ellos mismos compartían.
Los días 21 y 22 de septiembre, témporas de san Mateo, confirió, por primera vez como arzobispo de la diócesis, las órdenes sagradas, tanto menores como diaconales y de presbíteros; estos últimos fueron Ángel Morán Otero, Ambrosio Ayuso Pizarro, Justo Duro del Moral, Isabelino Madroñal Sánchez, Andrés Toledano Hernández, Máximo Sánchez de Castro y los extradiocesanos Perfecto Malo Marco y Agustín Malo López.
El 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, firmaba el cardenal el decreto por el que anunciaba el inicio de la visita pastoral. El prelado cumplía así una de las obligaciones canónicas, que en su opinión, además, era uno de los medios mejores para acertar en el gobierno y administración de la diócesis, al ponerse en contacto personal con el clero y el pueblo, conociendo lugares y costumbres, así como las necesidades y las condiciones de los diocesanos. En el decreto se señalaba aquello que sería objeto de inspección: inventarios, libros sacramentales, libros de colecturías y cuentas de fábrica, colección del boletín oficial, estado de las capellanías, aniversarios y demás fundaciones piadosas; ornamentos; vasos sagrados, misales, rituales y libros destinados al servicio de la iglesia; libro de encargos y cumplimiento de misas; libro de actas de las conferencias y de visita de los arciprestes; cofradías del Santísimo Sacramento y de la Doctrina Cristiana; uso del conopeo; cumplimiento de las normas referentes a la primera comunión de los niños; administración y estado del cementerio, así como el cumplimiento de las leyes eclesiásticas sobre el mismo; objetos de valor artístico y su conservación y custodia; obras sociales existentes. Reig deseaba comenzar por aquellos pueblos que hiciera más tiempo que no se visitaban; estos serían Almonacid de Toledo, Mascaraque, Villanueva de Bogas, Chueca, Manzaneque, Villaminaya, Mazarambroz y Nambroca. Los días 28, 30 y 31 de octubre el cardenal visitó los pueblos de Nambroca, Chueca y Mazarambroz, siendo recibido con gran alegría por la gente, tras diecinueve años sin haber sido visitados por el prelado. A partir del 4 de noviembre continuó por los pueblos previstos, pero cuando se disponía a realizar la visita a otros pueblos de la zona, hubo de suspenderla, debido a que tuvo que acompañar al rey en su viaje a Italia; durante su ausencia encargó el gobierno de la diócesis al provisor y vicario general, José Rodríguez. En mayo de 1924 retomaría la visita, esta vez al arciprestazgo de Guadalajara, comenzando por las parroquias de la capital el 17 de mayo, además de Iriépal y Azuqueca.
Desde Roma escribió a sus diocesanos el día 20 de noviembre una circular en la que les describía la audiencia en la que el papa recibió al rey Alfonso XIII, y como éste solicitó al romano pontífice que ese año, el día de la Inmaculada, todos los párrocos y encargados de cura de almas pudieran dar la bendición apostólica con indulgencia plenaria a todos sus feligreses. El primado destacaba la emoción con la que había presenciado el acto de recibimiento del rey por el papa, la impresión con que contempló cómo el monarca, tras las genuflexiones previas, besó el pie del pontífice y fue después abrazado por éste. Reig mandaba que se publicaran los discursos de ambos y que se leyeran a los fieles en la misa de mayor concurrencia el II domingo de Adviento. La importancia del viaje real derivaba del hecho de que hacía muy poco que se había levantado el veto pontificio a las visitas de un jefe de Estado al reino de Italia, a causa de la “cuestión romana”, siendo el monarca español el primer soberano católico que lo realizaba. Alfonso XIII quedaba confirmado como “rey católico”, produciendo su discurso un entusiasmo general en el episcopado español, desbordándose los sentimientos patrióticos-religiosos-monárquicos.
Como era habitual en la archidiócesis primada, dada su gran extensión, el cardenal Reig obtuvo el nombramiento, para ayudarse en su gobierno, de un obispo auxiliar. Fue designado el prebendado de la catedral de Valencia, Rafael Balanzá y Navarro, designado el 22 de septiembre de 1923 y recibiendo el regio beneplácito el 9 de octubre. Nacido en Valencia en 1880, doctor en Teología, su especialización en los asuntos canónicos le llevaron, tras la promulgación del Código, a ser nombrado viceprovisor de la curia diocesana, y más tarde, provisor de la diócesis valenciana; empeñado asimismo en la reforma del canto litúrgico y la introducción del canto gregoriano, al ser designado como auxiliar de Toledo desempeñaba también los cargos de examinador prosinodal, vicepresidente de consejo diocesano de administración y miembro del colegio de doctores de la facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Valencia. El domingo 20 de enero de 1924 era consagrado en la catedral metropolitana de Valencia, actuando de consagrante principal el cardenal Reig y de asistentes el arzobispo de Valencia, Prudencio Melo y el obispo de Mallorca, Rigoberto Domenech; al nuevo obispo auxiliar le fue asignada la sede titular de Quersoneso.
El 22 de octubre de 1923 se reunían en Toledo los obispos de la provincia eclesiástica, bajo la presidencia del primado. Con motivo de la misma, dirigieron un mensaje al presidente del Directorio, Primo de Rivera, en el que mostraban su satisfacción por las medidas y orientaciones que había tomado, así como por la moralización de las costumbres y otras realizaciones; los prelados encarecían al Directorio que de cara a la reforma educativa, cumpliendo las prescripciones legales, en todos los grados de la enseñanza se conservara e intensificara “el carácter religioso, moral y patriótico” de la educación; asimismo destacaban la precaria situación económica de los párrocos jubilados, pidiendo que se destinasen en los presupuestos la cantidad necesaria para su digno sustento, al igual que reclamaban un aumento de las dotaciones para el culto, insuficientes para el mantenimiento de las iglesias, sobre todo rurales y rogaban que cuando se reformara la ley de reclutamiento, se consignara el principio de inmunidad personal de los clérigos.


sábado, 10 de octubre de 2015

El cardenal Enrique Reig y Casanova (I)

Una figura destacada en la vida eclesial y social española de principios del siglo XX fue el cardenal Reig y Casanova. Sin embargo, desde el punto de vista historiográfico, está aún poco estudiada. Por ello quiero compartir el texto de una conferencia que impartí sobre el mismo, y que ha sido publicada, como artículo, en el número 30 la revista Toletana, pp. 257-311, donde se puede encontrar con todo el aparato crítico que, por comodidad para su lectura, suprimo aquí.

Retrato del cardenal Reig en la Sala Capitular de la Catedral Primada de Toledo

Enrique Reig y Casanova nació en Valencia, en la parroquia de los Santos Juanes, el 20 de enero de 1859. Matriculado en el Instituto de Játiva, cursó allí la segunda enseñanza desde 1871 a 1875. Sintiendo la vocación eclesiástica se incorporó al seminario conciliar de Valencia, en el que aprobó, con brillantes calificaciones, hasta cuarto de Teología. En 1878 obtuvo por oposición una beca en el Colegio Mayor de la Presentación y Santo Tomás de Villanueva. Desde 1880 a 1886 abandonó los estudios eclesiásticos y pasó a la Universidad de Valencia, donde cursó toda la carrera de Derecho, en la que también obtuvo notas brillantes, ganando por oposición 10 premios y matrículas de honor. En 1885 se le adjudicó el premio extraordinario que se otorgaba en cada Facultad, en virtud del cual se le expidió el título de licenciado en Derecho civil y canónico, libre de gasto. Como remate a su carrera obtuvo el doctorado en la Universidad Central de Madrid.
Durante este periodo contrajo matrimonio con una pariente suya, Francisca Albert Reig, previa dispensa del matrimonio por consanguinidad. La ceremonia tuvo lugar el 15 de julio de 1883. El matrimonio tuvo dos hijos. Pero durante la epidemia de cólera de 1885 ambos fallecieron, al igual que su madre. Esto llevó a Reig a replantearse su vocación eclesiástica, continuando sus estudios de Teología y Cánones, primero en el seminario de Almería y en el de Mallorca, después.
En 1886 se ordenó de sacerdote en Almería, acogido por el obispo José María Orberá Carrión, valenciano y amigo suyo; allí desempeñó las tareas de catedrático de Historia Eclesiástica, capellán de Nuestra Señora de Gador y fiscal de la subdelegación castrense. En octubre de 1886 el obispo de Mallorca, Jacinto María Cervera, le llamó a Mallorca, de cuyo obispado fue secretario de cámara y gobierno, hasta que fue nombrado provisor y vicario general. En 1891, previa oposición, fue nombrado canónigo penitenciario de la catedral mallorquina. A la muerte del prelado fue elegido por unanimidad ecónomo de la mitra sede vacante. Fue visitador del hospital y cofradía de san Pedro y san Bernardo, del colegio de Nuestra Señora de la Sapiencia y de la congregación de hermanas de la Pureza de María Santísima; examinador prosinodal de la diócesis y consiliario de hacienda del seminario conciliar; vicepresidente de una junta de patronato y auxilios para obreros; vocal de la comisión provincial de estadística de las islas Baleares, de la junta provincial de Instrucción pública y de las de la exposición histórica americana, de la de auxilios de las inundaciones de Consuegra, Almería y Valencia; de la exposición nacional agrícola de Madrid y de la de indumentaria retrospectiva de Barcelona.
De Mallorca pasó a Toledo, de cuya catedral fue nombrado canónigo, tomando posesión de su nuevo cargo el 1 de enero de 1901; dos años después alcanzó la dignidad de arcediano. El cardenal Sancha le confió los cargos de provisor, vicario general, juez metropolitano sustituto y delegado general de capellanías del arzobispado. Además, en el seminario conciliar, fue profesor de Sociología. Acompañó al cardenal Sancha en los viajes que realizó para asistir a las fiestas del vigésimo quinto aniversario de la coronación de León XIII y con motivo del cónclave en el que resultó elegido Pío X. En Toledo comenzó a darse a conocer por su actividad en el campo social, por medio de la prensa y del movimiento obrero católico. Gracias a su iniciativa nació en 1904 el periódico El Castellano, a la vez que su fama se iba extendiendo a nivel nacional. Recopilando diversos artículos publicados anteriormente en diferentes revistas, divulgó asimismo cuestiones relacionadas con el Derecho Canónico.
Una nueva etapa comenzó en Madrid en 1905, al ser nombrado auditor del Supremo Tribunal de la Rota española. Aquí desarrolló una intensa labor en la prensa, en el púlpito, al frente de entidades y asociaciones. Fue el primer rector de la Academia Universitaria Católica; presidió asambleas y congresos; dirigió la revista Paz Social, de cuestiones sociales; fundó Revista Parroquial y fomentó los sindicatos de obreros.

Obispo de Barcelona

En mayo de 1914 fue preconizado obispo de Barcelona, siendo consagrado el 8 de noviembre; el 21 de dicho mes hizo su entrada en la capital de su diócesis. En Barcelona organizó misiones generales, celebradas desde el 22 de febrero al 11 de marzo de 1917, además de las especiales que hubo para obreros, sirvientes, dependientes de comercio e industria. Llevó a cabo el concurso a curatos, proveyendo más de las dos terceras partes de parroquias, que estaban vacantes; trabajó en la intensificación de la vida litúrgica, mediante la preparación y celebración del congreso litúrgico de Montserrat de 1915; creó nuevas parroquias y aumentó hasta seis el número de tenencias o ayudas de parroquias. Celebró el centenario de la fundación de la orden de la Merced; como delegado pontificio presidió el congreso de sacerdotes y esclavos de María. Para mejorar el nivel del clero regularizó el día de retiro y los ejercicios espirituales para sacerdotes, y promulgó el nuevo reglamento para el seminario. Otras actuaciones suyas fueron el arreglo beneficial, la inauguración del museo arqueológico diocesano, la celebración del sínodo diocesano para implantar las disposiciones del nuevo Código de Derecho Canónico y visitó toda la diócesis. En cuanto a su labor social, en febrero de 1916 publicó una carta pastoral sobre la Acción Católica, sentando las bases para la organización de la misma en la diócesis, complementada con la pastoral de 1917 sobre las juntas parroquiales; fundó la Acción Popular; en enero de 1918 publicó una exhortación pastoral sobre los deberes sociales del momento, traducida a varias lenguas; jornadas y asambleas diocesanas para la Federación de Patronatos de obreros y de centros católicos.

Arzobispo de Valencia
           
El 20 de febrero de 1920 fue nombrado arzobispo de Valencia, entrando oficialmente el 27 de junio. Durante los dos años y medio que rigió la diócesis valenciana, aplicó sus energías a la santificación del clero y al cuidado de su mejora material; estableció el cabildo de párrocos y organizó las comunidades de beneficiados de la capital; celebró concurso a curatos; dio impulso al Montepío del clero, proporcionándole locales y abundantes medios para su desenvolvimiento y creando la cooperativa de trajes talares; restauró la pía unión y congregación sacerdotal de san Vicente de Agullent; fundó la Unión Misionera del clero e inauguró una institución de sacerdotes diocesanos. Dedicó cada año cinco meses a la visita pastoral; unificó y revisó el texto del catecismo diocesano; erigió la congregación diocesana de religiosas operarias del Divino Maestro; celebró conferencias episcopales y formó e inauguró el museo arqueológico diocesano. La preocupación de monseñor Reig por el arte y la historia hicieron que llegara  ser académico correspondiente de la de Historia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. En 1923 coronó, con asistencia de los reyes y del nuncio, a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia.  


lunes, 31 de agosto de 2015

Lisboa

Acostumbrado a cruzar desde niño sobre el Tajo en Toledo, me impresionó, casi dejándome sin palabras, divisar el majestuoso estuario del río desde el avión, a medida que me aproximaba a Lisboa. Es la misma experiencia, pero teñida de melancolía, cuando al retorno, las últimas luces de la tarde bruñían las aguas y volviendo a Madrid, nos adentrábamos en la oscuridad de la noche.
Lisboa...una de las ciudades más bellas que conozco. Cuatro días en ella saben a poco. Lisboa son sus monumentos, desde la reciedumbre de la Sé hasta las filigranas manuelinas de los Jerónimos. Pero son también sus calles, llenas de vida; el tipismo de Alfama, la degradación de la Moureria, el esplendor de la Praça do Comercio. Y son sus gentes, amables, hospitalarias. Lisboa es la aparente tristeza del fado y la fuerza de los conciertos en los locales de la Baixa o del Chiado. Los olores penetrantes de los restaurantes típicos, ebrios de pescados y vinos generosos, y el sabor delicioso de una rica gastronomía.
                    La Sé
Es hermoso redescubrir Lisboa después de tanto tiempo. En esta ocasión me ha impresionado cómo no esperaba. Sus calles me recuerdan las de Roma, de ahí la íntima familiaridad que he sentido paseando, sin prisas, por ellas. Sus iglesias, de un barroco diferente, majestuoso, invitan al recogimiento, a la oración. Los palacios recuerdan un pasado glorioso, aventurero, el de una pequeña nación que se lanzó a los caminos de la mar; un pueblo de exploradores, de soñadores, que quiso ir más allá de lo conocido, que sometió a las fuerzas hostiles de la naturaleza y se adentró en paraísos que superaban todo lo imaginable. En los Jerónimos encuentra uno el esplendor de Oriente, mezclado con los delirios del último gótico, la locura del desventurado don Sebastián y la firme voluntad de doblegar fronteras del afortunado don Manuel.
Lisboa...Me ha sorprendido la riqueza del Museu Nacional de Arte Antiga, en cantidad y calidad, desde el políptico de San Vicente, de un realismo desconcertante, hasta los delirios surrealistas de El Bosco, cuya visión justifica por sí sola un viaje a Lisboa. La riqueza de la orfebrería religiosa, la delicadeza del arte japonés y chino, las exuberancias de las piezas indias. Un conjunto magnífico, que puede ser contemplado tranquilamente, dada la poca cantidad de visitantes, que contrasta con las masas que invaden otros espacios. Y el complemento del Museu es la colección Calouste Gulbenkian, expresión magnífica de un mecenazgo casi desusado en nuestros tiempos.
Retorno de Lisboa con un sabor agridulce. El del saber lo cerca que estamos de Portugal, y sin embargo, parece que nos separan miles de kilómetros. Una historia de desconfianzas, de recelos mutuos, que nos ha hecho ignorarnos, cuando estamos tan próximos, cuando compartimos tantas cosas. Tal vez este viaje, esta tercera, pero que semeja una primera, estancia en la ciudad signifique, por mi parte, el tratar de subsanar, desde mis posibilidades como investigador, este desconocimiento. Creo, y espero, que tantos españoles como deambulaban estos días por las calles lisboetas, serán capaces de superar prejuicios seculares y contribuirán a enlazar a estos dos viejos países, hijos de la Hispania romana y visigoda

Claustro de los Jerónimos

miércoles, 8 de julio de 2015

Historia de la Institución Teresiana (1911-1936)

Francisca Rosique (ed.), Historia de la Institución Teresiana (1911-1936), Sílex, Madrid, 2014, 583 pp.

Uno de los ámbitos de la historiografía española aún más necesitados de investigación es el del papel que las mujeres católicas desempeñaron en el origen y crecimiento del movimiento feminista en España a comienzos del siglo XX, papel en modo alguno irrelevante y que condujo a iniciativas que tuvieron un gran auge y desarrollo, como fue el surgimiento de la Acción Católica de la Mujer, promovida por el cardenal primado Victoriano Guisasola en 1919. Entre los principales pioneros en la promoción de las mujeres está el sacerdote Pedro Poveda Castroverde (1874-1936) con la fundación de la Institución Teresiana en 1911, obra original y profundamente renovadora, que permitió que un gran número de mujeres accediera al mundo de la cultura, la investigación y la docencia, y pasaran a formar parte de las élites científicas y educadoras del país. Pedro Poveda selló con su sangre su compromiso sacerdotal y cristiano en favor de las mujeres, pero su obra, expresión de una vida reconocida por la Iglesia mediante su canonización, sigue viva, extendida por todo el mundo. Junto al padre Poveda emerge otra gran figura, la de la maestra Josefa Segovia Morón (1891-1957), que sería la primera directora general de la Institución. Sin embargo, hasta ahora, carecíamos de un estudio riguroso sobre los orígenes y desarrollo de dicha Institución. Es esta laguna historiográfica la que viene a llenar el presente libro, publicado cuando apenas han pasado tres años de la celebración del primer centenario de la fundación.

La obra ha sido dirigida y editada por la doctora en Historia Contemporánea y directora de la Cátedra Pedro Poveda de Historia de la Institución Teresiana, Francisca Rosique Navarro. La doctora Rosique, cuya obra investigadora se ha centrado en el primer tercio del siglo XX español, especialmente en temas relacionados con la Segunda República, como la reforma agraria, los grupos de presión o figuras del feminismo tales como María de Echarri, ha coordinado a un grupo de diversas investigadoras, tanto de España como de Italia y América, que, desde diferentes ángulos, nos presentan el origen y desarrollo de la Institución Teresiana durante su primera etapa, hasta el momento en que, con el asesinato del padre Poveda en el Madrid revolucionario de 1936, sea preciso iniciar un nuevo periodo, ya sin el aliento e inspiración del fundador. Las autoras que colaboran con la doctora Rosique son Carmen Aparicio, de la Universidad Gregoriana de Roma; Carmen Cabezas, de la de Salamanca; Camino Cañón, de la Universidad Pontificia Comillas; Anna Doria, profesora en liceos de Turín y Roma; Consuelo Flecha, de la Universidad de Sevilla; Berta Marco, de la Fundación Castroverde; María Guadalupe Pedrero, de la Universidad Estatal Paulista de Brasil; María Dolores Peralta, de la Escuela Universitaria de Magisterio ESCUNI; Mercedes Samaniego, de la Universidad de Salamanca y Ángela del Valle, de la Complutense de Madrid.
De la mano de estas autoras, prestigiosas especialistas en sus ámbitos de investigación, entramos en contacto con los problemas y dificultades iniciales de una obra católica moderna, que animaba a las mujeres que se internaban en el mundo de la cultura, de la investigación o de la política y que se planteaban y trataban de vivir su misión de seglares en el seno de la Iglesia. Nos acercamos así no sólo al padre Poveda y a Josefa Segovia, sino también al grupo de sus colaboradoras y colaboradores más cercanos, como Antonia López Arista, Isabel del Castillo, Carmen Cuesta, Josefa Grosso, María de Echarri, Gonzalo de Figueroa, Miguel Vegas y un largo etcétera. Nos aproximamos también a aquella España de la Restauración, a los niños y jóvenes a los que se ofrecía no sólo la alfabetización, sino también una educación integral que les llevara a su pleno desarrollo personal, desde un profundo compromiso cristiano. Recorremos cómo desde sus orígenes humildes, superando numerosas dificultades y problemas, la Institución logró asentarse y más tarde expandirse fuera de España, logrando, a mediados de los años treinta, una vitalidad capaz de superar la muerte del fundador.
Francisca Rosique escribe los cuatro primeros capítulos, Contextos para una obra nueva; De los comienzos a la consolidación; Otras asociaciones de la Institución Teresiana y Relación de la Institución Teresiana con la Acción Católica. El capítulo V, de Ángela del Valle, Una propuesta educativa en las primeras décadas del siglo XX, aborda la renovación pedagógica de comienzos de la centuria, así como las aportaciones en este campo del padre Poveda. María Dolores Peralta, en el siguiente capítulo, Realidad educativa de IT en los años veinte: crecimiento, consolidación y nuevas aportaciones, desgrana el desarrollo de las residencias femeninas de estudiantes, así como los estudios de las academias teresianas y la creación en 1923 del Instituto Católico Femenino. El capítulo VII, escrito por Mercedes Samaniego, nos presenta La acción educadora en la Segunda República (1931-1936), con los desafíos planteados por la legislación republicana y las soluciones que se buscaron. Consuelo Flecha, en el VIII, Un feminismo católico con perfiles propios, aborda el estudio, incorporado por las nuevas corrientes historiográficas, de los movimientos católicos femeninos, que ponen de manifiesto el dinamismo de unas mujeres a las que su compromiso católico las llevó a implicarse en proyectos confesionales de carácter colectivo desde fines del siglo XIX. En el capítulo IX, Aportación de Poveda a la controversia ciencia-fe: una perspectiva de integración, Camino Cañón arroja luz sobre la recepción de las nuevas ciencias en la España de comienzos de siglo y nos muestra cual fue la postura y aportación de Pedro Poveda, con su propuesta de un humanismo en el que las ciencias estuvieran entroncadas en el mundo de la vida, donde situaba su fe. Sobre la ciencia profundizan Berta Marco y María del Carmen Cabezas en un capítulo conjunto, el X, titulado La Ciencia en los Boletines de las Academias de Santa Teresa (años 1913 a 1936). Las características propias de la espiritualidad de la Institución se nos muestran en el capítulo XI, Espiritualidad en tiempos de inclemencia, de Carmen Aparicio. Por último, la expansión de la Institución Teresiana fuera de nuestras fronteras, tanto en Chile como en Italia, es estudiado en sendos capítulos, el XII, de María Guadalupe Pedrero, La Institución Teresiana ensancha sus fronteras: Chile, y el XIII, de Anna Doria, Fundación en Italia, ¿conveniencia o necesidad?.

Se trata, por tanto, de una obra de lectura muy conveniente, pues nos descubre una realidad tremendamente dinámica y, sin embargo, demasiado olvidada, como fue la de los movimientos femeninos católicos en los primeros años del siglo XX, insertos a su vez en una Iglesia, la de la Restauración, que, más allá de prejuicios historiográficos, derivados en gran medida de la falta de investigaciones solventes y profundas, se nos presenta mucho más emprendedora, e incluso innovadora, de lo que solemos creer. Sea bienvenida por ello, y esperemos que sirva de aliento y acicate para la tan deseada normalización y homologación de la historiografía españolas en el ámbito de los estudios sobre la Iglesia en relación con lo que se escribe e investiga en otros países europeos. 

domingo, 3 de mayo de 2015

José Manuel Gallegos Rocafull

Entre las olvidadas figuras del clero republicano de los años treinta en España que la actual historiografía está recuperando, se encuentra la del canónigo cordobés José Manuel Gallegos Rocafull. Sobre él se ha escrito un interesante libro, Por lealtad a la República. Historia del canónigo Gallegos Rocafull ,sobre el que escribí una recensión, que comparto para animar a su lectura.

José Luis Casas, Por lealtad a la República. Historia del canónigo Gallegos Rocafull. Editorial Base, Barcelona, 2013, 343 pp.

Uno de los ámbitos historiográficos que más desarrollo están teniendo en los últimos tiempos, dentro del panorama histórico de nuestro país, es el de la recuperación de la memoria del exilio español, tanto a nivel biográfico como en relación a la obra realizada por los exiliados, de un modo particular la gran labor intelectual de aquellos que se instalaron en México. En este contexto hay que situar la biografía que el historiador José Luis Casas Sánchez (Cabra, Córdoba, 1954) ha realizado sobre una de las figuras más brillantes, pero, paradójicamente más olvidadas, de ese exilio. Se trata del sacerdote, canónigo lectoral de la catedral de Córdoba, José Manuel Gallegos Rocafull (1895-1963), cuya brillante y prometedora labor intelectual y social en España, primero en Córdoba y luego en Madrid, donde se incorporó al claustro de la Universidad Central como profesor de Filosofía, se vio truncada por la guerra civil, en la cual tomó decidido partido por la causa republicana, lo que le valió, primero la suspensión por parte de su obispo, y más tarde el exilio. En México desarrolló una ingente labor como filósofo y teólogo, así como una tarea pastoral intensa, tras su reintegración plena al ministerio. Numerosas obras, la mayoría desconocidas en España, le muestran como un teólogo inserto en lo mejor de la tradición tomista, al mismo tiempo que abierto a las nuevas corrientes filosóficas y teológicas.
Es esta figura la que se nos va mostrando a lo largo de la obra del profesor Casas, hecha desde el deseo de dar a conocer a un personaje injustamente olvidado y cuya obra merecería la pena fuera redescubierta, tanto en el ámbito filosófico como teológico español. El libro se desarrolla a lo largo de seis capítulos, a los que se añade un interesante apéndice documental (pp. 267-299) en el que se recogen algunos textos y documentos relacionados con la figura de Gallegos. Tras justificar en el primer capítulo, Por qué una biografía de Gallegos Rocafull, los motivos que le llevaron a interesarse por la figura del canónigo cordobés, analizado desde la clave del concepto de lealtad, nos presenta en el segundo, Años de formación, apostolado y propaganda, los primeros años del activo y brillante sacerdote, comprometido con la doctrina social de la Iglesia, con una intensa labor en Córdoba, a cuyo cabildo se incorporó con  veinticinco años, tras haberse formado en el seminario de Madrid y en la Universidad Pontificia de Toledo, así como en el ámbito de la investigación filosófica, que culminan con su incorporación a la docencia universitaria en Madrid, tras obtener el título de doctor con una tesis sobre El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Allí le encontró el estallido de la guerra civil, tomando Gallegos, junto a otros sacerdotes como Leocadio Lobo, la decisión de apoyar a la República, colaborando en el ámbito de la propaganda, lo cual le llevaría a enfrentarse al cardenal primado, Isidro Gomá, y a ser suspendido por su propio obispo; todo ello se nos narra en el tercer capítulo, Y llegó la guerra. Al finalizar la misma, Gallegos, tras una primera etapa en París, marchó a México, donde pronto se incorporó al ámbito universitario, desarrollando una rica e interesante producción filosófica, aunque siempre marcada por su inseparable fe, que lleva a preguntarse al autor si realmente Gallegos era un filósofo o un teólogo; en este capítulo, En el exilio: profesor, filósofo y teólogo, Casas nos va resumiendo alguna de sus obras más importantes. En el quinto capítulo, La voz de un exiliado, se nos muestra la labor cultural e intelectual del exilio español en México, así como la colaboración de Gallegos en varias revistas, con numerosos artículos. Por último, el capítulo sexto, Los testimonios, el recuerdo, el reconocimiento, nos presenta cómo tras la muerte de Gallegos, el 12 de junio de 1963, mientras impartía una conferencia en la Universidad de Guadalajara, su memoria se ha conservado en México y poco a poco se ha ido dando a conocer en España, aunque aún en un grado insuficiente.
La obra de Casas es un referente imprescindible para aquellos que deseen acercarse a la vida y producción intelectual de Gallegos Rocafull. Tal vez si el análisis de los escritos se hubiese hecho en capítulo aparte, se hubiera logrado una mayor agilidad a la hora de su lectura, pues para aquél poco habituado al lenguaje filosófico y teológico se puede hacérsele  duro seguir el hilo de los abundantes resúmenes de la obra de Gallegos que se van insertando a lo largo del desarrollo biográfico. En cualquier caso, es un libro que debe ser bienvenido de cara la recuperación de una figura injustamente olvidada, tal vez por la peculiaridad del personaje, marcado por un doble exilio, primero en el seno de la Iglesia y más tarde de su patria, y cuyo mejor colofón sería una publicación de la obra completa de Gallegos. En relación a ella, en el 2007 la editorial Península publicó, en 2007, La pequeña grey, donde se recogen algunas reflexiones de Gallegos sobre el conflicto civil que asoló España, escrito desde el desgarro que suponía para él, desde su condición de creyente. El autor nos advierte de la vastedad de la producción literaria del canónigo, señalando cómo en el estudio que nos presenta ha debido dejar numerosos textos que, en un futuro, se propone analizar.
En definitiva, un buen libro que puede proporcionar, tanto al historiador como al filósofo y al teólogo, una herramienta excepcional de cara a adentrarse en el conocimiento de una de las figuras más relevantes del panorama intelectual español de siglo XX.