Cardenal y arzobispo primado
En el consistorio de 11 de diciembre de 1922 el papa Pío XI le creó
cardenal de la Iglesia romana;
pocos días después, el 14 del mismo mes, le preconizó arzobispo de la silla
primada de Toledo, vacante tras el
fallecimiento, el 21 de enero de ese mismo año, del cardenal Enrique Almaraz y
Santos. La provisión de Toledo a favor de Reig se hizo después de que la
intervención del nuncio Tedeschini logrará imponer su candidatura, con el apoyo
del rey Alfonso XIII, y frente al criterio del Gobierno, que prefería al
arzobispo de Burgos, cardenal Benlloch.
El día 14 de diciembre recibió el solideo de manos del conde Angelo
Valentini, guardia noble de Su Santidad, en la catedral metropolitana. Desde
Valencia, el nuevo cardenal se trasladó a Madrid, con el fin de recibir del rey
Alfonso XIII la birreta cardenalicia, en ceremonia celebrada en la capilla del
Palacio Real, el día de Navidad. El
solemne acto comenzó a las once de la mañana, con la asistencia de los reyes,
varios infantes, el arzobispo dimisionario de Valencia, Nozaleda, el de
Valladolid, el obispo de Madrid, grandes de España, las damas de la corte y
altos palatinos. La ceremonia se inició con la presentación al rey del breve
pontificio por parte del ablegado monseñor Domenico Spada; el monarca lo
entregó al caballero calatravo y secretario de la real capilla, Gonzalo Morales
de Setién para de diera lectura al mismo, y a continuación el ablegado
pronunció un discurso en latín, tras el cual el arzobispo electo se acercó al
monarca, quien le impuso la birreta; a continuación el nuevo cardenal pronunció
un discurso, para después revestirse en la sacristía con la púrpura y regresar
junto a los reyes para participar en la misa.
La imposición del capelo cardenalicio tuvo lugar en Roma, en consistorio
público, celebrado en mayo de 1923 en la basílica de San Pedro, siendo agregado
a las congregaciones de Sacramentos, Concilio y Fábrica de San Pedro y
recibiendo el título de San Pietro in Montorio.
Antes de entrar en su diócesis tuvo que actuar ya como cabeza del
episcopado español ante el proyecto del Gobierno de la Concentración Liberal de
reformar el artículo 11 de la Constitución, con
el objeto de ampliar la libertad religiosa, proyecto que suscitó la oposición
frontal, tanto de la Santa Sede como del episcopado español. Roma
entendía que dicha reforma modificaría el artículo primero del Concordato de
1851, lo que equivaldría a la denuncia implícita del mismo. El nuncio Federico
Tedeschini escribió a todos los obispos españoles con el fin de informarles,
recibiendo la adhesión de los mismos. Los metropolitanos decidieron nombrar una
comisión, formada por el cardenal Reig y el cardenal Benlloch, arzobispo de
Burgos, quienes se entrevistaron con el presidente del consejo de ministros, Manuel
García Prieto, marqués de Alhucemas, exponiéndole la opinión del episcopado
español, totalmente contraria a la reforma, e indicándole que si esa era la
intención del Gobierno, los obispos se dirigirían a los fieles para manifestarles
que no podían votar a los candidatos partidarios de la reforma. Además los
metropolitanos, en su reunión de principios de febrero de 1923, decidieron
elaborar un documento dirigido al presidente del consejo de ministros, que
preparó Reig, quien lo remitió al nuncio y después incorporó las correcciones
que Tedeschini le sugirió. Pero antes de que pudiera enviarlo, el cardenal Soldevila,
arzobispo de Zaragoza le escribió el 26 de marzo, diciéndole que se debía
esperar a que el Gobierno hiciera la declaración ministerial y se viera si
efectivamente pensaba realizar la reforma, y que, entretanto, él, aprovechando
que tenía amistad con varios ministros, había dirigido al Gobierno una
exposición privada, cuya copia remitía. Reig le contestó que iba a mandar el
documento, dada la urgencia que le había manifestado el nuncio, aunque no se
atrevía a incluir su firma si no le telegrafiaba, dando su conformidad. Pero el
29 de marzo Reig recibía la sorpresa de leer en la prensa la exposición del
prelado de Zaragoza, ya que la Prensa Asociada, de la que disponía el cardenal
zaragozano, había enviado copia casi íntegra a la prensa de provincias. Por
todo ello Reig escribió al nuncio, indicando que se desentendía de toda futura
acción colectiva, y haría por su cuenta lo que considerara procedente. Además
justificaba esta decisión por un hecho acontecido el 6 de febrero; ese día,
aniversario de la elección del papa, reunidos todos los metropolitanos,
acordaron dirigir al cardenal secretario de Estado un telegrama de
felicitación, que redactó el cardenal Benlloch, y que todos aceptaron, salvo el
cardenal Vidal y Barraquer, quien protestó de la firma “Cardenal Reig, Arzobispo Primado” que el cardenal de Burgos había
puesto, diciendo que él había jurado defender la primacía de Tarragona. Reig
contestó que por su parte no tenía inconveniente en que se suprimiera lo de
primado, a lo que el cardenal de Zaragoza replicó que, si la firma era solo de
cardenal, le correspondía firmarlo a él, por ser el más antiguo, en vista de lo
cual se decidió enviarlo sin firma. Finalmente Reig envió el 1 de abril el
documento colectivo del episcopado, dirigido al presidente del consejo de
ministros. Previamente otros prelados habían actuado, a título individual, como
el de León, quien había enviado una carta confidencial al presidente del
consejo, como diocesano suyo, rogándole que se opusiera a la reforma; lo mismo
hizo el arzobispo de Valladolid, mientras que el de Jaca publicó una pastoral
al respecto. Rápidamente se habló de crisis en el Gobierno, pues los ministros
no se esperaban una actitud tan enérgica, y se empezaron a reunir rápidamente y
consultarse. Melquíades Álvarez convocó en su casa a algunos de los principales
miembros del partido, decidiendo de insistir en la reforma para no dar
impresión de ceder ante la “rebelión de los obispos”. La tarde del 3 de abril
se celebró consejo de ministros, que se prolongó más de cinco horas. El
ministro de Hacienda, Manuel Pedregal, insistió en la reforma del artículo 11,
mientras el resto de los ministros se mostraron disconformes, lo que llevó a la
dimisión de Pedregal. Al día siguiente el presidente del consejo declaró que no
se trataba de renunciar a la promesa de reforma, sino solo posponerla a otro
momento más oportuno.
Entrada en la diócesis. Primeras
actuaciones
El 24 de junio de 1923 entraba solemnemente en la capital de su
archidiócesis, habiendo tomado posesión de la misma tres días antes, mediante
poderes otorgados al deán de la catedral primada. El
nuevo arzobispo llegó en tren desde Madrid; en la estación de Yeles y de
Esquivias, límite ferroviario y diocesano de la provincia de Toledo por esa
línea, fue recibido por el gobernador eclesiástico de la diócesis, José
Rodríguez García-Moreno, el
gobernador civil y el teniente coronel de la Guardia Civil. Al llegar a Toledo
fue recibido por las autoridades locales en la estación de tren; a
continuación, tras saludar uno a uno a los presentes, subió en compañía del
alcalde a un automóvil y se dirigió a la catedral primada. En la puerta del
Perdón se arrodilló en un reclinatorio, venerando el Lignum Crucis, para
prestar a continuación juramento en el libro de las Constituciones de la
Iglesia de Toledo; tras tomar el agua bendita y ser incensado, pasó al interior
del templo, donde se entonó el Te Deum y el cardenal recibió el homenaje del
clero catedral. Al acabar, el arzobispo entonó una oración y pronunció una
alocución en la que, tras agradecer la acogida dispensada, recordó que Toledo
era eminentemente católico y piadoso, fruto de siglos de fe; evocó sus tiempos
de capitular toledano y prometió consagrarse con todas sus energías a sus
nuevos hijos. Asimismo aludió al lema pontifical de Pío XI, Pax Christi in regno Christi, al hablar
de la situación del país, no ocultando su preocupación, pues se estaba
atravesando una “crisis verdaderamente
difícil, pasmosa”, de la cual solo se podría salir acudiendo a la solución
cristiana que el papa había propuesto en su encíclica inaugural, Ubi arcano. Concluyó
visitando las tumbas de los cardenales Sancha
y Almaraz. A continuación tuvo lugar, en el palacio arzobispal, la recepción y
el banquete de autoridades.
Poco después realizaba los primeros nombramientos en la curia,
designando, de modo interino, al que había sido vicario capitular durante la sede
vacante, José Rodríguez, provisor y vicario general; canciller secretario de
cámara y gobierno a Francisco Vidal y Soler; secretario de la comisaría general
de la Santa Cruzada a Francisco Vilaplana y oficial de la delegación general de
capellanías a Ricardo Pla y Espí. Ese mismo mes de julio, el 29, el nuncio
Tedeschini le comunicaba que la Santa Sede le confiaba la dirección general de
la Acción Católica.
Tras el golpe de Estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de
Rivera, el 13 de septiembre de 1923, el cardenal, teniendo en cuenta las
circunstancias por las que atravesaba el país, invitó a los diocesanos a orar,
pidiendo luces y gracias para los nuevos gobernantes, mandando celebrar un
triduo que comenzaría el 12 de octubre, fiesta de la Virgen del Pilar. Que el
primado veía con buenos ojos el cambio político parece deducirse de sus
palabras, en las que expresaba que el nuevo gobierno hacía concebir esperanzas
y pedía el auxilio divino “para la
regeneración patria”. Varios obispos
reprodujeron la circular del primado; en conjunto, la reacción de la jerarquía
católica, como la de la mayoría de los españoles, fue favorable al golpe,
(aunque algún prelado, como el de Valencia, se mostró cauto) ya que Primo
encarnaba el patriotismo y los ideales regeneracionistas que ellos mismos
compartían.
Los días 21 y 22 de septiembre, témporas de san Mateo, confirió, por
primera vez como arzobispo de la diócesis, las órdenes sagradas, tanto menores
como diaconales y de presbíteros; estos últimos fueron Ángel Morán Otero,
Ambrosio Ayuso Pizarro, Justo Duro del Moral, Isabelino Madroñal Sánchez,
Andrés Toledano Hernández, Máximo Sánchez de Castro y los extradiocesanos
Perfecto Malo Marco y Agustín Malo López.
El 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, firmaba el cardenal
el decreto por el que anunciaba el inicio de la visita pastoral. El
prelado cumplía así una de las obligaciones canónicas, que en su opinión,
además, era uno de los medios mejores para acertar en el gobierno y
administración de la diócesis, al ponerse en contacto personal con el clero y
el pueblo, conociendo lugares y costumbres, así como las necesidades y las
condiciones de los diocesanos. En el decreto se señalaba aquello que sería
objeto de inspección: inventarios, libros sacramentales, libros de colecturías
y cuentas de fábrica, colección del boletín oficial, estado de las capellanías,
aniversarios y demás fundaciones piadosas; ornamentos; vasos sagrados, misales,
rituales y libros destinados al servicio de la iglesia; libro de encargos y
cumplimiento de misas; libro de actas de las conferencias y de visita de los
arciprestes; cofradías del Santísimo Sacramento y de la Doctrina Cristiana; uso
del conopeo; cumplimiento de las normas referentes a la primera comunión de los
niños; administración y estado del cementerio, así como el cumplimiento de las
leyes eclesiásticas sobre el mismo; objetos de valor artístico y su
conservación y custodia; obras sociales existentes. Reig deseaba comenzar por
aquellos pueblos que hiciera más tiempo que no se visitaban; estos serían
Almonacid de Toledo, Mascaraque, Villanueva de Bogas, Chueca, Manzaneque,
Villaminaya, Mazarambroz y Nambroca. Los días 28, 30 y 31 de octubre el
cardenal visitó los pueblos de Nambroca, Chueca y Mazarambroz, siendo recibido
con gran alegría por la gente, tras diecinueve años sin haber sido visitados
por el prelado. A partir del 4 de
noviembre continuó por los pueblos previstos, pero cuando se disponía a
realizar la visita a otros pueblos de la zona, hubo de suspenderla, debido a
que tuvo que acompañar al rey en su viaje a Italia; durante su ausencia encargó
el gobierno de la diócesis al provisor y vicario general, José Rodríguez. En
mayo de 1924 retomaría la visita, esta vez al arciprestazgo de Guadalajara,
comenzando por las parroquias de la capital el 17 de mayo,
además de Iriépal y Azuqueca.
Desde Roma escribió a sus diocesanos el día 20 de noviembre una circular
en la que les describía la audiencia en la que el papa recibió al rey Alfonso
XIII, y como éste solicitó al romano pontífice que ese año, el día de la
Inmaculada, todos los párrocos y encargados de cura de almas pudieran dar la
bendición apostólica con indulgencia plenaria a todos sus feligreses. El
primado destacaba la emoción con la que había presenciado el acto de
recibimiento del rey por el papa, la impresión con que contempló cómo el
monarca, tras las genuflexiones previas, besó el pie del pontífice y fue
después abrazado por éste. Reig mandaba que se publicaran los discursos de
ambos y que se leyeran a los fieles en la misa de mayor concurrencia el II
domingo de Adviento. La importancia del viaje real derivaba del hecho de que
hacía muy poco que se había levantado el veto pontificio a las visitas de un
jefe de Estado al reino de Italia, a causa de la “cuestión romana”,
siendo el monarca español el primer soberano católico que lo realizaba. Alfonso
XIII quedaba confirmado como “rey católico”, produciendo su discurso un
entusiasmo general en el episcopado español, desbordándose los sentimientos
patrióticos-religiosos-monárquicos.
Como era habitual en la archidiócesis primada, dada su gran extensión, el
cardenal Reig obtuvo el nombramiento, para ayudarse en su gobierno, de un
obispo auxiliar. Fue designado el prebendado de la catedral de Valencia, Rafael
Balanzá y Navarro, designado el 22 de septiembre de 1923 y recibiendo el regio
beneplácito el 9 de octubre.
Nacido en Valencia en 1880, doctor en Teología, su especialización en los
asuntos canónicos le llevaron, tras la promulgación del Código, a ser nombrado
viceprovisor de la curia diocesana, y más tarde, provisor de la diócesis
valenciana; empeñado asimismo en la reforma del canto litúrgico y la
introducción del canto gregoriano, al ser designado como auxiliar de Toledo
desempeñaba también los cargos de examinador prosinodal, vicepresidente de
consejo diocesano de administración y miembro del colegio de doctores de la
facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Valencia. El
domingo 20 de enero de 1924 era consagrado en la catedral metropolitana de
Valencia, actuando de consagrante principal el cardenal Reig y de asistentes el
arzobispo de Valencia, Prudencio Melo y el obispo de Mallorca, Rigoberto
Domenech; al nuevo obispo auxiliar le fue asignada la sede titular de
Quersoneso.
El 22 de octubre de 1923 se reunían en Toledo los obispos de la provincia
eclesiástica, bajo la presidencia del primado. Con motivo de la misma,
dirigieron un mensaje al presidente del Directorio, Primo de Rivera, en el que
mostraban su satisfacción por las medidas y orientaciones que había tomado, así
como por la moralización de las costumbres y otras realizaciones; los prelados
encarecían al Directorio que de cara a la reforma educativa, cumpliendo las
prescripciones legales, en todos los grados de la enseñanza se conservara e
intensificara “el carácter religioso,
moral y patriótico” de la educación; asimismo destacaban la precaria
situación económica de los párrocos jubilados, pidiendo que se destinasen en
los presupuestos la cantidad necesaria para su digno sustento, al igual que
reclamaban un aumento de las dotaciones para el culto, insuficientes para el
mantenimiento de las iglesias, sobre todo rurales y rogaban que cuando se
reformara la ley de reclutamiento, se consignara el principio de inmunidad
personal de los clérigos.
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