Siempre ha sido uno de los
símbolos de Roma. Rodeada de leyendas, al menos desde el siglo XI, la más
famosa de ellas es la que afirma que
quien miente, pierde la mano al introducirla en la boca. Esto ha hecho
que sea usual acercarse a ella y realizar el consabido gesto. A la vez, permite
conocer una de las más bellas, en su sencillez y antigüedad, iglesias de Roma,
Santa María in Cosmedin.
Hace ya muchos años que me
acerqué a ella por primera vez. Y con ocasión de cualquier viaje a Roma, me
gusta pasear hasta allí y luego deambular por las naves de la preciosa iglesia,
con su pavimento cosmatesco, sus restos arqueológicos, el bello baldaquino
donde se celebra en rito oriental. Se pueden ver allí, aunque no tienen nada de
románticos, los restos de San Valentín, el santo de los enamorados, cuyo cráneo
se contempla a través del cristal del relicario. Un hermoso remanso de paz. Que
dejó de serlo.
Desde hace algún tiempo los
pequeños grupos de turistas o de personas aisladas que se acercaban a contemplar
ese rostro masculino labrado en mármol, a modo de máscara con ojos, nariz y
boca perforados, del que ignoramos si era una fuente, una salida de agua o una
cloaca, han sido sustituidos por verdaderas masas de gente, sobre todo
orientales, que hacen largas colas para cumplir el rito postmoderno de meter la
mano el tiempo justo para poder realizar
la fotografía que inmortaliza el evento. El antiguo pórtico abierto ha sido
clausurado por verjas, que impiden el acceso, antes directo, y ayudan a que el
turista “colabore” con un donativo antes inexistente.
Bocca della Verità |
Suelo seguir acudiendo a Santa
María in Cosmedin, que, a pesar de todo, continúa siendo un oasis de belleza,
acentuado por la música ambiental, habitualmente cantos litúrgicos del Oriente
cristiano. Pero ya no repito el viejo rito de introducir la mano en la boca, y
si voy acompañando a algún viajero amigo, hacer la broma. La masificación
turística se impone. Una vez más me vuelvo a preguntar, con un poco de
tristeza, sobre el modo en que algo tan maravilloso como es la posibilidad de
que gentes de todas partes puedan viajar, conocer otros países, culturas,
personas, se esté convirtiendo en algo impersonal, que obliga a repetir lo que
está de moda, sin que el viaje nos penetre, nos humanice, nos embellezca el
alma. Deambulando por la Urbe, observo cómo monumentos únicos apenas son
visitados, pues no hacen ganar seguidores en Instagram, mientras otros, por
obra y gracia de los “influencers” o de cualquier página de moda en Internet,
se saturan hasta poner en peligro su propia existencia. Pero no sólo en Roma,
sino en cualquier ciudad histórica. Como Toledo.
Concluyo con un sueño ante la
Bocca: filas de políticos españoles, unos detrás de otros, metiendo la mano,
mientras la leyenda se cumple. Sería divertido ¿no?