Comparto mi artículo del pasado miércoles, tras los incendios ocurridos en diversos parajes toledanos
En septiembre de 1953 el escritor
mexicano Juan Rulfo publicaba una colección de cuentos, que le
supondría su consagración como gran escritor, titulado “El llano
en llamas”, una obra exquisita, una joya de la literatura que nos
embarca en un viaje exploratorio realmente extraordinario. Pero, por
desgracia, hoy no les voy a hablar de cuentos, sino de dramas reales,
el vivido estos días pasados en Toledo con los incendios que han
abrasado nuestro entorno. Sin obviar la dramática experiencia que
han sufrido los vecinos, pienso que es preciso reflexionar también
sobre la dolorosa pérdida del patrimonio natural que envuelve a
nuestra ciudad.
Una
imagen me impactó especialmente. El solitario arco del Circo Romano
rodeado por las llamas. Casi una escena de Quo vadis?, a falta de un
Nerón que, lira en mano, cantase la fuerza destructora del fuego. El
Circo toledano, de los más importantes de la Hispania romana. Uno de
nuestros más extraordinarios tesoros arqueológicos y sin embargo
tan descuidado e ignorado. Sobre él y la inmediata Vega Baja volveré
otro día.
Ha
ardido, generando una visión dantesca, una parte notable de nuestro
entorno natural, de ese patrimonio habitualmente minusvalorado. Con
frecuencia olvidamos que el patrimonio natural forma parte
inseparable del arquitectónico, del artístico. Una ciudad, y mucho
más si alcanza la importancia histórica y cultural de Toledo, es
también la naturaleza que la rodea, es la vegetación, es la
orografía, es el clima que la modela y modifica con sus ritmos
cambiantes. Son los cielos, con sus encarnados atardeceres (¿se
hubiera dado la obra del Greco tal y como la conocemos bajo otros
cielos distintos a los toledanos?) o sus caliginosas tardes de julio;
son las nieblas del invierno y el tomillo primaveral que con su aroma
anuncia la cercanía del Corpus. Es el abrazo del Tajo que desde la
Peña del Rey Moro contemplamos amoroso y protector, defensor frente
a los enemigos, linfa vital que en tiempos pretéritos saciaba la sed
del ardiente verano gracias a los azacanes que, con sus humildes
mulos, recorrían calles y plazas. Es la Huerta del Rey, la almunia
Almansura, con los palacios de Galiana envueltos en la leyenda. Es la
ribera del río, son las antiguas playas (sí, aquí si hubo playa)
desaparecidas bajo la maleza o el asfalto, cubiertas con el manto del
olvido.
Toledo desde el Valle |
Patrimonio
es todo ese paisaje que da personalidad a nuestra ciudad y que tan
maltratado se halla. No hay más que pasear por el Valle al día
siguiente de la romería, herido por la lepra del plástico. O
recorrer las riberas del Tajo, esquilmado, desviado de su senda
natural para fecundar tierras lejanas.
Cuidar
el patrimonio de Toledo no es sólo preocuparse de los grandes
monumentos. Es también proteger, defender ese envoltorio que nos ha
regalado la naturaleza. Y no sólo del fuego, sea natural o fruto de
la maldad humana, sino del peligro, más grave, de la incuria.
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