Comparto el texto de mi artículo de ayer en La Tribuna de Toledo, acerca de la restauración de la "Anunciación" de Fra Angelico y la exposición organizada en torno a la misma
Se llamaba Guido. Aunque pocos le
reconocerían por ese nombre. Quizá, más probable, por el que tomó
al entrar en religión, en la orden dominicana, fra Giovanni, al que
añadió el del lugar donde se encontraba el convento en el que hizo
profesión, Fiésole. Luca Signorelli, continuador de su obra en la
catedral de Orvieto, le retrató en el fresco del Anticristo, dentro
del ciclo del Juicio Final de la Cappella della Madonna di San
Brizio. Aparece vestido con el hábito de fraile, junto al propio
Signorelli, aparentemente impasible, señalando con su mano izquierda
el inicio del acontecimiento narrado, reclamando la atención sobre
los terribles sucesos que se presentan a nuestros ojos, aunque
realmente sólo pudo pintar dos plementerías de la bóveda, Cristo
Juez y el coro de los profetas.
¿Aún
no saben quién es nuestro personaje? Tras su muerte, los admiradores
de su arte, convencidos, y el primero el propio Miguel Ángel, de que
tal obra sólo podía ser fruto directo de la inspiración divina,
comenzaron a llamarle Fra Angelico, o el Beato Angelico. Esta
tradición secular fue confirmada por el papa Juan Pablo II, quien le
beatificó en 1982 y nombró patrón de los artistas.
Seguro
que ahora les viene a la mente cualquiera de sus maravillosas y
delicadas obras. Les quiero invitar a contemplar, y lo pueden hacer
fácilmente, a tan sólo media hora de Toledo, una de las más
espléndidas. Se trata de la “Anunciación”. Seguro que la
conocen, pues es un icono de la historia del arte. Pero ahora, tras
su restauración, resulta realmente espectacular.
El
Museo del Prado, en el marco de la celebración de su segundo
centenario, decidió restaurar la obra, pintada para el convento de
Santo Domingo de Fiésole, llegada a España a principios del siglo
XVII como regalo para el duque de Lerma, el poderoso valido de Felipe
III, ubicándose en las Descalzas Reales de Madrid, desde donde pasó
al Prado en el siglo XIX.
La
restauración es magnífica. Los colores han adquirido una fuerza
especial, desde el azul lapislázuli del vestido de la Virgen a las
rosadas tonalidades de la dalmática del arcángel san Gabriel. En el
ángulo, Adán y Eva, expulsados del Paraíso, lo hacen en medio de
una exuberante vegetación, llena de simbolismo, mientras en medio de
los dorados rayos, exquisitamente restaurados, el Espíritu Santo
desciende sobre María. Aunque lo que más me impresiona son las
extraordinarias alas del ángel, auténtica orfebrería con pincel,
que nos parecen trasmitir el aleteo del mensajero divino, recién
posado en el atrio.
La
presentación al público del retablo restaurado se ha enmarcado en
una no menos espléndida exposición, “Fra Angelico y los inicios
del Renacimiento en Florencia”, que les recomiendo vivamente.
En
medio de los rigores del verano, visitar esta exposición es un
auténtico refrigerio para el espíritu. Porque como escribió
Dostoyevski en “El idiota”, “La belleza salvará al mundo”.
Falta hace.
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