Comparto el texto de la ponencia que impartí en
la V Jornada Internacional “La idea de nobleza en la Edad Moderna”,
organizada por la Universidad Rey Juan Carlos, y celebrada en Madrid el
8 de noviembre de 2018.
Podemos
afirmar que, junto a la nobleza de sangre existe otra nobleza, la del
espíritu, que fue muy cultivada en la España del siglo XVI. Toda
una miríada de figuras de primera categoría jalonan los reinados
del César Carlos y de Felipe II: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz,
Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Pedro de Alcántara, Juan de
Dios, Juan de Rivera, Tomás de Villanueva, Alonso de Orozco,
Francisco de Borja (en el que se enlaza ambos tipos de nobleza),
etc., amén de otras figuras que, sin estar en el canon de los
santos, alcanzan los primeros puestos en el campo de la
espiritualidad. Sin embargo, este conjunto de santos portentosos no
surgen de la nada; son los herederos directos de la profunda
renovación que en la Iglesia castellana realizaron el cardenal
Cisneros y la reina Isabel. Y entre ambos, como sarmiento que
transmite la savia potente de la reforma cisneriana para que
fructifique en el racimo de la gran espiritualidad del XVI está la
figura potente y fascinante de Juan de Ávila.
San Juan de Ávila (Catedral de Córdoba) |
Sus
raíces están en la pequeña nobleza que, en este caso sí, a la
honra unía, en su pueblo natal de Almodóvar del Campo, tierras del
arzobispado de Toledo, la riqueza material, junto a una profunda vida
cristiana. Su madre era de linaje hidalgo, aunque su padre, cristiano
nuevo, tenía antecedentes conversos. Nacido en torno a 1500, en el
año de gracia de 1513 lo encontramos en Salamanca, estudiando
Derecho. Allí se dedicó cuatro años a “las negras letras”,
como los definió, hasta que regresó a su casa a llevar una vida
retirada. Entre 1520 y 1526 estudió, en la flamante y renovadora
Universidad cisneriana de Alcalá Artes y Teología, teniendo por
maestro a Domingo de Soto, y entablando amistad con el futuro
arzobispo de Granada, Pedro Guerrero. En el ambiente erasmista de
Alcalá1,
Juan pudo impregnarse de la ideas renovadoras de Erasmo, defensoras
de una espiritualidad interior y de una auténtica reforma de la
Iglesia. En 1526 se ordenó sacerdote, y tras vender su hacienda, se
ofreció para ir a evangelizar a tierras de América. Sin embargo,
por consejo del arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, convirtió
Andalucía en sus Indias, dedicándose, a partir de ese momento, a la
predicación y a misionar por el sur de España.
Denunciado
en 1531 a la Inquisición, “por doctrina sospechosa”, fue
detenido, pero tanto la defensa que él mismo realizó, como su vida
en la cárcel y los numerosos testimonios que aportaron en su favor,
le logró la absolución. Durante este periodo esbozó la que sería
su gran obra, Audi filia, un
tratado sobre la perfección cristiana, junto a una introducción y
traducción de la Imitación de Cristo.
A partir de 1535 se
estableció, invitado por el obispo fray Juan Álvarez de Toledo, en
la diócesis de Córdoba. Se encargó de la formación del clero, con
la creación de dos centros de estudio; explicaba al pueblo la
escritura y organizó misiones populares por Andalucía, Extremadura
y parte de La Mancha. Recorrió las principales ciudades de
Andalucía, convirtiendo en Granada al futuro san Juan de Dios, y
ayudando en su transformación individual al duque de Gandía,
Francisco de Borja.
En
torno a él se formó un grupo de discípulos, y con esta ayuda, Juan
se dedicó a fundar colegios para educar a los jóvenes y seminarios
para clérigos. De aquí surgieron la Universidad de Baeza, y los
colegios mayores de Jaén y Córdoba. Sus dos grandes ministerios
fueron la predicación y la pluma. Su doctrina, de marcado carácter
paulino, ha hecho que fuera declarado por el papa Benedicto XVI
doctor de la Iglesia. Gran conocedor de la Sagrada Escritura, de los
padres de la Iglesia, de los filósofos escolásticos, así como de
los autores de su tiempo. Es autor de obras ascéticas y místicas
que alcanzan, en la edición hecha por la BAC entre 2000 y 2003,
cuatro volúmenes. Una de sus principales actividades fue la
epistolar, que debieron ser millares, por lo que sabemos, aunque no
se han conservado todas. Aconsejaba, con una gran penetración
psicológica, discernimiento de los espíritus diríamos, a todo tipo
de gentes, de los más diversos estados, desde altos prelados a
simples monjas, pasando por fundadores como san Ignacio, sacerdotes,
religiosos, nobles, señoras, doncellas. Se carteaba con Teresa de
Jesús, quien tenía gran interés en que leyera el libro de su Vida.
También escribió cartas
que excedían lo meramente espiritual, como la enviada al asistente
de Sevilla sobre el buen gobierno de la república cristiana. Además
de con Teresa, Ávila mantuvo epistolario con san Ignacio, Francisco
de Borja, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, fray Luis de Granada,
quienes se referían a él como “Maestro Ávila”.
Escribió,
asimismo numerosos sermones, que abarcan todo tipo de temas. Creó
toda una escuela de predicadores, de la que salieron grandes oradores
sagrados, como el padre Ramírez, jesuita. Muchos de sus discípulos
entraron en la Compañía de Jesús, y él parece que estuvo también
planteándoselo, aunque finalmente no se decidió. Muy enfermo, se
retiró a Montilla en 1554, permaneciendo allí hasta su muerte en
1569. La influencia de Juan de Ávila se dejó sentir también fuera
de España, con sus Memoriales
al Concilio de Trento. En
dicho Concilio influyó en muchos aspectos, también a través de
escritos como el Audi filia,
obra pronto traducida al inglés, francés, italiano y alemán. Ya
antes, en 1547, el cardenal infante don Enrique de Portugal,
arzobispo de Évora, le había pedido sacerdotes para la fundación
de un colegio en el que se formasen clérigos que se dedicaran luego
a predicar. Su obra serviría
de inspiración para la espiritualidad sacerdotal posterior. Modelo
de pobreza, renunció a los obispados de Segovia y Granada, así como
al capelo cardenalicio que le ofreció Paulo III. Beatificado por
León XIII en 1894, Pío XII le declaró patrono del clero diocesano
español y Pablo VI le canonizó en 1970.
Juan
de Ávila realizó, en sí mismo, todo un ideal de perfección
espiritual que le sitúa en un plano de nobleza que no es la de la
sangre. Una nobleza que le permitía dar pautas de vida a los nobles
de sangre, que buscaban en el Maestro Ávila normas que les llevaran
a alcanzar esa perfección espiritual. Muchos señores y damas de la
nobleza tenían con él lo que llamaríamos una dirección
espiritual, gran parte de ella conservada en su epistolario. Un
estudio detenido el mismo desde esta clave nos llevaría, en un
aspecto creo poco hollado de la historia de las mentalidades, a
conocer cuál era el ideal de perfección espiritual al que aspiraban
los nobles castellanos del siglo XVI. Esto
es algo que desborda el presente trabajo, necesariamente breve, pero
lanzo el reto o la invitación. Pienso que daría de sí para una muy
interesante monografía, para una buena tesis doctoral. A modo de
muestra, escojo alguna, como la carta 122, dirigida “a una señora
de título”, en la que señala “Comience vuestra señoría la
guerra del amor padeciendo dolores”; “El
ejercicio y el esfuerzo y la gracia sacarán maestra a vuestra
señoría si ella no rompe el libro, ni quita los ojos de las letras,
ni se hace sorda a la lección que le diere el Maestro”. Otro
ejemplo es el sermón que predicó en la toma de velo, al profesar de
monja, la condesa de Feria, que la misma remitió después a la
emperatriz Isabel; dicho sermón trata sobre el amor eterno que
mostró Cristo hacia la Magdalena, convertida en modelo para la
condesa: “¿No os parece que la ilustrísima señora condesa ha
hecho otro tanto (como María Magdalena)? Dicen algunos que para qué
se encierra en un monasterio; qué le faltaba aquí fuera para servir
a Dios; para qué era la monjía. ¿Sabéis
a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren; a barrer,
si le pareciese a su prelada; a cocinar, si fuere menester; a
abajarse, a ser esclava de las otras...” O
las dos (número 245 y 246) que dirige al duque de Arcos; en la 246
le insta a superar su afición al juego de la pelota y lo pospusiera
para “cumplir con ella, tantas cosas con quien con justísima razón
se debe cumplir”; “no querría que vuestra señoría se burlase
tanto con Señor tan alto, cuyos juicios son muy para temer a los que
no sólo no le aplacan por las ofensas hechas, más las añiden (sic)
de nuevo”
1
En 1526 se publica en Alcalá la
traducción de la obra de Erasmo Manual
del caballero cristiano,
en el que se consideraba que las armas del verdadero caballero
cristiano eran el conocimiento de la Escritura y la oración mental.
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