Aprovechando la presentación mañana, jueves 23 de marzo, de mi libro "Por Dios y la patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España nacional", en la librería Marcial Pons de Madrid, por el profesor Julio de la Cueva Merino, traigo a colación la importancia que tuvo el cardenal arzobispo de Toledo, Isidro Gomá, durante la guerra civil y los primeros momentos del franquismo. Para ello, me sirvo de las conclusiones que comparto en dicho libro
"Es innegable el papel esencial que desempeño el cardenal Gomá en los principales
acontecimientos de la vida eclesial y política de los años treinta
en España. Su actuación durante la guerra y los primeros momentos
del franquismo fueron el culmen de una brillante carrera iniciada en
Tarragona, donde había destacado como escritor de prestigio, con
proyección no sólo nacional, sino incluso internacional. Esta fama,
a pesar de los diversos problemas derivados de su antagonismo con el
cardenal Vidal y Barraquer, le permitió alcanzar el episcopado, en
una pequeña diócesis como Tarazona en la que, sin embargo, supo
desplegar sus dotes, convirtiéndose, en palabras del nuncio
Tedeschini, en uno de los obispos más activos de España. Su
magisterio, desarrollado en las circunstancias difíciles del fin del
reinado de Alfonso XIII y los inicios de la República, se
caracterizó por una coherencia de pensamiento que se mantuvo firme
hasta el final de su vida. Optó por la línea de resistencia ante el
anticlericalismo republicano, si bien defendió que catolicismo y
república no eran incompatibles, mostrando una mayor flexibilidad
doctrinal que el primado Segura. Su traslado a Toledo le supuso
alcanzar un protagonismo nacional que el estallido de la guerra no
hizo sino acrecentar. Su fulgurante promoción fue una apuesta
personal de Pío XI por él, convirtiéndose en el auténtico “hombre
del Papa” en España. Su fidelidad a la Sede Apostólica,
conjugada con su amor a España, amor que por otro lado consideraba
sustancial al hecho de ser católico, le llevó a ser el elemento
clave en circunstancias muy difíciles. Enfrentado más o menos
abiertamente a Vidal en múltiples aspectos, debido, por un lado a la
evidente antipatía que sentían el uno por el otro, así como a su
diferente visión de la postura de la Iglesia ante la República, fue
logrando desplazar a su rival, hasta alcanzar, como quizá no alcanzó
prelado toledano alguno en la época contemporánea, un puesto
central en la Iglesia española. Consiguió el reconocimiento de la
Santa Sede como cabeza de la Iglesia en España justo a tiempo para
que, tras el estallido de la guerra, una Iglesia desorientada buscara
en él la dirección necesaria para afrontar los graves problemas
derivados del conflicto y de la revolución. Además, el exilio de
Vidal y las prevenciones que contra él pronto manifestaron los
militares sublevados, hicieron que éste quedara marginado de la vida
nacional.
Gomá apostó claramente por Franco, pues veía en él la única vía
de salvación de la España tradicional, pero al mismo tiempo supo
mantener una independencia, derivada de su concepción de la Iglesia,
que en muchos momentos constituyó una firme barrera frente a los
aires totalitarios del régimen. Enemigo del nazismo y del fascismo,
trató de frenar su influjo y penetración en España, tanto como
antes se había opuesto al laicismo de la República, pues los veía
como una amenaza mortal para el ser de España, debido a la unión
esencial entre ésta y el catolicismo. Deseaba que esta unión
secular, en la que centraba la grandeza de la nación, no se
debilitara y defendió una presencia militante, activa, de la
religión, en todos los ámbitos de la sociedad, cuyos principios
rectores quería ver informados por el cristianismo. Pensaba que la
decadencia española era consecuencia lógica de la pérdida del
sentido religioso, amenazado desde el siglo XVIII por influjos
extranjeros, y que, por tanto, si España quería volver a recuperar
su papel dentro del concierto de las grandes naciones, era preciso
recuperar la vitalidad religiosa de la época de esplendor, que no
era ni más ni menos que el siglo XVI, cuando España se había
destacado por las grandes hazañas de la conquista y evangelización
de América y la defensa de la unidad católica y la cultura
cristiana frente al protestantismo y el Islam. Todo ello era fruto de
una mentalidad muy arraigada en la Iglesia española desde el fin del
Antiguo Régimen, de la que Gomá participaba plenamente. Por
formación y por las posteriores lecturas que moldearon su
pensamiento, no podía plantearse otra cosa. En él influyeron de una
manera muy profunda Menéndez Pelayo y Ramiro de Maeztu. El cardenal,
por su parte, reforzó estas concepciones, revistiéndolas de un
lenguaje teológico producto de las grandes controversias
decimonónicas entre la Iglesia y el mundo liberal, que se habían
saldado con el triunfo de las posiciones más conservadoras.
Su concepto de España se basaba en la convicción de la
compatibilidad entre la unión esencial de la nación española y la
existencia de diversidades regionales, que podían y debían ser
conservadas. Para él, profundamente catalán y profundamente
español, era posible armonizar esas realidades. De ahí su oposición
a las posturas más catalanistas del cardenal Vidal y Barraquer, que
consideraba peligrosas para la unidad de la patria común. Esto le
llevó a defender la primacía eclesiástica toledana, pues creía
que el reconocimiento de los supuestos derechos primaciales de
Tarragona haría derivar hacia una Iglesia catalana independiente,
que sería la mejor base, dada la inseparable unión que existía
para él entre religión y patria, para una Cataluña desgajada del
tronco común español.
El cardenal Gomá lideró, frente a las posturas más dialogantes de
Vidal, una actitud de resistencia ante la legislación anticlerical
de la República. Defendió una y otra vez lo que consideraba no sólo
derechos inalienables de la Iglesia, sino además, parte substancial
e inseparable de la entraña profunda de la nación. Estaba
convencido de que descristianizar España era privarle de su alma,
de su verdadero ser. El laicismo, para él, era intrínsecamente
antiespañol. Pero también vio en la actitud combativa de la
República una oportunidad para despertar el dormido catolicismo
español. De ahí sus numerosas iniciativas en el campo de la
promoción de la Acción Católica, como una avanzadilla de la
Iglesia que la permitiera recuperar, a través de los mismos
seglares, los diversos ámbitos de la sociedad. Consciente de la
profunda descristianización que sufría el país, promovió las
vocaciones sacerdotales y la renovación de la formación del clero,
ya que consideraba al sacerdote como el principal agente de esa
misión reevangelizadora. Para formar a los fieles cristianos,
promovió la catequesis, pues descubría en los católicos españoles
una profunda ignorancia respecto a las cuestiones esenciales de la
fe. No dudó en conocer de primera mano la realidad religiosa
española, recorriendo su vasta diócesis toledana. A la vez mantuvo
una intensa agenda, tanto a nivel nacional como internacional, que
fue constituyéndole en el punto de referencia de la Iglesia
española. De ese modo, al estallar la guerra, estaba preparado para
asumir el papel de rector y cabeza de esta Iglesia, marcando el
ritmo de actuación. Esto se vio reforzado al ser nombrado
representante oficioso de la Santa Sede ante el Gobierno de Franco.
Sus esfuerzos se dirigieron entonces a lograr el reconocimiento de
éste por parte de la Santa Sede, con la consiguiente normalización
de relaciones. Al mismo tiempo desarrolló una importante labor
literaria, con numerosos escritos que trataron de iluminar la
conciencia católica, tanto española como extranjera, sobre la
realidad de la guerra, tarea que culminó con la Carta Colectiva de
los obispos españoles de 1937. El conflicto bélico era visto como
una lucha entre la religión y el ateísmo, entre la civilización y
la barbarie, entre el Bien y el Mal, entre Cristo y el Demonio. Para
él la prueba más palpable de esto era la persecución desatada en
el bando republicano. A pesar de ello, y frente a lo que va a ser la
práctica habitual de los vencedores, apostaba por el perdón y por
la acogida de los descarriados, que como el hijo pródigo volverían
arrepentidos y debían ser recuperados para la Iglesia.
Debido a esta forma de plantear la lucha civil, como enfrentamiento
entre las dos ciudades agustinianas, la de Dios y la del Diablo, el
cardenal no podía concebir mayor monstruosidad que la del
nacionalismo vasco, el cual, siendo profundamente católico, se había
mantenido fiel a la República, lo cual le parecía una terrible
contradicción. Intervino de una manera muy activa en esta cuestión,
tanto a nivel doctrinal, mediante pastorales, como a nivel polémico,
con la Carta abierta a Aguirre, e incluso diplomático, con
las gestiones realizadas para la rendición de Bilbao. Su papel en
relación al País Vasco no quedó reducido a esto, sino que tuvo que
intervenir en otros graves problemas, como los fusilamientos de
sacerdotes nacionalistas vascos o la situación del obispo de
Vitoria, Mateo Múgica. La ausencia de éste hizo que el primado
tuviera, de hecho, que afrontar la difícil situación interna de la
diócesis de Vitoria, con un clero sospechoso en gran medida para los
militares, que querían solucionar el problema por la vía de la
fuerza. Gomá, en su línea de defensa de la libertad de la Iglesia,
tuvo que intervenir una y otra vez, hasta que el nombramiento de un
administrador apostólico, junto a la venida de Antoniutti, le liberó
de esta preocupación.
A lo largo de la guerra, el primado tuvo un papel de protagonista en
todos los conflictos que se iban planteando. Su doble condición de
primado y representante oficioso de la Santa Sede, en una conjunción
única en la historia contemporánea de España, hizo que todas las
cuestiones importantes pasaran por él. No sólo los militares le
consideraban el único interlocutor válido, sino que el episcopado
español volvía los ojos a él ante cualquier dificultad. Por eso le
vemos afrontando el problema suscitado por algunos clérigos como
Gallegos Rocafull o Lobo, que apostaron por la República,
respondiéndoles con una dureza inusitada. O nos encontramos a Gomá
reconstruyendo el extinguido cuerpo de capellanes castrenses, entre
las intrigas de los viejos capellanes, las intromisiones de los
militares y los criterios más pastorales de los obispos españoles.
Lo mismo tenía que afrontar cuestiones canónicas o disciplinares
cómo hacer de mediador ante el Gobierno para lograr la suspensión
de penas de muerte. Asimismo encontramos al primado enfrentándose a
Serrano Suñer al tratar de defender la prensa católica, o en
frecuente contacto con el conde de Rodezno en la elaboración de una
legislación fiel a la doctrina católica. Por tanto, de la mano de
Gomá hemos podido seguir los primeros pasos, dubitantes, inseguros,
llenos de contradicciones e interrogantes, de las nuevas relaciones
entre la Iglesia y el nuevo Estado que se irá configurando como
resultado del golpe del 18 de julio.
Para Gomá la guerra no fue fruto de las contradicciones sociales
que afectaban a España, sino consecuencia lógica de la
descristianización de la nación, uno de cuyos frutos sería el
crecimiento de las desigualdades sociales, por el egoísmo de los
ricos, cuyo correlato fue la captación de las masas por las
doctrinas revolucionarias. Leyó los acontecimientos desde una clave
teológica, lo cual puede dificultar nuestra comprensión acerca de
algunas de sus afirmaciones. Consideró el conflicto como una etapa
de purificación y renovación de la nación, como una oportunidad
dada por Dios para la regeneración de España, pues no había sido
posible por otros medios. De ahí que centrara su preocupación en
que la nueva España fuera fiel a su pasado católico y mirara con
verdadera aprehensión las tendencias filonazis de la Falange. El
modelo, para él, estaba en la España de los Reyes Católicos y de
los grandes reyes de la Casa de Austria, no en el III Reich. Su
último año estuvo marcado por esta preocupación y sus postreros
esfuerzos se encaminaron a asegurar que lo conseguido a tan alto
precio no se perdiera, pues pensaba que si no se aprovechaba la
ocasión, el desastre que sobrevendría al país sería terrible.
Un aspecto fundamental para esta regeneración era la
recristianización de España. Ésta fue una preocupación presente a
lo largo de todo su magisterio episcopal. Siendo obispo de Tarazona
expresó una y otra vez su convicción de que el cristianismo en
España carecía de fuerza y andaba sobrado de rutina e inercia
histórica. Esta constatación la repetirá posteriormente ya como
arzobispo de Toledo, durante el desarrollo de la guerra y una vez
finalizada ésta. Por ello, uno de sus objetivos claros fue la
revitalización de la Iglesia, mediante una profunda renovación de
la misma. Pensaba que las masas católicas, a pesar de la retórica
del nuevo régimen y de la explosión de actos religiosos que
inundaron el país, carecían de auténtica convicción cristiana,
con una formación muy deficiente, que alcanzaba también a quienes
desde puestos de responsabilidad debían dirigir la nación. Por eso
abogaba una reforma personal y colectiva en clave cristiana, que
supiera aprovechar las lecciones de la guerra, y trajera una
auténtica transformación del país, una de cuyas consecuencias
sería el florecimiento de la justicia y la caridad. Este sería un
deber de fraternidad cristiana que permitiría la superación de las
desigualdades sociales.
No se puede entender la posterior evolución de las relaciones entre
la Iglesia española y el franquismo sin el estudio de este periodo,
crucial e inicial, en el que vivó el cardenal Isidro Gomá. Todas
las aspiraciones y todas las contradicciones de lo que después se
denominaría Nacionalcatolicismo están aquí. Los riesgos y peligros
de una unión estrecha entre la Iglesia y el Estado se hicieron
patentes. El cardenal fue consciente de la amenaza que suponía para
la libertad de la Iglesia un poder totalitario e hizo lo que pudo
para frenarlo, pero no supo ver, tal vez por su concepción
tradicionalista, que este riesgo subsistiría siempre que las dos
instituciones estuvieran íntimamente compenetradas. Él apostaba por
una estrecha colaboración, amistosa y cordial, en la que el Estado
se dejara inspirar por los principios de la Iglesia y apoyara
estrechamente su labor, al mismo tiempo que ella se constituía en
factor de cohesión social. Una separación armónica entre ambos
parecía inconcebible, no sólo a la Iglesia, sino a gran parte de
los vencedores de 1939. El catolicismo español, que durante la
República había dado muestras de una capacidad de reacción
inesperada, perdió, al uncirse de nuevo al Estado, la posibilidad de
ponerse al día de las grandes corrientes que renovaban la Iglesia en
Europa.
Para Gomá, el Estado seguía siendo el brazo secular que aplicaba
en la sociedad las normas derivadas de la doctrina católica. Todos
sus esfuerzos se encaminaron a lograr esta armonía, que el
consideraba lo más beneficioso para España. Pero esta armonía no
significaba, en ningún caso, supeditación al Gobierno. Durante la
guerra se opuso a todos los intentos de ingerencia indebidos en
asuntos eclesiásticos, y ésta siguió siendo su línea de actuación
en la posguerra, aunque también procuró que los diferentes
conflictos se superaran amistosamente y sin llegar a una ruptura que
siempre consideró perjudicial para los intereses tanto de la Iglesia
como del país. Frente a los intentos uniformizadotes, incluido el
ámbito lingüístico, de los vencedores, apostó siempre por una
España una y plural. Por ello, cuando se trató de restringir el
empleo del vasco y catalán en la predicación defendió su uso,
porque lo primero, para él, era que el pueblo comprendiera la
Palabra de Dios y porque la regulación de la predicación pertenecía
al ámbito propio de la disciplina eclesiástica, siguiendo en esto
la postura mantenida ya durante la dictadura de Primo de Rivera. No
dudó en oponerse al Gobierno cuando este quiso acabar con las
organizaciones católicas, de forma especial con la absorción de los
Estudiantes Católicos por parte del SEU, así como cuando, al
prohibirse la difusión de su pastoral Lecciones de la guerra y
deberes de la paz, entendió que se conculcaban derechos sagrados
de la Iglesia, como era el de la libertad de los obispos para exponer
la doctrina católica. A pesar de ello trató de evitar la ruptura,
por medio de la entrevista personal con el Jefe del Estado, tal y
cómo había hecho, ante otros conflictos, a lo largo de la guerra,
lo cual tampoco era una novedad en él, pues ya ante la violencia
anticlerical desatada en la primavera de 1936 no dudó en
entrevistarse con Manuel Azaña para llegar a una solución. La
entrevista de diciembre de 1939 con Franco logró desatascar
momentáneamente algunos problemas, pero las raíces más profundas
del conflicto subsistían, de modo que pronto reaparecieron los
problemas, llegando a una situación muy difícil, en la que el
cardenal, derrotado ya por el curso de la enfermedad, se sentía
impotente. Aún así realizó un postrero esfuerzo para evitar la
ruptura total. Los primeros frutos llegarían ya fallecido el
primado, con la firma de los acuerdos de junio de 1941, que
permitieron solucionar un problema urgente y gravísimo para la
Iglesia española, como el de la provisión de las numerosas sedes
episcopales vacantes. Pero las reticencias y dificultades no
desaparecerían, de modo que habría que esperar todavía doce años,
hasta el 27 de agosto de 1953, para llegar a la firma de un
Concordato entre España y la Santa Sede.
El cardenal Gomá tuvo, además, una proyección internacional muy
notable, tanto por su papel de representante oficioso de la Santa
Sede, como por la acción, como primado de la Iglesia española, que
realizó a favor de Franco, por quien apostó claramente, pues
pensaba que era el único que podía restaurar la tradicional España
católica. Gomá fue, aprovechando sus dotes literarias, el gran
propagandista de la causa nacional, ya sea con sus escritos, como con
su palabra, tal y como hizo en el Congreso Eucarístico de Budapest.
Es mucho lo que aún queda por decir del cardenal Isidro Gomá y
Tomás. Durante bastante tiempo, y por diferentes motivos, se ha
olvidado su figura, limitándose muchas veces a meras alusiones a su
papel como redactor de la Carta colectiva. Este trabajo ha pretendido
reabrir el camino para un conocimiento más pormenorizado del mismo,
ofreciendo pistas para futuras investigaciones. Asimismo la
progresiva apertura de los diferentes archivos, tanto civiles como
eclesiásticos, destacando entre estos sobre todo el propio y
riquísimo del cardenal, conservado en el Archivo Diocesano de
Toledo,
y el Archivo Secreto Vaticano, nos permiten acceder a una abundante fuente de información que va aclarando poco a poco puntos hasta
ahora sumidos en la oscuridad. Los diferentes, aunque aún escasos
estudios monográficos, están despejando algunas incógnitas y
permitiendo comprender mejor esta convulsa etapa en su dimensión
eclesiástica, a su vez imbricada profundamente con los
acontecimientos sociales y políticos. Recuperar en su debido lugar
la figura del cardenal Gomá, con sus luces y sus innegables sombras,
es necesario para comprender mejor la difícil y trágica historia
de la España de los años treinta del siglo XX y su evolución
posterior."
DIONISIO VIVAS, Miguel Ángel, Por Dios y la patria. El cardenal Gomá y la construcción de la España nacional, Toledo, Instituto Teológico San Ildefonso, 2015, pp. 440, ISBN: 978-84-15669-37-1