Comparto la columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Supongo que para mucha gente, en estos tiempos en los que el
“panem et circenses” es el fútbol, no será más que una de las muchas
contradicciones que hay que cabalgar en la relativista cultura contemporánea.
Pero a poco que tengamos un mínimo de sensibilidad social no deberíamos
permanecer indiferentes ante lo que se está perpetrando, paradójicamente en un
ámbito que proclama valores, como el deporte. Sí, me refiero al Mundial de
Catar –esta es la forma correcta de su nombre en castellano, no Qatar-, que ha
logrado batir muchos records, y no precisamente deportivos.
Sin entrar en la exactitud de las cifras -probablemente nunca las
sepamos-, el que unas 7000 personas hayan podido morir en unas condiciones de
trabajo muy cercanas a la esclavitud deberían haber bastado para que, al menos
la sociedad europea, que presume de defender los Derechos Humanos y que en
otras cuestiones suele tener la piel muy fina, se hubiera movilizado frente a
tal brutalidad. Es cierto que en algunos países, e incluso dentro del mundo del
fútbol, se ha cuestionado la participación en el Mundial. Pero las
repercusiones prácticas han sido nulas. En cualquier caso, contrasta con el
inexplicable ausente debate en España al respecto, como si lo que sucede en
aquellos lejanos desiertos no nos atañese. Y puede que esto sea lo cierto, pero
en ese caso, extraña que otras causas, tan lejanas o más, e incluso menos
sangrantes, causen movilizaciones, al menos en las redes sociales.
Pero es que junto a la explotación laboral que se ha producido
para construir las instalaciones que deberían mostrar al mundo la maravillosa imagen
de un paraíso arrebatado, a fuerza de petrodólares, al desierto, está la falta
de reconocimiento de Derechos Humanos básicos, comenzando por los de las mujeres
–se ve que las cataríes más que hermanas son primas lejanas mentirosas- y las
minorías étnicas y religiosas, los sindicales o la homofobia legal –siete años
de prisión-, ante los cuales se disimula. Ausencia en la práctica, pero también
en la teoría, aceptando sin escándalos –hipócritas por otro lado- declaraciones
de altas figuras del emirato que, al menos en España, serían constitutivas de
delito. Ignoro si los jugadores, al comienzo de cada partido se pondrán de
rodillas pidiendo perdón por los muertos, vestirán de negro o se colocarán
brazaletes arcoíris, sobreactuaciones que no dejarían de ser más que “pellizcos
de monja”, pues lo coherente hubiera sido no participar.
Justificar que la celebración del Mundial en Catar mejorará los
Derechos Humanos en aquel país es una falacia. Rusia los albergó en 2018 y
“contra facta non valent argumenta”. Podríamos señalar también los Juegos
Olímpicos de Pekín, o los de Berlín en 1936. El intento de blanquear dictaduras
a través del deporte es tan viejo como su utilización política desde las
Olimpíadas griegas. Y lo seguirá siendo.
Porque la clave de todo ya la dio Quevedo, “poderoso caballero es
don Dinero”.
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