Vivimos en una sociedad frenética, llenos de ruidos,
urgencias inaplazables, prisas y carreras para todo; sometidos a la
acción-reacción constante de las redes sociales, a la tiranía de los correos
electrónicos o a la inmediatez del “guasapeo” que nos hace vivir pegados al
móvil las veinticuatro horas del día. Es por ello cada vez más necesario saber
desconectar, encontrar momentos de tranquilidad, sosiego y silencio, de apagón
del teléfono, para mirar nuestro interior y reposar el cuerpo y el espíritu. Un
espacio privilegiado para ello son los monasterios. Cuando puedo, trato de
escaparme a alguno, buscando, en su calma, hallar la soledad sonora que
restaura la paz del corazón. Tras el paréntesis de la pandemia, he podido
recuperar esta buena tradición en un enclave excepcional, el monasterio de
Santa María del Paular.
Se trata de un espacio verdaderamente maravilloso. Está ubicado
en pleno valle del río Lozoya, en la sierra del Guadarrama, rodeado por
montañas cubiertas de bosques de coníferas y árboles caducifolios que, en el
estallido otoñal, se revisten de oro, mientras los campos, fecundados por las
hojas secas, generan ubérrimos diferentes tipos de setas y hongos. El rumor de
las aguas, crecidas por las últimas lluvias, ejecuta una gozosa melodía que mece
el corazón mientras serena la vista.
Real Monasterio de Santa María del Paular |
A pesar de las pérdidas, el monasterio alberga aún verdaderas
joyas. En la iglesia, traspasada la verja gótica forjada por el monje rejero
Francisco de Salamanca –autor también de la de Guadalupe-, encontramos una
espléndida sillería, pero sobre todo, podemos extasiarnos con el maravilloso
retablo de alabastro policromado, la auténtica obra maestra del monasterio.
Tras él se esconde la exuberancia barroca de la capilla del Sagrario, de
Hurtado Izquierdo, con su extraordinario trasparente. El claustro, que ha
recuperado recientemente la serie pictórica sobre la historia cartujana que
creó Vicente Carducho, sorprende por la variedad y fantasía de sus bóvedas de
crucería, de desbordante imaginación, o la bóveda de artesa, única en su género,
que da acceso al mismo. Todo envuelto en las melodías gregorianas de los
monjes.
El Paular, un lugar privilegiado para encontrar la paz.