Comparto mi artículo del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
En una luminosa y suave tarde romana, cuando los rayos del sol
comienzan a decaer, besando con destellos anaranjados los viejos monumentos, penetro
en la basílica de San Pietro in Vincoli. Sumida en la oscuridad, en su
transepto derecho, no obstante, refulge, material y simbólicamente, una de las
expresiones máximas de la creatividad humana, el Moisés de Miguel Ángel,
ubicado, y desplazando el protagonismo de su ocupante, en la tumba de Julio II.
Un capolavoro, una escultura tan
extraordinaria, casi viva, que hace palidecer la perfección de las otras con
las que el artista adornó el sepulcro de un papa, Giuliano della Rovere,
pontífice mecenas y guerrero, émulo de su homónimo, César.
Me siento en un rincón para contemplar, sin prisas, la hermosura
que emana del rostro, de los gestos, de las texturas que Miguel Ángel extrajo
de la prisión marmórea que encerraba, como antaño a David, al legislador de
Israel. Observo el sepulcro, verdadero arco triunfal para Moisés. Sobre él,
protegido por una Madonna con el Niño, yace recostado el papa della Rovere,
flanqueado por un profeta y una sibila, evocadores de los bellísimos que
Buonarroti plasmó en la bóveda de la Sixtina. A un lado de Moisés, la escultura
de Raquel, orante y mirando al cielo, representa la vida contemplativa,
mientras que al otro, Lía, personifica la vida activa, resumiendo los dos modos
de alcanzar la salvación y la vida eterna.
A realzar, si cabe, el conjunto, viene a ayudar la espléndida
iluminación recientemente instalada tras la restauración de 2019, que
reconstruye la original y natural proyectada por el genio miguelangelesco. En
efecto, al final de su vida, influido por una intensa espiritualidad nacida del
contacto con el círculo de Vittoria Colonna y los spirituali, Buonarroti jugó en sus obras con el simbolismo de la
luz, estudiando su reflejo en la tumba. Perdidas las ventanas originales, que
permitían este diálogo entre el mármol y la luz del sol, la actual iluminación
va reconstruyendo estas variaciones, recorriendo las diferentes etapas del día,
que culminan al atardecer, cuando los rayos solares se posaban sobre el rostro
de Moisés, y que hoy, de nuevo, evocan la gloria de Dios impresa en el profeta
tras la teofanía del Sinaí. El artista, para conseguir dichos efectos, empleó
diferentes técnicas de trabajo en el mármol, con grados y terminaciones
distintas, con el fin de exaltar la relación de la luz con la materia.
Moisés (Miguel Ángel Buonarroti) |
Es difícil expresar con palabras lo que evoca tanta belleza. Se cumple lo que el propio Miguel Ángel, también poeta, escribió: “Mis ojos, que codician cosas bellas/ como mi alma anhela su salud,/ no ostentan más virtud/ que al cielo aspire, que mirar aquellas.”
Envuelto en la música del órgano, que comienza a sonar;
acariciado por los últimos rayos del sol que bañan la nave de la basílica, silencioso,
contemplo, lleno de serenidad, la sublime perfección de lo Bello encarnado en
mármol.
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