Suelo ser positivo por
naturaleza, siempre trato de ver la botella medio llena, buscando el lado bueno
de las cosas. Pero últimamente estoy profundamente preocupado. No sólo por el
terrible drama de la pandemia que nos está azotando, con su desgarradora
secuela de fallecidos y la oscura amenaza de una honda crisis económica, en la
que es probablemente nuestra mayor crisis como sociedad desde la guerra civil.
Junto a esto, constato la existencia de otro grave virus que se va extendiendo
entre nosotros y que puede significar, para nuestro futuro como colectividad,
una amenaza mucho más profunda y destructora. Se trata de la creciente
intolerancia hacia el que piensa distinto, sobre todo a nivel político, una
violencia verbal que descalifica no sólo las ideas sino que se extiende a la
propia persona del que disiente de nuestro modo de entender cómo ha de
configurarse la sociedad, un rechazo que considera inadmisible que haya otras
cosmovisiones.
Se está propiciando que crezca la
voluntad de no convivir, excluyendo al disidente, descalificándole, incluso
animalizándole. No es un fenómeno nuevo, se ha dado a lo largo de la historia
con demasiada frecuencia y el siglo XX abunda en ello especialmente. Si el otro
queda deshumanizado, no sólo sus ideas resultan devaluadas, sino que su propia
realidad como persona desaparece, es identificable con un animal dañino, al que
se le puede aniquilar si llegara el caso. ¿Exagero? Basta entrar en las redes
sociales, mundo paralelo, pero en el que parece desarrollarse la existencia de
muchas personas. Twitter es quizá el ejemplo más claro. Una magnífica
herramienta de comunicación, susceptible de convertirse en un espacio de
diálogo y confrontación de ideas, se ha transformado en una sentina de odio,
donde la amenaza física puede palparse. Un abanico de “antis”, desde los
antifascistas a los anticomunistas, van sembrando de aversión, de
aborrecimiento, de inquina las redes, machacando, destrozando verbalmente al
contrario. Desde el odio profundo, desde el rechazo más visceral. Pero no solo
en Internet. El debate político, los medios de comunicación, las
conversaciones, todo se tiñe de esa intolerancia creciente. De cainismo.
"Duelo a garrotazos" (Francisco de Goya) |
Una sociedad plural como la
nuestra es lógico que abunde en posturas ideológicas, en profesiones de fe, en
planteamientos económicos y sociales diferentes y opuestos. Es normal estar en
desacuerdo con otros posicionamientos. Pero lo que no es admisible es la
negación del otro por su forma de pensar. Se puede y se debe disentir, pero
siempre desde el respeto a la persona, aunque se tenga la certeza de su error.
Conozco demasiado bien, por mis
investigaciones, los años treinta en España y Europa. Por eso me aterra y
preocupa lo que veo y oigo. “La flor de la guerra civil es infecunda”, dijo
hace mil años el poeta cordobés Ibn Házam, cuando se hundía el califato. El
odio sólo genera dolor, muerte, destrucción.
Me gustaría que mis prevenciones
fueran infundadas. Deseo equivocarme. Temo no hacerlo.
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