Fray Francisco Jiménez de
Cisneros, arzobispo de Toledo, cardenal de la santa Iglesia romana,
con el título de Santa Sabina, inquisidor general de Castilla,
conquistador de Orán,regente del reino, es una figura capital no
sólo en la historia religiosa, política, social, económica y
cultural de España, sino que alcanza una dimensión que se extiende
a la historia de la Iglesia universal. En su época hubo deseos de
que pudiera alcanzar el sumo pontificado para poder realizar la tan
anhelada reforma eclesial que todos anhelaban. Su recuerdo, como
prelado que supo gobernar el reino y pastorear la Iglesia, se mantuvo
a lo largo de los siglos, y aún a finales del Antiguo Régimen, su
biografía era estudiada como modelo, siendo, por ejemplo, leída en
la Francia anterior a la revolución por aquellos nobles que se
preparaban para el episcopado, tal y como nos recuerda una figura
eclesialmente tan antitética con Cisneros como fue el príncipe de
Talleyrand1.
A lo largo de los siglos XIX y XX Cisneros ha continuado siendo
objeto de investigación y estudio. El presente centenario puede ser
una magnífica oportunidad no sólo para seguir adelante en estas
tareas, sino sobre todo, para que su figura sea más conocida y
divulgada, de modo que, más allá de tópicos y anecdotarios
superficiales, logre ser apreciada y valorada en su justo lugar, como
una de las personalidades más importantes de nuestro pasado y así,
siguiendo la vieja tradición de la historia como maestra de vida,
sirva de aliento para la construcción de nuestro presente y la
cimentación de nuestro futuro.
El cardenal Jiménez de Cisneros libertando a los cautivos de Orán, de Francisco Jover y Casanova (1869) |
Por otro lado, ya ya desde una
clave exclusivamente eclesial, la figura de Cisneros, cuyo voluminoso
proceso de beatificación se encuentra en Roma2,
puede ayudar a continuar el camino de renovación iniciado por el
Concilio Vaticano II. Una de las grandes aportaciones del Concilio,
la vuelta a la Palabra de Dios como alimento de la vida cristiana, su
importancia para la Teología, tal y como señaló la constitución
Dei Verbum3,
fue un eje fundamental en la espiritualidad cisneriana y en la
reforma del clero y renovación de la Iglesia que promovió con sus
actuaciones. Cisneros, preocupado por la santidad del clero, que era,
a su juicio, la mejor garantía para la mejora de todo el pueblo
cristiano, buscó que sus sacerdotes tuvieran una sólida formación
teológica y espiritual, basada en el conocimiento directo de la
Sagrada Escritura desde el estudio de las lenguas originales. Al
mismo tiempo, no impuso ningún sistema teológico, sino que permitió
que en su Universidad de Alcalá se pudieran estudiar las principales
vías de su época, generando así una pluralidad en la Teología
sumamente enriquecedora. El talante abierto del cardenal se manifestó
de un modo particular durante su etapa de inquisidor general del
reino de Castilla, en la que, si bien estuvo vigilante ante las
prácticas judaizantes, se mostró ampliamente liberal y permisivo
respecto a las diferentes corrientes doctrinales y espirituales,
algunas de las cuales, pocos años después de la muerte del prelado,
serían perseguidas por el aire más riguroso que invadió España.
Su mecenazgo cultural, que él
siempre entendió profundamente ligado a la formación del clero o la
educación espiritual del pueblo cristiano, se nos hace hoy una
llamada a la tan urgente y necesaria presencia en el mundo de la
cultura, tratando, desde el diálogo franco, abierto, generoso,
dialogar con las grandes corrientes de nuestro tiempo, fecundando y
enriqueciendo el pensamiento contemporáneo y sus manifestaciones
artísticas y culturales. Mirar nuestro pasado, contemplar la
personalidad colosal de Francisco Jiménez de Cisneros no puede
reducirse a un gesto de recuerdo erudito y arqueologizante, con el
riesgo de quedar paralizados como la mujer de Lot4,
sino que ha de ser, junto a la evocación agradecida, el impulso para
seguir caminando y buscando respuestas, como las buscó el cardenal,
a nuestros propios retos y desafíos.
1En
sus memorias, al evocar la etapa en la que se estaba educando para
entrar en el estado clerical, con la expectativa de hacer una
brillante carrera eclesiástica, que culminara en el episcopado,
como así fue, Talleyrand señala que sus formadores mi facevano
leggere le Memorie del cardinale di Retz, la vita del cardinale di
Richelieu, quella del cardinale Ximenes,
quella di Hincmard, un tempo arcivescovo di Reims.
Véase C. M. DE TALLEYRAND, Memorie di Talleyrand,
Rizzoli & C. Editori,
Milano/Roma 1942, p. 38.
2El
proceso dio comienzo en 1626. En el Archivo Diocesano de Toledo se
conserva la gruesa documentación generada por el mismo.
3La
sagrada teología se apoya, como en cimiento perpetuo, en la palabra
escrita de Dios al mismo tiempo que en la sagrada Tradición, y con
ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo,
investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el
misterio de Cristo...el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser
como el alma de la sagrada teología
(DV 24)
4Gn
19, 26.