Comparto mi columna del pasado miércoles en La Tribuna de Toledo
Uno de los problemas más graves que tenemos en el campo de la
educación en España es la terrible ignorancia de nuestra Historia. Lo percibo
cada día impartiendo clase en la Universidad, y me reafirmo, con gran tristeza,
a través de pequeñas anécdotas que, en sí mismas, no tendrían mayor
importancia, pero que sumadas nos hablan de un panorama desolador.
Me encontraba yo hace unos días en Madrid, en la Puerta del
Sol, aguardando a un amigo. Como siempre es bueno tener un punto de referencia,
habíamos quedado junto a la estatua ecuestre de Carlos III. Mientras esperaba,
se acercó junto a mí un grupo de chavales, de unos 17-18 años, y que por lo que
entendí, debían hacer un trabajo de clase sobre estatuas de la capital,
indicando a quién pertenecían. Al llegar, vieron, como resumen de la larga
inscripción que explicaba quién había sido Carlos III, un breve texto: “Madrid
al rey ilustrado”; este fue el nombre que asignaron a la escultura. Tras hablar
de otras cosas, y antes de marcharse, uno de ellos preguntó que quién era ese
rey ilustrado. Entre los chicos hubo silencio hasta que alguien respondió: “No
sé, un tal Alfonso, ¿No?”. Aunque estoy acostumbrado a escuchar de todo en el
aula, la anécdota me dejó pensativo y preocupado.
Estatua ecuestre de Carlos III (Puerta del Sol, Madrid) |
Hace tiempo que los docentes reclamamos un gran pacto
educativo, que asegure una educación de calidad por encima de los vaivenes de
las alternancias políticas. Es clamar en el desierto. Y, sin embargo, nos
jugamos demasiado. Generaciones ignorantes son carne de cañón para la
manipulación. Necesitamos recuperar una formación integral, que no olvide,
junto a la formación científica y tecnológica, el conocimiento humanístico, la
historia, la literatura, la filosofía, el arte. Nuestras raíces.
Porque las humanidades nos hacen más humanos, más críticos,
más libres.