Una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura occidental es la celebración de la Navidad. Todos, o al menos la inmensa mayoría de las personas, se desean y felicitan una feliz Navidad. Pero, ¿saben realmente qué estamos celebrando? Porque si hay una fiesta cristiana que se ha secularizado profundamente, esa es la Navidad. Parafraseando al papa Francisco, las luces de las tiendas y de los centros comerciales han acabado por ocultar la auténtica Luz de la Navidad. Es por ello por lo que urge, a los creyentes, redescubrir el auténtico sentido de estos días, y hacerlo por el medio privilegiado que suponen las celebraciones litúrgicas, tan ricas y expresivas, que la Iglesia nos ofrece.
El Nacimiento (Federico Barocci) |
Si la Navidad es algo, es precisamente celebrar que el Hijo de Dios, asumiento verdadera y realmente nuestra humanidad, ha venido al mundo para manifestarnos el amor de Dios, para hacer presente la salvación que se había anunciado a Israel y para, mediante un admirable intercambio, hacernos hijos de Dios. Él se abaja, para que nosotros seamos enaltecidos; Él se hace humano, para que nosotros seamos divinizados; Él se hace mortal, para que nosotros alcancemos la inmortalidad. Jesús, el Cristo, el Mesías prometido, el hijo de David, se hace compañero de camino de la Humanidad, y de cada ser humano, en el camino de la Historia. Nadie queda excluido de esta salvación universal, salvo que se quiera excluir. El Hijo de Dios viene a abrazar a cada persona, en su realidad concreta, con sus luces y sus sombras, para sanar las heridas del mal y del pecado, para restañar nuestros corazones rotos y fragmentados, para restablecer nuestra dignidad, elevándonos de simples criaturas a hijos de nuestro Creador.
Navidad es la llegada a raudales del amor de Dios al mundo. Por eso su celebración es causa de alegría, de gozo, de auténtica esperanza. Por ello, frente a unas fiestas de alegrías falsas e impostadas, de consumismo desenfrenado y de vacío oculto por guirnaldas y ruidos, hemos de reivindicar, pero ante todo, hemos de vivir, la auténtica Navidad que supone que el Hijo de Dios venga a nuestros corazones y nazca en lo más profundo de nuestro ser, irradiando su salvación. Y así, sí que será una auténtica celebración de luz, para nosotros, y para los que nos rodean.